El perro semi hundido (detalle) Francisco de Goya |
El perro
¡Cómo los elementos se endurecen!
La luz lunar, la peña como tiza,
en cuyo seno blanco ahora yacemos
—Sucesos.
Sylvia Plath
Saco una cerveza del refrigerador y
salgo a la calle un rato. Veo a un perro en la terraza de la casa de enfrente.
Está en medio de dos barrotes de la barandilla y mira con recelo a la calle.
Me acabo la cerveza, hago puño la lata
y la dejo en la basura. Entro a la casa y me voy al sillón de la sala.
Enciendo la televisión y le pregunto a
Sara por la cena. “A comenzar voy” me dice. Hago cálculos en mi cabeza y me doy
tiempo para salir a fumar un cigarrillo. Le pregunto a Sara por la cajetilla y
me dice que no sabe dónde la dejó.
Apenas la escucho y en eso la vi junto
al control del televisor. La tomé y salí a la calle.
Enciendo el cigarro y veo pasar a una
pareja con sus dos hijos. Los saludo, y el tipo me contesta con una sonrisa
amable.
Veo la calle y de repente subo la
mirada a la terraza de enfrente y veo otra vez al perro mirando la calle con el
recelo más puro. Pero esta vez noto algo más; algo que no vi la otra vez: la
tristeza de aquella imagen. Me da miedo, pues me doy cuenta que la tristeza
está sumamente marcada en sus ojos.
El cigarrillo se consume por completo
rápido, pero me quedo viendo por unos minutos más.
Tengo el impulso de ir a tocar la
puerta, veo a ambos lados de la calle y no veo a nadie, entonces cruzo la
calle. Toco la puerta de la casa, y el perro no se mueve. Ni siquiera nota que
estoy tocando.
Nadie responde. Toco otra vez y sigue
sin pasar nada. Le hablo al perro, le grito, pero tampoco responde. No puede
notar nada. Se queda absorto mirando a la calle donde no pasa nada.
Sara sale de la casa. Lleva puesto un
suéter que se acaba de poner, y trae otro en la mano derecha para mí. Me
pregunta qué pasa, y le cuento lo del perro. Se queda sorprendida como yo, pero
trata de dejarlo olvidado. “Ya está la cena servida” me dice. Me pone el suéter
en el hombro y regresa a la casa.
Veo al perro por última vez; le aplaudo
y nada.
Entro a la casa, y Sara no me pregunta
ni yo le digo nada. Me doy cuenta que no es algo que quiero hablar. Cenamos y
luego vemos la televisión por un rato.
Sara e dice que vayamos a la cama, que
ya tiene sueño. Le respondo que está bien, apago la televisión y subimos.
Nos dormimos rápido, pero después de un
rato me despierto sobresaltado. Unos nervudo ladrido me retumba en la cabeza.
Luego otro, y otro, y otro más.
Me levanto de la cama y veo por la
ventana, pero el perro ya no está. Bajo la mirada buscándolo pero tampoco está
en la calle.
Entonces desde ese día ya no puedo
salir de la casa, por los ladridos. Ustedes saben.
Vladimir Chanchán nació el 28 de Agosto de 1995. San Salvador, El Salvador. Escribe
cuentos mientras se le queman los frijoles en la cacerola. Se gradúa del
Colegio Externado de San José en 2012.
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