Misivas Imposibles
Aquella
mañana, el Sombrerero Loco decidió escribir una carta.
“Querida
Alicia:
¿Cuándo
vas a regresar? Te echo de menos.”
Siempre
tuyo, el Sombrerero.
Más
tarde decidió no enviarla. Quizás Alicia ya no le recordaba, o había elegido
otro lugar donde no tener que contestar preguntas absurdas. Al fin y al cabo,
tampoco es tan divertido jugar al cróquet con erizos y flamencos, y mucho menos
que alguien desee cortarte la cabeza. Alicia siempre fue valiente pero no
estúpida. Se sirvió otro té y lo endulzó con dos terrones de melancolía.
Antes
de desayunar, Alicia optó por hacer una de esas cosas imposibles. Entonces
escribió:
Querido
Sombrerero:
¿Podrías
venir a buscarme? Creo que he perdido a la niña que habitaba en mi.
Alicia.
Pentimento, diario de lo que sucede
entre mis pechos.
Sevilla,
15 de octubre de 2011
El
viaje hasta la casa ha sido silencioso. Yo me he entretenido en descifrar las
imágenes que se proyectaban a través del puzzle de luz que construían los
árboles y también a sonreír. Mientras tanto, él conducía, deleitado en la
música y en mis piernas. Piernas de niña, como le gusta decir. Está enamorado
de los pinos, por eso insiste en visitar ese lugar, circular por esa carretera.
“Nunca
me dices qué es lo que te gusta de mí, lo que te impulsó a elegir esta vida
conmigo”, me ha preguntado. Nunca le respondo a esas preguntas y quizás por eso
me las hace. Cerrando los ojos le contesté: “Yo no sé hablar del amor”.
Le
escuché murmurar un “ya” y con eso entendí todo lo que él comprendía y que yo
jamás había dicho. Todas las cosas que se arremolinaban en mis tripas esperando
tan solo el disparo de salida para precipitarse hacia él, todas y cada una de
las certezas que nunca escuchó. Pero, si yo hubiera sido honesta con él y conmigo,
hasta con el espejo, habría contestado:
“Me
gusta tu nariz y el diente que se te rompió mientras esquiabas. Me gusta como
se te arruga la camisa y no te importa. Me gustan tus dedos ágiles acariciando
mi piel. Me gusta usar tu camiseta de Canadá y oler a ti. Me gusta la crisálida
que formas con tus brazos porque allí me siento protegida. Me gustan tus cartas
de una sola línea: ¿Te he dicho hoy que me encantas? Y me gusta cómo me miras,
con esa mirada de niño grande, con los ojos ingenuos y voraces de quién parece
estar observando a un ángel. Pero sobre todas las cosas, lo que más me gusta es
que todo eso puede ocurrir en el interior de tu coche, mientras los espejos dan
cuenta del delirio de tus manos en mi sexo, de mis ojos proyectando la dulzura de
toda tu grandeza. De ti y de mi atrapados para siempre en un espacio-tiempo
perfecto”.
Si
debería ser honesta… pero bueno, quizás mañana.
Habitando en la Luna
La
pequeña Luna se acercó sonriente a la mujer que tarareaba aquella bonita canción
infantil junto a la salida del jardín: “Dulce voz, ven a mí, haz que el alma
recuerde…”
—Qué
canción más bonita.
La
mujer se giró con una sonrisa.
—
¿Te gusta?
La
niña asintió con un ligero movimiento de cabeza. Ambas continuaron cantando
ajenas al resto del mundo, mientras se dirigían hacia una de las butacas de
mimbre.
—Vamos
a hacer algo con esas coletas ― le sugirió la mujer ―. ¿Quién te ha peinado,
chiquilla?
—Mi
papi ― musitó la niña.
—
¿Y qué pasa, que llegaste la última cuando repartieron los padres? — bromeó la
mujer.
Ambas
rieron y Luna se dejó peinar sentada en el regazo de aquella mujer de mirada
perdida.
Desde
el rincón, Francisco contenía las lágrimas y luchaba contra el dolor que le
oprimía el pecho. Todos los sábados se repetía la misma historia. Todos los
sábados se veía obligado a soportar cómo su mujer de treinta y ocho años no les
reconocía, atrapada entre las paredes de aquella residencia, atrapada en las
fauces del Alzheimer.
Pequeño Bestiario de Seres Interiores:
La Libélula
DONDE
HABITA:
Toda
libélula mora en el reino de los sueños.
SU
IMPERFECTA ANATOMÍA:
Frágil
como el cristal de una pompa de jabón, una libélula solo adquiere el peso de
los besos que transporta entre sus alas. La eclosión de una libélula interior
es el fruto del lento madurar de una mujer que nunca dejará de ser niña.
QUÉ
HACE Y DESHACE:
Una
libélula está condenada a esperar detrás de la puerta, desde allí observa
caprichosa cuando su amor entra y cuando se va. En cada tránsito ella le
entrega una parte de su alma.
LO
QUE AMA:
La
tortura de una libélula está en haber elegido —entre todos los seres que
habitan el submundo emocional—, a aquel que reside en la otra orilla del río
que no puede cruzar.
LO
QUE ESCONDE:
Una
pestaña que robó en el más incauto de los sueños, un frasco de esencia de
anhelo y dos cajas de cuchufletas.
SU
SECRETO:
Tú.
La Espera
Como
cada día María espera el autobús de las seis. Siempre con cinco minutos de
retraso, el chirriante vehículo abre sus puertas y ella sonríe entusiasta.
Cierra su lectura y se atilda la falda antes de subir. Los peldaños de subida
son para ella como un pequeño camino de baldosas amarillas que la han de llevar
hasta su secreto objeto de deseo. Jaime, el chofer, que la ha de saludar como
cada día con un cortés: “Buenos días, señorita”. María levanta la mirada y cualquier
atisbo de felicidad se desvanece de su rostro ante la presencia de un poblado
bigote y una camisa sudada absolutamente desconocidas. Se recompone pero los
pasos que la conducen hasta su asiento junto a la ventana están poblados de una
oleada de desilusión que le arrasa el alma. Entonces recuerda las palabras de
su madre: “La desilusión se pega al alma como la melaza”. Qué sentido tiene
ahora juguetear con el bies de la falda para captar su atención a través del
espejo retrovisor. Para qué dejar caer el libro y permitir que el aroma de su
cabello le alcancé en un sutil movimiento. María baja del autobús apretando el
libro sobre el pecho y de camino el paso. Solo entonces permite que las gruesas
lágrimas del desencanto comiencen a surcar su rostro. Lágrimas dulces de
melaza.
Laura Frost. Nació hace 37 en Minas de Riotinto, Huelva. Aunque
centra su actividad profesional en el ámbito de la intervención sociofamiliar, más
concretamente en el área de Protección de Menores, la escritura es su principal
vía de escape. Las historias mínimas son sus preferidas, esos pequeños bocados
de realidad y ficción que se condensan en pocas palabras como un disparo
emocional directo al corazón del lector. En los próximos meses algunos de sus
microrrelatos saldrán publicados en la primera edición de Gigantes de Liliput y
también muy pronto dispondrá de un libro eléctrónico donde se recogerán las
pequeñas historias que dan vida a Dragonfly, su blog. Ama a su familia y a las
libélulas. Visite el blog de la autora: http://www.elhadapirata.blogspot.com/
Aquí puede descargar en formato pdf: Laura Frost - Misivas Imposibles y otros cuentos