Algunos dicen que es el
ajuste de cuentas de un resentido, o un indispensable ejercicio de salud
pública, o una carta de amor al país que no pudo ser. Lo único que le puedo
asegurar es que mientras lo escribí me divertí como el chiquillo que hace la
peor travesura. En cuanto a las reacciones, creo que fue Robert Walser quien
dijo que no se hace frente impunemente a la nación propia.
Horacio Castellanos Moya
Horacio Castellanos Moya, es uno de los más
destacados y relevantes narradores centroamericanos de las últimas décadas y
uno de los de mayor proyección internacional, en parte, gracias a su novela “El
asco”, publicada en 1997.
Esta novela está narrada como un diálogo, un diálogo curioso, pues la única voz que escucharemos será la de Vega (que es Thomas Bernhard) quien regresa a su país, en este caso El Salvador (aunque puede ser cualquier país centroamericano, muchos nombres, lugares, y referencias son intercambiables, haga la prueba), el motivo, la muerte de su madre y la herencia de esta que ha de gestionar con su hermano. El protagonista se encuentra con Moya, viejo amigo y paciente escucha de sus confesiones en un bar, el único donde Vega se siente cómodo, y donde puede disfrutar de la música de Tchaikovski. Novela vertiginosa, su ritmo es intenso, fluye, es líquida, la diatriba de Vega por su espontaneidad obliga a leerla de un tirón a pesar de las arcadas.
Las confesiones de Vega son el saldo de amargura que siente por su país natal, del que reniega. Así, la voz de Vega no es de resentimiento, ni de revancha, ni de odio, no es el discurso de un “ganador” ni de un “perdedor”, sino la de uno que se aparta, porque lo que siente es asco; no de las cosas en sí, sino de la imagen que sus compatriotas tienen de ellas: la música, la cerveza, la cultura, la educación, los políticos (de cualquier bando) hasta que prácticamente no queda un solo tópico de la idiosincrasia nacional que quede libre del juicio devastador de Vega; sea que el lector converja en algunos de esos juicios, al final, también sus propias idealizaciones quedarán hechas pedazos por este personaje.
El asco”, se publica poco después de un momento particularmente importante en la región: “la firma de los acuerdos de paz”, y todas sus consecuencias, entre ellas: la desmovilización y el desarme, la integración económica global, y la consolidación de la democracia electoral. Me atreverá a decir que esta novela correspondería de manera velada a un vistazo sobre “los resultados” de los acuerdos. El saldo es lamentable, las viejas consignas no bastan, la retórica revolucionaria o anticomunista quedó vacía, la identidad nacional no basta, esa fracción de historia recorrida desde la invención de los estados centroamericanos, arroja números rojos, su fracaso corresponde a divagar erráticamente por las torrentosas aguas de los centros hegemónicos, Vega destruye los “contenidos” para juzgar las formas concretas, los hechos desnudos.
Esta novela está narrada como un diálogo, un diálogo curioso, pues la única voz que escucharemos será la de Vega (que es Thomas Bernhard) quien regresa a su país, en este caso El Salvador (aunque puede ser cualquier país centroamericano, muchos nombres, lugares, y referencias son intercambiables, haga la prueba), el motivo, la muerte de su madre y la herencia de esta que ha de gestionar con su hermano. El protagonista se encuentra con Moya, viejo amigo y paciente escucha de sus confesiones en un bar, el único donde Vega se siente cómodo, y donde puede disfrutar de la música de Tchaikovski. Novela vertiginosa, su ritmo es intenso, fluye, es líquida, la diatriba de Vega por su espontaneidad obliga a leerla de un tirón a pesar de las arcadas.
Las confesiones de Vega son el saldo de amargura que siente por su país natal, del que reniega. Así, la voz de Vega no es de resentimiento, ni de revancha, ni de odio, no es el discurso de un “ganador” ni de un “perdedor”, sino la de uno que se aparta, porque lo que siente es asco; no de las cosas en sí, sino de la imagen que sus compatriotas tienen de ellas: la música, la cerveza, la cultura, la educación, los políticos (de cualquier bando) hasta que prácticamente no queda un solo tópico de la idiosincrasia nacional que quede libre del juicio devastador de Vega; sea que el lector converja en algunos de esos juicios, al final, también sus propias idealizaciones quedarán hechas pedazos por este personaje.
El asco”, se publica poco después de un momento particularmente importante en la región: “la firma de los acuerdos de paz”, y todas sus consecuencias, entre ellas: la desmovilización y el desarme, la integración económica global, y la consolidación de la democracia electoral. Me atreverá a decir que esta novela correspondería de manera velada a un vistazo sobre “los resultados” de los acuerdos. El saldo es lamentable, las viejas consignas no bastan, la retórica revolucionaria o anticomunista quedó vacía, la identidad nacional no basta, esa fracción de historia recorrida desde la invención de los estados centroamericanos, arroja números rojos, su fracaso corresponde a divagar erráticamente por las torrentosas aguas de los centros hegemónicos, Vega destruye los “contenidos” para juzgar las formas concretas, los hechos desnudos.
Horacio Castellanos Moya |
Todo es proceso, todo momento histórico es transición y no fin. Leer “El asco” es confrontarse, asimilar nuestra complicidad, nuestra zona de confort ideológica, es obligarnos a reírnos de nosotros mismos en el mejor de los casos, o vomitar sobre nuestros credos. ¿Será que la única salida sea: quemar las naves, demolerlo todo, comenzar de nuevo?
Yo pienso que ya hemos comenzado a hacerlo, estamos en la fase de demolición todavía, la actual narrativa centroamericana que vale la pena destacar está en esa tarea: la desmitificación de la añoranza, de los dogmas, de los viejos proyectos, de la falsa identidad nacional; tan inútil es llamarse “ciudadano del mundo” como afirmarse en la imaginaria felicidad del terruño, todo debe ser cuestionado, todo debe ser confrontado, si alguna razón hay para escribir es para someterlo todo a un examen implacable, sin militancias ni condescendencias, lo único que puede surgir al final debe ser una nueva conciencia y una nueva narrativa. Quien lea “El asco” de Catellanos Moya se obliga a ello o a lanzar el libro por la ventana.
Germán Hernández.
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