Cruz de olvido es una novela significativa en la narrativa
costarricense. Aglutina todas las obsesiones y las aspiraciones de su autor que desarrollará en los refritos de sus novelas posteriores, y especialmente el plan de hacer una novela
total donde se reúnan los gestos y modos anteriores, el estado de ánimo de una
ciudad y de una nación, lo intemporal y universal.
También supone el inicio a un ininterrumpido proceso de
desmitificación de la idealizada Costa Rica, jardín de las Américas, remanso de
paz y Suiza centroamericana, y de ahí, todos sus derivados, está de moda en nuestra
literatura basurearnos. La borrachera postmoderna nos hace sexys. A la manera de
un Horacio Castellanos con su obra “El Asco” en el caso salvadoreño. Intuyo
que es en Costa Rica donde mejor que en cualquier otra nación de Centroamérica
reside ese sentimiento.
Y es que puede ser que esa supuesta excepcionalidad, en la
que siempre hemos creído, nos ha aislado y hasta protegido, qué doloroso es cuando todas las fachadas se derrumban, cuando el deseo, los ideales, las instituciones arden hasta las cenizas y se contempla el vacío, sin ningún horizonte a donde mirar. Cruz de olvido se vuelve relevante hoy, no porque anticipe la corroída decepción de contemplar nuestro reverso y las idealizaciones de la patria, (porque la porquería
siempre estuvo allí), sino por que sigue igual o peor.
El texto es torrencial, denso, hiperbólico hasta lo
caricaturesco, compuesto por veintidós capítulos que pueden ser leídos
aleatoriamente, pues su mínima trama lo permite y no es más que sustrato para
sostener el discurso diluviar que construye Cortés de manera intersticial,
abarrotando cada ángulo, como si intentara no dejar nada por decir. Y lo
consigue, al punto de llegar a aburrirnos, ciertamente hay momentos en que el
relato no hace más que redundar y machacar sobre sí mismo.
Es a partir del capítulo VI “40 años no es nada” que la
novela por fin arranca y da inicio a una secuencia alucinante hasta el capítulo
X, ese es el núcleo y el alma de la novela, se complementará magistralmente con
el “XIX. La segunda aparición de la Virgen de los Ángeles o una loca noche de
copas”
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Carlos Cortés |
Hay otros capítulos que no logran ser orgánicos con la
novela, que no suman ni restan: el “XIII. Marzo se me hace tan largo” pieza que
con un tono más cercano al realismo mágico anticipa obras posteriores del autor
como el relato “Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión” y su
posterior prolongación en la novela “Larga noche hacia mi madre”. Tampoco
engarzan ya en el transcurso de la novela largos raccontos como “XVI. Cinco
días de oscuridad” y la ripiosa repetición de lo “costarrisible” (como decía la
mal amada Eunice Odio), pero que a estas alturas del relato se inserta
forzadamente, o bien el precioso capítulo “XVII. La comandante Laura” que
tampoco se integra, ya el personaje Martín Amador pasó hace mucho en el libro
de ser un protagonista a ser tan solo un narrador.
Logra la novela por fin alcanzar la circularidad con su leit
motiv “En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang”, hacia un final que ya no
importa mucho, realmente la trama de la novela es tan poco importante. Martín
termina tan patético como comienza, y reúne toda la desesperanza de una
generación traicionada en su encuentro con Jaime. Pero ya no importa, una
novela que por la falta de contención y discernimiento de su autor, derrama
páginas y páginas, recalcitrantres párrafos sobreedificados donde su genio se
empacha.
Germán Hernández