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Cristian Alfredo Solera |
1
Me lo pienso mucho para comenzar a escribir. La
primera línea de algo debería ser impactante, debería atrapar la atención del
lector si es que texto y lector se llegan a cruzar. Como no se me ocurre nada impactante,
ni nada que llame la atención, entonces divago, a lo mejor en la marcha
tropiezo con algo interesante que escribir. Por ahora, solo me queda optar por
unos prolegómenos más o menos pedagógicos, apenas para contextualizar, digamos
entonces que estoy escribiendo sobre Cristian Alfredo Solera, un educador y
poeta costarricense apenas un año menor que yo, así que compañero generacional
y coterráneo. Empiezo hablando de él, pero poco a poco me iré apartando del
autor para concentrarme en su obra, y luego me iré apartando más y más de su
obra, para referirme a mi lectura de ella. Tal véz así se volverá un poco
más fluida esta caminata que ha comenzado con estos pasos y zigzagueos torpes.
2
Cristian Alfredo Solera es un poeta, ya lo dijimos,
y un educador, eso también. Lo conocí en el 2014, en ocasión de la presentación
de su libro Epitafios inútiles, y
solo he vuelto a compartir con él una segunda vez en el 2018, nuevamente por
uno de sus libros, esta fue por Canciones
de amor contra la infamia. En ambas ocasiones me los obsequió. Tengo tres
de ellos, los que mencioné y uno más, Criaturas
alucinadas y otros poemas que mienten, me reprocho que todo lo que he leído
de este autor es por su generoso desprendimiento, salvo Poemas para no leer en tu funeral el único que he comprado, ellos
son todo cuanto conozco de su obra, aunque vale decir que esta comenzó hace ya
casi veinte años en 1999 con Traficante
de auroras, un año después en el 2000 Itinerario
nocturno de tu vos y más tarde en el 2004 Tú no sabes nada de la ausencia y al siguiente año 2005 Ceniza, tres años más tarde La piel imaginada 2008, y tres años más
tarde Criaturas alucinadas y otros poemas
que mienten, luego Poemas para no
leer en tu funeral 2013, y al siguiente año Epitafios inútiles 2014, hasta
Impostergablemente la lluvia 2016, y finalmente, por el momento, Canciones de amor contra la infamia
2018. Solera tiene obra y, como es obra en
proceso, seguro nos esperan muchas más.
3
Empecemos por sus Criaturas alucinadas y otros poemas que mienten. Casi nunca me
detengo en los títulos de los libros, y menos si son de poemas. Pero esta vez
me gustaría reflexionar sobre ello. Los poemas son criaturas, y son
alucinaciones, pero, especialmente: mentiras. De buenas a primeras ese es el
salvoconducto del autor para no tener que explicarse y menos justificarse.
Estos poemas son alucinaciones y por lo tanto mentiras, es cosa de cada uno creer
en ellas o no. Aunque nada es más hermoso que creer en una mentira sabiendo que
lo es.
4
Criaturas
alucinadas y otros poemas que mienten fue publicado por la Editorial de la
UCR en el 2011. La portada es horrible, pero es lo de menos. Incluye una
presentación siempre innecesaria del autor y el poemario propiamente dicho
dividido en dos partes: Viejos amores y
otros fantasmas y Quitarse la
máscara.
5
“No es fácil
escribir acerca de mis propios poemas, cuando lo que deseo es que me olviden”
Dice el autor en la presentación del libro. Extraña declaración del autor, a
quién nadie le pidió que hable de sí mismo o de sus poemas, y menos cuando su
voluntad es ser olvidado, si es que alguien lo recuerda. ¿Pose? A lo mejor. De
todas maneras, hace pública su obra, (¿disonancia cognitiva?).
¿Por qué nos debería importar la obra de un autor
que de buenas a primeras reniega de ella? Bueno, al menos para mí, que ya sé
que el poeta es un mentiroso, quizá no quiera olvidarlo, que a lo mejor en sus
cuitas hay algo que me interpela y me pertenece sin que él lo sospeche, sin
importar el apego afectivo o no que tenga por su trabajo.
6
No le contés
a nadie que no he sido feliz,
que en este
irreversible y terrorífico momento de amor
escribo poemas
para zambullirme
una vez más
en el recuerdo.
(En ¿Un poema
romántico? Pág.3)
Así abre el poeta, parece que se habla así mismo, y
se refiere a alguien más, sin reproche y sin despecho, es lo que hace dulce la
poesía de Solera, su amargura es íntima y sin odio, resignada; es un bicho
acostumbrado a sus derrotas, y sus pequeñas y efímeras victorias, las obvias, un
cuerpo que se dejó amar…
En esta hora
en que no recuerdo
de vos nada
y todo es una
espada
una pupila
una noche
criminal e imperfecta
por la victoria
que logré acariciar
haciéndome
caer entre tus piernas.
En esa hora
- solo en
esta –
Yo pude en
tus senos
Encender por
última vez la luz.
(En 2 de la mañana.
Pág. 4)
Nada queda, nada se retiene, el poeta parece
admitir que lo único que permanece son los recuerdos de esos instantes que se
vuelven eternos y hacen soportable el devenir cotidiano, recuerdos que solo
pueden ser petrificados y conservados en el tiempo por sus palabras.
En ella te
recuerdo que estoy solo,
que las
estrellas se me caen
una a una de
borrachas
y que yo,
enceguecido por el licor y también por
las horas,
desde aquí te
dirijo mis sinceras palabras,
mis estúpidas
palabras,
Mis hirientes
y tontas,
al fin y al cabo
mis palabras…
(En Posdata.
Pág. 5)
7
Hacen ruido los símiles, “De caminar como un
androide” (Ser o no ser. Pág. 6) que oscurecen en lugar de alumbrar. Se nos
pierde el poeta en su noche oscura, hasta llegar al bar, un tópico recurrente:
En este poema
los bares que
conozco se hunden
al exponerse
la mirada.
Una y otra vez la imposibilidad de alcanzar lo
amado, de palabras que no logran desenredar los malentendidos, y pese a todo
ello, el poeta no parece renegar, estoico, acepta su desgracia, sin
celebraciones, con resignación ante la derrota.
Yo no te di
la catedral
Ni un golpe
bajo y mucho menos
el anillo
imperfecto de los sueños.
Lo mío fue
esa parte secreta, insignificante,
que aun no
aprendo a reconocer del olvido.
(En Breve
conversación absurda. Pág. 22)
Llevás el
alma muy alto,
mejor dicho,
te la pusieron arriba
muy lejos de
mi o del paisaje,
de estas
cosas inicuas que nos cobra el placer.
(En Altura.
Pág. 26)
Yo me llevé los recuerdos.
ella
nada y lo demás.
(En Partes
por igual. Pág. 29)
8
Quitarse la
máscara, es decir, mostrarse tal cual. Ese es el título de la segunda parte
del poemario, pero a un poeta mentiroso
no se lo vamos a creer, aunque nos tienta lo que quiera mostrar. Lo que sea:
Todo lo que
hice fue por despropósito
(En “Caín ante los jueces”. Pág. 33)
Y se sabe o se quiso, o incluso, se desea maldito:
En días como
hoy no encuentro palabras,
no disfrazo
llamadas,
solo salgo a
tiempo a recobrar mi escondite:
este bar de
dioses iracundos
en el que
purgo feliz mi condena.
(En Por haber
mentido una vez. Pág. 34)
Y el poeta insiste en sus derrotas:
Aquí estoy,
aceptando que
los años se me fueron
por una
alcantarilla,
que otra vez
he querido morir sin que lo sepa la noche,
que soy un
simple ilusionista
forjador de
calvarios y condenas,
por decirlo
así
descarado
culpable de mi errada conciencia.
Estoy en la
punta de los acantilados
que no debieron
nombrarme.
Bajo el mas
crudo invierno y esta fatídica canción:
este rock
viejo que me trae todo
el color de
una fantástica rockola
que aún canta
de memoria
la perversa
letra de mi angustia.
(En
Not about us. Pág. 38)
Todo es derrota. Sin réplica. El poeta expone sus
ausencias y desengaños, así nos lo dice en Miedo, lo ubica en un lugar
específico, el país de sus sueños, lo identifica con las mujeres que podrían tener
en el fondo algo muy especial: un día de alivio, de algo que las alivie por
fin, tan solo ese día, en la ciudad imaginada del poeta. Posiblemente Miedo sea
el mejor poema del poemario:
No conozco
Buenos Aries, Beirut,
tampoco Nueva
York.
No sé qué
sucede cuanto menciono
el país de
los sueños,
lo arruinado
que está.
No sé de
estas calles, de estas mujeres que tal vez
puedan tener
en el fondo algo muy especial:
una tregua,
un día blanco,
sin besos ni palabras,
un sexo a
destiempo,
una manera
extraña de llamarme enemigo.
Pero mi
ciudad es bonita,
Yo diría
contagiosa.
A diario la
imagino contra mi pecho,
Es decir
Contra mí
mismo,
Sin milagros
ni poetas.
(Miedo.
Pág. 39)
El poeta entristecido se pregunta
por el sentido de lo cotidiano:
Ahora me
pregunto
para qué
lastimarse de pronto
con este
ánimo oscuro y dulce,
levantarse
con las sandalias mal puestas a
preparara el desayuno
para luego
caer y romperse de asombro
y no llevarse
prácticamente nada.
(En Dicen los
diarios. Pág. 40)
Todo va en caída libre, hasta el patetismo:
No tengo días
de victoria.
paulatinamente
mi voz, las ciudades y la niebla
y el filo de
esta muerte imaginaria.
También un cuchillo
y su unicornio,
una casa
impronunciable y el recuerdo
de un monstruo
-polizonte o pasajero-
que siempre
regresa.
(En Cotidiano
retrato de la infancia o poema de la triste victoria. Pág. 41)
Por ser un poemario de un poeta triste y resignado
a las derrotas, cierra el poemario con otra derrota dentro de la derrota:
“Me miro con
ojos de muñeca y reparto el sudor,
dando gritos
y saltos desahogo mis penas:
tampoco es
buen día para rendirse”
(En Héroe de
sombras. Pág. 46)
9
Canciones alucinadas
y otros poemas que mienten, es un poemario que narra las confesiones de un
perdedor, de un poeta que bebe y sufre sin recriminaciones en una atmósfera de recuerdos
que son lo único que puede rescatar, la textura es gris y pesimista.
10
Poemas para no leer en tu funeral apareció
publicado en el año 2013 por la Editorial Costa Rica. Dividido en tres
secciones: Poemas para no leer en tu
funeral, Cartas a un ángel terrible
y, Álbum de familia. En un funeral se
dedican elegías, ¿será que estos poemas se refieren a otro tipo de muerte, no
la física, sino a otras muertes, sobre todo aquellas que eran como puentes,
vínculos que una vez derrumbados son imposibles de restaurar? Vamos a nuestra
lectura.
Odio ser el
muchacho torpe
que ya no
existe en tu memoria.
No adivinar
qué piensas
y no fluir en
tus entrañas sin dejar en tu sangre
este confín
de bestias ancestrales.
(En Confesión
de parte. Pág. 11)
No hay funeral para un amor roto, para quienes ya
ni pueden advertirse, mutuamente muertos el uno para el otro, es lo que parece
decirnos este primer poema del libro, situación que se va a ir reiterando, como
en el siguiente poema:
Llamé por tu
nombre y no respondiste a mi encierro.
Por eso te
dejé esperando,
sentada a la
vuelta de la esquina
como una
cualquiera,
en compañía
de mis huesos,
de tu odio y
de tu tren
y de aquel
desayuno caóticamente irremediable
en el que
todo te hizo falta
(En Mujer que
se aleja. Pág. 13)
No solo es el amor el que se ha muerto, con él se
ha muerto también la constitución de esas cosas que no pueden erigirse en la
soledad
El hogar. El
hogar abrió la puerta y se fue.
Y con él este
cobarde ladrón del desaliento
que ronda
sigiloso por ahí,
escondiendo
bajo el brazo
las mismas
ingeniosas y macabras soledades,
a punto de
escapar.
(En Abismo.
Pág. 14)
Y pese a que la poesía de Solera está marcada por
el pesimismo y la derrota estoica, de repente encontramos briznas de esperanza
Estoy feliz,
te lo juro,
aun cuando
acudo a ti muy frágilmente
con este desconsuelo
de las horas injustas,
con este
derecho a no rendirme
atribulado
por tu desprecio y tu agonía.
(…)
Me vengo
creyendo desde hace mucho
que las
heridas sí se cierran.
que los
puertos crecen con la tormenta
y que tu voz
devora los relojes
que cada
cuanto nos definen.
Que tienes
los paseos diminutos,
los hijos
sorprendidos,
las promesas
monstruosas que no podremos
cada instante
cumplir.
Eres el
principio y el final
de esta
historia legendaria.
El poema que
me sucede y que me pasa,
Que da vida
este amor escogido por mí,
Abanderado
por mí,
Temerario y
transhumante.
(En Estrategia.
Págs. 15 y 16)
Con lo leído, ya nos hemos hecho una idea general
de la poesía de Solera, es la poesía del “yo”, esa que hacía sonreír a Neruda
en su poema “El hombre invisible”, poesía siempre confesional, circunstancial e
intimista, agujero negro que se lo traga todo y no deja nada. Gesto que se
reitera una y otra vez.
No tengo
excusas,
de pronto
desperté y soy esta herida que te roza,
el último
celaje, la paupérrima célula,
la sangrienta
inequidad de mis recuerdos
que no tienen
sentido:
soy esta rara
emoción de cantarte en mis sueños
perdido y
olvidado.
(En No way
out. Pág. 18)
…
Algo que fue
tan mío me dice adiós.
Una espada
asesina y tu nombre,
escritos como
siempre
en la llaga
interminable de un poema.
(En Impostergablemente
la lluvia. Pág. 19)
…
Cómo he
luchado
años y años
contra esta ciudad
de
transparencia y murmullo interminables,
y ya no me
queda un paisaje, una caricia,
un simpático
niño reincidente y extraviado
aproximándose
a tus pies
antes de
aproximarse al regreso
(En Lunes.
Pág. 26)
Hay un poema que nos llama la atención por su
título, Adán ante los jueces, en el anterior poemario encontramos un poema
que se titula Caín ante los jueces, y en su siguiente poemario Epitafios
inútiles encontramos otro poema con casi igual título Respuesta de Adán ante
los jueces aunque no se trata del mismo poema. En el que nos ocupa ahora se
reiteran siempre las derrotas, la imposibilidad de redención. ¿A qué responden
estas evocaciones a los hombres primigenios del Antiguo Testamento?
Tiene en su
mirada violenta
Un tierno
vacío en el que a veces me hundo
Como un
mercenario.
Esta
frustración de no aceptar ni entender
que ya otra
vez,
con o sin
ella,
el cielo
perdí para siempre.
(En Adán ante
los jueces. Pág. 22)
11
Me pierden las imágenes encriptadas, quién sabe en
qué rincón de la consciencia del poeta irrumpen de repente y, me desconciertan,
no me dicen nada:
Algo que
ahora te llevas fue tan mío.
No solo la
duda,
el rifle,
la ausencia,
también una a
una
la
extravagante imperfección de los tejados
contenidos
para siempre
en el revés
de mi garganta.
(En Impostergablemente
la lluvia. Pág. 19)
12
A pesar de estos herrumbrosos poemas de fatiga
amatoria, ruptura y despecho, destaca el poema Este adiós que no termina
bellamente logrado, y claro, eje de la obstinada perseverancia del poeta que
insiste en sus tópicos. Un poema que sintetiza bien el espíritu de la primera
sección del poemario.
No sé si
puedes oírme,
si todavía
crees que mis palabras
te engañan y
te lastiman
descendiendo
neutras y vacías desde tu vientre
como un débil
artificio.
No sé si
llevo los parientes,
sin saber de
su extravío,
los gatos que
colapsan en mitad de otra esquina
y que nunca
duermen si yo vengo y los nombro
con la
injusta lentitud de tus ojos.
¿Quién
entonces despertará a este niño
con su
cicatriz a cuestas?
¿Quién
limpiará la casa que nunca habitamos
y que algunas
veces se oye cuando pasó?
Dime, cuántos
besos en la mejilla
serán
testigos de mi espantoso asombro,
o cómo haré para
no esconderme eternamente
sin que deba
decirlo
porque fuiste
la amiga que intentó salvarme
de la misma
tragedia
cuando cierta
vez escapé
del amor
escalofriante y de sus dones.
No. No sé si
me escuchas,
Si de alguna
manera cuento contigo
en perfecta
exactitud.
O si del todo
no te agrada
la música de
este poema que hoy también
te conjuro
como un
simple fanatismo, Olga,
¿acaso no
puedes sentirlo?
Una
indignante pero hermosa casualidad.
(Este adiós
que no termina. Págs. 23-24)
13
Si en la primera sección del poemario predomina la
interpelación a la amada, en la segunda sección Cartas a un ángel terrible la
interpelación es ahora al hijo, con la misma tonalidad gris que caracteriza al
poeta, aquí la amargura se toma con pequeñas cucharadas de miel y de auto
recriminación.
Hoy me
dijiste que habías llorado todo el día
como un niño
loco,
que entre una
y otra excusa
quedaron
impunes tus abrazos,
tus elefantes
de cristal que transitan hacia al alba
y que tantas
veces ignoré.
(…)
Hoy me
hiciste creer
que la medida
exacta del universo
se registra
en la palma de tu mano,
en el ángulo
inservible de un espejo.
Que en medio
de tu desilusión
también
respetas la palabra
de este padre
amedrentado (quizá inmerecido)
que a pesar
de su terror, su whisky y su silencio,
sabes que te
ama y pertenece.
(En La medida exacta del universo. Págs. 33 y 34)
…
Ya no
tendremos nunca
Una tercera o
cuarta parte de la noche
Para venir a
despedirnos.
Eres el niño
que se divierte a mis espaldas
A pesar de
que fui un tonto.,
Un generoso
pero imbécil ignorante
En medio de
esta refrescante,
Acordonada
algarabía,
Que hoy apaga
paulatinamente nuestras voces.
(En Mascaradas. Págs. 35 y 36)
…
Pienso en ti
cuando jugamos a la nostalgia,
esperando ya
ves
una señal en
la mirada de los otros
que comienzan
a jugar como tontos
a la lucha
libre y al sudor.
Pienso en ti
en esta casa tan grande y tan vacía
en la que
quepo apenas.
Te pienso con
la sensual naturaleza de mi sangre
que atrapas
en tus labios.
(En Travesuras. Pág. 37)
…
Quiero
explicarte por qué miento.
Miento porque
voy donde están los amigos,
pero
completamente sobrio
aunque no me
lo creas.
Soy el
titiritero que regresa de la infancia,
- para qué
repetirlo si tú ya lo sabes -.
El idiota que
anticipadamente lleva, hijo,
más que roto
y sin remedio
Su evidente y
anunciado fracaso.
(En Malos hábitos. Págs. 38 y 39)
…
He tenido que
decirle que no hay
hormiguitas
de papel caminando en mis arterias.
Por los vasos
y mesas me ha preguntado
y yo le hablo
con mi corazón de ciego,
le he dicho
que no hay un bar,
un semáforo,
una esquina,
un lugar o
una lámpara pequeña,
una ventana
que se desarme en la tormenta
para cumplir
con mi castigo.
(En Preguntas
necias. Pág. 40)
…
Juguetes, dónde están los juguetes,
tu caballito prehistórico
con derecho al vuelo,
en dónde los planetas con Ulises y Teseos,
en dónde el guerrero mentiroso que finsigó
mutilaciones
en medio de la jerga del mundo.
En dónde ese país remoto de la ausencia
en el que una vez más,
sin pensarlo y sin saberlo,
escuchamos tanto olor irremplazable
que a los dos nos permanece de la infancia.
(En El jardín
de los dragones. Págs. 41-42)
Casi todos los poemas de esta sección del poemario son
tan homogéneos entre sí, que podrían obviarse los títulos y simplemente leerse
como uno solo, aunque vale la pena distinguir uno de ellos que destaca
particularmente, se trata de Big Party:
Nos quedan
tres días
para que
podamos imaginarnos juntos
y comprendas
que por ti,
por ti todo o
he cantado
en esta
mañana esplendorosa.
Tres días
para jugar a las espadas de sangre,
a los
fantasmas y encierros,
a los
peregrinos violentos que perfuman el miedo
con un beso
exagerado y primitivo.
Tres días
para condenarte a la ceguera.
a este perdón
irremediable
que te juro y
te prometo.
(Big Party. Pág.
43)
Por más que la segunda sección se llame Cartas a un ángel terrible, la
composición no guarda ninguna semejanza con el formato epistolar, aceptemos que
se trata de poemas como cartas, y que parecen no ser respondidas nunca hasta
que llegamos por fin al poema Carta de un
padre que ha vencido, donde tenemos un atisbo de réplica, eso sí, siempre
unívoco desde la voz del poeta:
Por el color
de este poema
te juro que
no reclamo ni te condeno
y que no te
acuso de cada estación de tren
donde nunca
jugaste conmigo
a la tumba y
cumpleaños.
(En Carta de
un padre que ha vencido. Pág. 44)
Y casi como respondiendo, poemas más adelante,
encontramos en el poema Instrucciones
para ahuyentar a los ángeles:
Hijo,
que no te sea insuficiente apretar mi mano
o quedarte durmiendo a un costado
D
de lentas manecillas del reloj.
Desde hoy las horas vuelan
y ya pronto se habrán ido los trenes
que poco o nada tenían que decir.
(En Instrucciones
para ahuyentar a los ángeles. Pág. 47)
Y casi serrando esta sección del poemario, irrumpe
la imagen de la madre, una referencia que no queda ajena a cierto desdén y
reproche, como si el poeta al abrazar al hijo quisiera reparar una separación
real y forzada.
En este poema lo repito,
siempre me alegré por tu madre
que regresaba de los huesos,
aún si no tuvo la urgencia, la irreparable
urgencia,
de reencontrarse con tu cruz para siempre,
de comer de tu costado
y de permanecer en ti como un tormento
que de todas formas te lastima y te delata.
(En Instantánea.
Pág. 50)
…
Los dos devoramos las ventanas,
los buses,
los horarios.
Rompemos las paredes porque a tu madre
yo la declaro en desacato
por tantas veces que quiso salirse con la suya.
Que tan solos nos hemos ido quedando,
y que solitaria es esta muerte
que hoy se atropella en nuestros ojos.
Estas pocas monedas que conservo
para salir otra vez
a prepararte con los huevos de Dios
el amanecer y el desayuno
(En Confesión
al llegar el día. Pág. 52)
14
En esta sección, como en toda la poesía de Solera, no
faltan (sí y llegan a sobrar) las referencias al bar, al licor, tan repetitivas
siempre.
Tantas
derrotas que sin saberlo
El licor esta
noche me improvisa.
15
Cierra este poemario con la breve sección Álbum de
Familia compuesto por cuatro poemas, que más que un recorrido por el apego y
los vínculos y remembranzas de parientes se concentra y se dirige a uno solo de
ellos: la madre, en sus transfiguraciones, primer amor y animal para el
sacrificio, son poemas sentidos y dolorosos de un tiempo que no está
absolutamente perdido ni recuperado y donde sobresale con una contundencia y
belleza contenida el poema final Umbral.
Hoy regreso a
esta casa.
Esta casa que
al final de las manos me dejaste.
Esta casa que
es un suplicio,
Una promesa
solemne
Antes de que
intente caminar.
A ella
regreso arrepentido,
Cargando a
mis espaldas
Esta ternura
desigual e incontenible,
Este mentón
extravagante y rutinario.
Regreso al
amor que te llevaste,
A la deslumbrante
perversidad que tienen tus ojos.
Regreso
triunfante a esta casa.
Esta casa y
este olvido
Del que pocas
veces se regresa.
(En Umbral.
Pág. 61)
16
Epitafios
inútiles, es el tercer poemario al que nos vamos a referir. Publicado por
la Editorial de la UCR, esta vez en 2014. Viene con un prólogo del poeta
Cristian Marcelo y se divide en dos secciones Epitafios la primera y Caer
la segunda. Qué paradójico es un epitafio, se dedican, se dirigen a los muertos
que no los escuchan, pero los leen los vivos.
Este poemario abre demoledoramente con Oración de la mañana, algo así como esas
palabras para comenzar el día, pero no se le dicen a un dios, o sí, al
patriarca, a esa figura inseminadora y de autoridad irrefutable, a la que se
interpela sin concesiones, y se le reprocha esa presencia más allá de la
muerte, figura dolorosa, un poema de factura impecable y avasallador.
Hoy no puedo
contemplar los ojos de mi padre.
me duele su
extraña impureza,
su maldita
imprudencia,
su aliento
corrupto y su mirada cobarde,
su instinto
asesino
con deseos de
vencerme.
Sería mejor
si faltara,
sino viniera
a sentarse a esta mesa,
sino
doblegara mis entrañas
son un poco
de ternura
y un cálido
olvido,
devoto desde
siempre
de lo
incorrecto y necesario.
Sería mejor,
lo sé,
atravesar en
lujoso tren el purgatorio,
tomar de
nuevo vacaciones siniestras
para no volver
a este desquicio,
no temerle a
esa oscuridad que me ofrecen
todas sus
carencias mayores:
darle un
buenas noches hipócrita a mi madre
que hoy no
vuelve a casa,
que hoy
visita otras praderas
y que hoy me
quiere desbordar
con la imagen
de este hermano que me inquieta
y que me
sangra.
Sería mejor
no reconocerlo en el espejo
con este
semblante que agoniza
ni dejarlo
acariciar
por última
vez a mi hijo
con la violencia
de las sombras.
Mejor no
acabar este poema
por el que
deberías mensualmente
pagarme
tributo,
después de
todo papá
aún llevas tu
ataúd a cuestas,
tu suerte de hombre
dormido,
taciturno y
condenado.
(Oración de
la mañana. Pág. 3-4)
Y no hemos acabado de reponernos de este poderoso
poema cuando leemos “Hastío” otro logro. La vos del poeta por fin reniega. ¿Estamos
ante el fracaso de la madre y el padre como instituciones?, Hemos construido
templos alrededor de la paternidad y la maternidad que de repente se hacen
pedazos contra el muro de la realidad, ¿tendremos que reconstruir estas
instituciones o abandonarlas?
Independientemente que se traten de madre o padre como
sujetos concretos, venidos de una experiencia particular, no dejan de
interpelar y golpearnos, ya sea en el lugar de hijo o hija, ya sea en el lugar
de padre o de madre, incluso ambos.
Esta noche
reniego de mis labios
Porque ya se
fueron todos mis fantasmas
Y estoy
obligado
A odiarte
como nunca.
Reniego por
los rosarios que me obligaste cada noche,
por los
zapatos apretadamente heridos
que solo a ti
me llevan,
por esa madre
que todavía observo
clavada en
tus ojos
mientras sus
pies recorren temidos cementerios
estancados en
el alma.
Al mismo
tiempo, lo sabes,
reniego
porque tu olor ya no está
en todas mis
cosas
y entonces no
puedo cobrarle la ausencia
ni amarrarte
a mis huesos
con el valor
de la nada.
Reniego
por esta
larga culpa que me oprime,
trivialidades
como el amor
y otras
quizá más
pequeñas.
(Hastío.
Pág. 5)
La herida y el resentimiento continúan, estos
poemas duelen mucho, En “Oración por el padre que no regresa, vuelve a
obligarnos el poeta a una catarsis, a un mirar hacia atrás.
Estos poemas son los que me hacen pensar en cuanto
hijo, y en cuanto a padre, hoy lidiamos con desafíos mayores, con las viejas
reglas de los patriarcas del antiguo testamento que ya no nos sirven de nada,
aquellas en que los hijos que denuncian a sus padres reciben la maldición de
estos.
Jamás podría
perdonarlo,
Si en este
instante me siento perdido
Como un niño
que no encuentra
una manera de
herirlo con palabras.
(En Oración
por el padre que nunca regresa. Pág. 9)
Los siguientes poemas se volverán tan circunstanciales
y seguramente diáfanos para el autor, pero densos, tanto que para mí lector se
vuelven difíciles de comprender, en medio de una espesa neblina de imágenes,
parecen entreverse las interpelaciones a la madre, a la muerte, quizás a las
expectativas insatisfechas de los progenitores:
Tantas culpas
me caben hoy en la cabeza
por no
atreverme a soñar.
Ya me aprieta
esta desidia del alcohol,
esta furia
ponzoñosa que quizá me dictamina,
esta venganza
siempre dulce
en la piel
del enemigo.
(En Carta
póstuma a mi madre. Pág. 11)
….
Mi visión del
paraíso es
Lo que sangra
en mis rodillas,
otra vez los
empedernidos
y furiosos ojos
de mi madre
que sube las
escaleras para venir a reclamarme
todos los
cementerios que ahora la nombran,
y que creo
también la
hacen falta.
(En Travesuras.
Pág. 13)
…
Mi madre
nunca supo
que habías
venido desde antes,
que ya traías
una señal
de luna
herida entre los ojos.
No estaba
segura,
Pero siempre
me preguntaba
Por qué la
noche es como un niño
Que llora desconsolado
cada uno de sus huesos.
(En Réquiem
final. Pág. 15)
Detengámonos un momento en este fragmento inicial
de “Réquiem final”, en los primeros cuatro versos se hace una referencia a una
tercera persona, ¿el padre?, y en los siguientes nos surge una duda, ¿quién
pregunta, el que narra, la madre? Eso tendrá implicaciones según como se
interprete, quién sabe si esta redacción tan ambigua es intencional o no, pero hace
más que difícil la lectura de estos versos. Cuando nos referíamos con
anterioridad a lo circunstancial de estos poemas, queremos decir que estos
apelan a situaciones, recuerdos, sentimientos que solo el poeta conoce, ¿por
qué la noche es como un niño que llora? Los textos se van blindando de imágenes
impenetrables, por donde a veces se cuelan pequeñas fogatas de sentido. Aquí me
siento más próximo a los poemas de
Canciones
alucinadas, grises, pesimistas, evocando el vacío y la derrota, el hastío
por lo cotidiano, la muerte, el alcohol
,
esa soledad casi voluntaria para sufrir “a gusto”.
Quiero
decirlo todo,
pero en este
poema que llevo conmigo
la muerte me
acecha,
(En Ebriedad.
Pág. 25)
….
Hoy tal vez
sobreviva
si es que no
salgo de casa,
si doy media
vuelta
y por Dios
que no intento adivinar
el hambre
ciega y fulminante
que me acecha
a esta hora.
(En Fin de
semana. Pág. 27)
Van cerrando esta primera sección dos poemas
enigmáticos, el primero por su título: “14 de julio” ¿La toma de la Bastilla o una
fecha muy personal para el autor? Y “Libros” con una dedicatoria que es un pequeño
poema: “Para aquellas que hablan de mí,
que me hieren, que me habitan” ¿Las palabras? Leamos unos fragmentos, que
mantienen como los anteriores ese permanente estado de ánimo gris y derrotado.
Fueron las
calles de algún barrio
que se desangra
en la tormenta,
las señales
que te envié en algún momento
y que no me
permitieron
levantar mi
bandera,
quizá las
derrotas que inventé para adorarte,
los hermanos
ilustres que perpetro en la lluvia
y este dolor
asesino que a veces
se me hace
innecesario,
porque va
subido en la montaña rusa
gritando a
más no poder
esta soledad
del amante que llora
-que llora inmensamente-
el final de
su tragedia.
(En 14 de
julio. Pág. 29)
En esta
soledad conservo
Todos los
libros que olvidé,
(…)
En ellos sigo
construyendo
los bares de
mala muerte que me han quedado
en la parte
de atrás de la mirada,
(…)
Son libros
que jamás escribí
y que están
estancados en la orilla
de una
biblioteca solitaria y vacía
donde a solas
quizá me reprimo
-pequeño dios
de lo inefable y lo posible-
sin ocultarlo
jamás.
(En Libros.
Págs. 31-32)
17
La segunda sección, Caer, aunque dentro de las
evocaciones, con la misma tonalidad resignada y estoica, sus poemas interpelan
directamente a alguien:
De pronto yo,
de rodillas y
al amparo del miedo,
Llorando como
un niño en el umbral de tu puerta,
proclamándome
Dios,
como tiene
que ser.
(En Que
suenen los tambores. Pág. 35)
Y más directamente, como Lillith, la misteriosa
primera mujer de la que habla el Talmud, o más bien transfiguración y diálogo
interior del poeta ante un espejo:
Pero no. Solo
soy el que padece
de todas tus
miserias,
las marcas de
este dios arrepentido
que también
cabalga solitario
al otro lado
del espejo.
(En Lillith.
Pág. 37)
Es notable esa redondez y esa insistencia a la
infancia y la voluntad deificada en el poeta al mismo tiempo que admite la
imposibilidad, y la soledad como destino:
En este poema
leerte lo que
tanto anhelo es lo correcto,
decirte un
homenaje
hasta salir
de mis zapatos,
Acompañarte
es la señal de un paraíso
al que no
estoy acostumbrado.
Soy el niño
de migajas y de juegos
al que tu le
arruinas las palabras,
el hombre que
se arriesga y apuesta
en otra ronda
de la suerte
la mitad de
sus heridas.
Pero no más
canciones ceremoniales
ni multitudes
que sangren
a través del
rocío,
no más
callejones que no debo explicarte.
hoy me retiro
para siempre
para que
puedas cantar.
(Hermosa
fotografía. Págs., 39-40)
Y luego una pequeña joya, Aquel beso poema
redondo y encantador, que sabe a búsqueda y revancha, a comienzo de semana y
entusiasmo contenido, vale destacarlo:
Amanezco con
los zapatos atorados
Después de
tanto vuelo.
Me cambio de
ropa y de piel,
de camisa y
de noche y d incendio
para
finalmente arrebatarte
este lenguaje
cotidiano a la agonía.
Es domingo,
un domingo
para salir a la calle
y olvidarme
de esta ciudad
en su
enjambre de luces desorientadas y tristes.
Para mirarme
alocadamente guerrillero
y después de
todo eso
salir a
vengarme del enemigo
en cada una
de sus puertas.
Un domingo
para descubrir también
ese parque
prohibido
que muy,
muy en el
fondo de la noche,
nadie todavía
te perdona.
(Aquel beso.
Pág., 41)
Con todo, sentimos que a estas alturas el poemario está
a la deriva de una corriente oscura que se ha quedado estancada en sus propios
escombros. Parece que el autor está escribiendo siempre el mismo poema una y
otra vez, el poema de su soledad, de su resignación, de su contemplación entre
sombras, ausencias y su triste figura. El poema homónimo de la segunda sección no
es más que una reiteración de lo que nos viene desgranando anteriormente y así
hasta el final del poemario.
Qué difícil
aceptar todas
las consecuencias
Que arrastra
el olvido.
negarme por
un segundo a la plenitud de tus ojos,
a la música
vencida y quizá estrafalaria
que nos hará
descubrir
que hoy no
pretendo tinieblas.
(En Caer.
Pág. 43)
…
Cartas que
había escrito,
pensando en
la forma que tuviste de mirarme
a través de
los ojos
de una
cerradura indecisa.
Las he
enviado
con esa
tranquilidad que tiene un condenado
cuando la
vida apenas comienza.
Deberás
leerlas
con esa
disposición que tienes de convocarme a la ausencia
Y
reclamármelo todo.
Son cartas.
Malditas cartas sin destinatario
que como tú,
Yo sé.
No llegarán
nunca.
(En Cartas.
Pág. 45)
…
Podías
quererme, aunque fui solamente
el niño que
perdió su entusiasmo
en esta calle
repetida
donde alguna
vez te reclamé
mi escarnio
de los días ya vencidos,
ese
malentendido doloroso
de besarte
muchas veces
con esta demoníaca
epifanía de la noche
que hoy me
devuelve inexplicablemente
hacia la
nada,
peor que un
pobre diablo
abandonado a
su suerte en la orilla del mundo,
sin coartada
y sin tregua.
(En Llegar
tarde a casa. Pág. 47)
…
Me queda la
duda de no saber
Exactamente
lo que fuimos,
Aunque yo
conozco bien mi soledad,
Este mor que
algún día, sin pensarlo,
Me dejarás
custodiando
Con paciencia
de artesano entre las sombras.
(En Recuentos.
Págs. 49-50)
18
El poemario que nos ocupa ahora es Canciones de
amor contra la infamia, bajo el sello Bohemia ediciones, último trabajo impreso
(por ahora) de Solera en el 2018, el cual viene acompañado de una presentación
suscrita por Guillermo Fernández, en la cual reafirma esos tópicos que ya hemos
recorrido en los poemarios anteriores y que son marca de autor y hasta cierto
punto distintivos y diferenciadores de su obra, dice: “Su poesía es desolada
y con pocos portillos hacia un solar, incluso la desolación misma es e clima de todo su universo poético”. Dividido en
tres secciones “Sé que soy humo”, “Hoteles de paso” y “Manual de las causas perdidas”. Vamos a los textos.
19
En la primera sección Sé que soy humo, título que
da a entender la levedad de un sujeto que se disipa hasta desaparecer.
Ciertamente son poemas apretados entre sí y torrenciales de imágenes una tras
otra, en que se todo es áspero y gris, más que narrarnos o conducirnos, crea
una atmósfera anímica de fatalidad y resignación. No sé si inadvertida o
conscientemente, el autor quiso hacer como en el título uno de los poemas: un Autorretrato
infame, ante todo son poemas en que el poeta se interpela así mismo, yo soy,
repite insistentemente, en lo que es o no es, en la auto recriminación y en la
derrota.
Soy el paria,
el inútil,
el padre que
elegiste cuando no me conocías.
El asesino d
tus ojos
cuando
llegaron los bailes y las bestias.
Un condenado
que se sienta a olvidar
las cosas que
de vos todavía recuerdo.
(En La
canción de los bailes y las bestias. Pág. 14
…
Fui el padre
amenazante.
El payaso
espantapájaros.
El soldado
con espada en la mano,
(En Hoja de vuelo.
Pág. 16)
…
Vengo a
jurarte que soy infeliz.
(En Mala
praxis. Pág. 19)
…
A estas
alturas de la vida no soy nada,
solo este
maniquí insoportable que sonríe solo.
Solo estas
ganas de extender los brazos
y dejarme ir
para ver cómo
me revuelcan,
ya sin vos,
los aires más
tristes y espeluznantes de la noche.
(En Saltar al
vacío. Pág. 22)
En los poemas finales de esta primera sección se
hace más patente la interpelación, por demás ambigua del poeta al padre, y
desde el padre hacia el poeta, se transmutan.
Mi padre,
víctima insistente de sí mismo.
Inquisidor de
estrellas verdes y rabiosas.
Un tipo que
no pronuncia mi nombre roto.
Que, en fin,
como yo, ya no podría salvarse.
(En Caer.
Pág. 28)
…
No quiero tus
recuerdos,
dijo el poeta
en silencio.
Te lo pide
este Cristo que te observa de reojo.
Este cadáver
que viene,
sin pasado ni
memoria,
a reclamar tu
corazón.
(En Habitar
el país de las bestias. Pág. 31-32)
20
En la segunda sección, Hoteles de paso, queda
resonando la levedad de lo pasajero e inercial de lo que no llegó ni amor de
una noche, pequeñas reminiscencias de mujeres que no se pudo retener ni amar. Incluso,
hasta pequeños destellos del autor por desprenderse un poco de la comodidad con
la que suele componer sus poemas, tal es el caso de “Pirotecnia” y “Retrato
erótico de una mujer a quien no amé”.
Ya no te amo.
Ya no te miraré a los ojos,
esperando aquí, entre misterio y pesadumbre,
la destrucción que nos deja un huracán
estupendo.
Ya no pensaré más que en quererte,
en apartarme de tu cintura
para reclamarte escupitajos y celajes,
lo que se gritan cuando muerden los poetas
y no reconocen nada de nosotros mismos.
En esta ciudad bulliciosa
no habrá otros naufragios,
sueños,
mundos,
lapiceros esquivos.
Esta noche mi vida se partirá en rodajas,
y por cuarta o quinta vez
será lo mismo de siempre.
Una celebración en mitad de la nada
un la que no aprendo nunca a cantar.
(Pirotecnia. Pág. 40)
…
Más allá de todo
lo que te queda es olvidar
esta oscura habitación
que nos ignora, que nos contamina,
que nos vuelve espíritus retorcidos
en un jardín cerrado.
Afrontar que el semen
es algo así como un pequeño dios
sempiterno, orgulloso y clandestino.
Que se debe tener cuidado con él.
Porque fluye.
Golpea.
Saca su martillo y su hacha.
Porque hace figuras larguísimas
en tu garganta
cada vez que resbala hacia ella
en medio de las sombras.
(Retrato erótico de una mujer a quien no amé.
Pág. 43)
21
En este poemario, como en todos los anteriores a
los que me referido, estarán las insistentes imágenes al niño: “en los ojos
mutilados de un niño” (En Espíritus. Pág. 25), “un niño que cantaba sin cuerdas
vocales” (En Variaciones sobre una apuesta de cantina. Pág. 30) y también las
imágenes alcohólicas: “A corroborar que los monstruos se esconden entre
vestíbulos, entre bares, y escritorios que semejan paraísos (En Mala praxis. Pág.
19), “Conoció de borracheras” (En Caer. Pág. 29), “Pero estaba cansado de
defraudarme, de consolarme a mí mismo, de que unos tragos de whisky no me
deformaran el alma.” (En Variaciones sobre una apuesta de cantina. Pág. 30), “La
cerveza era droga que mordía y que sangraba.” (En Retratos en el parque. Pág. 35),
“Te lo confieso en esta cantina” (En Conjeturas y espejismos. Pág. 45). Para
citar algunas.
22
En la tercera parte del poemario, Manual de las
causas perdidas que no es manual, sino más bien un conjunto de poemas sueltos
que los une el persistente y conocido estado de ánimo del poeta, la derrota, el
gris, el gris, ¡el gris! Declina, nada dice que no leyéramos en anteriores
poemas, ahí está la infancia, la ciudad, la cantina, y todos esos persistentes
elementos, reiterados, tratados desde esa cerrada subjetividad que solo el
autor sabrá, y que en general pocas veces platica o interpela al lector, tan
introspectiva es la poesía de Solera que ignoramos si alguna vez el lector fue
tomado en cuenta.
No encontramos el desgarramiento existencial, al
contrario, nuestro poeta no se revela, se emborracha estoicamente con su
derrota, suya solamente, no la comparte con nadie más.
Como un músico solista de jazz que sobre un tema,
apenas un riff de unos cuantos acordes, el poeta ha venido haciendo variaciones
y variaciones, a tal grado que olvidó a su audiencia, la banda que toca a su
lado, las luces que lo enfocan, tan obstinado está en lo suyo.
Grato sería, un giro, no en cuanto al fondo, sino al
tratamiento de sus gastados materiales, lo que nos ofrezca en el futuro el
poeta será: o más de lo mismo, o un desafío.
Germán Hernández.