“El diminuto
corazón de la iguana” es la primera novela impresa de este joven y talentoso
narrador, la cual ganó el premio de novela de la Editorial Costa Rica y al año
siguiente fue galardonada con el premio Aquileo en esa rama, ¡doble
reconocimiento!
El narrador
protagonista de la novela ha sido herido en su brazo, y por eso ha sido
internado en el hospital, y aparentemente desde ahí, en medio del delirio, o
más bien desdoblamiento, en un largo monólogo interior divagará en medio de
sueños, recuerdos y ensoñaciones; a través de su voz se escucharán otras voces,
otros lugares, distantes e inmediatos, pasados y presentes, como si en un
estado alterado de conciencia, asomado a un Aleph, contemplara la totalidad sin
límites espacio-temporales.
Hay que
conceder a regañadientes una licencia al autor sobre el escenario inmediato de
los acontecimientos que es el Hospital Calderón Guardia, donde curiosamente los
pacientes están todos revueltos sin importar el padecimiento, sexo o edad, al
menos para quien conoce al Hospital Calderón Guardia de la realidad, sabe que
eso no es así, y que no hay coincidencia con el hospital ficcional de la
novela, ese encontronazo se hubiera evitado fácilmente omitiendo el nombre del
nosocomio, que no hace falta y más bien limita.
Hablamos de una
novela en cascada, en caída libre, torrentosa, hábilmente tejida, las
perícopas: del hospital, del seco, niquita, pamela, zeidy y antonio, macho
cruz, erika, miguel, alberto reyes y manuel mora, entre otras, se intercalan,
se difuminan, el artificio funciona continuamente mediante el uso de la primera
persona y la segunda persona singular, menos afortunado es el uso de la
conjugación de los tiempos verbales. Con ello el autor logra un efecto de
simultaneidad, como si todo fuera ahí y ahora. El narrador desdoblado,
sublimado, como en un viaje astral traspasa el hospital en que está, se mueve
en el tiempo y en el espacio, habita la vos de los personajes que evoca, los
revive.
Son estas
perícopas las que salvan la novela, pues el recargado y ripioso monólogo del
narrador termina a veces en una rebuscada forma de decir cosas muy sencillas de
la manera más confusa posible:
“Cuando era más joven, faltaba al colegio, recién
ingresado, salía de casa y viraba la esquina. Me quitaba la camisa del colegio,
sacaba alguna otra camisa de dentro del bulto, y la otra la guardaba de
consecuencias.” (pág. 74)
De ahí, que me
interesa cuestionar algunas proposiciones sobre la excepcionalidad y
experimentalidad de “El diminuto corazón de la Iguana”.
Dice nuestra
apreciada novelista Ana Cristina Rossi que: “esta
es una novela excepcional por varias razones, pero hay tres muy llamativas. La
primera es su innegable calidad, que no tiene altibajos. La segunda es que se
trata de una novela de lenguaje. En efecto, hay numerosos personajes: hombres,
mujeres, niños; pero el más importante es la voz autor/narrador que se
despliega desde el principio y estira, encoge, pliega, despliega y moldea a su
gusto la lengua; y, de paso, da enorme gusto y sorpresas al lector.
La tercera razón es que el autor/narrador habla desde
los bajos fondos de Costa Rica –se puede decir–, inmigración nicaragüense
incluida.”
Vamos a ver, la
novela es excepcional porque tiene “calidad”, extraño juicio, la calidad no es
algo excepcional en la narrativa actual costarricense, obras formalmente
emparentadas con la que reseñamos aquí como “Canción por la muerte de los
niños” de Alexander Obando, “Soy el Enano de la mano Larga-larga”, de Jorge
Jiménez, “La paciencia de los insectos” de José Solórzano, “Diluvio Universal”
de Guillermo Barquero, por citar las primeras que se me vienen a la mente son
ejemplos de que calidad hay, y que eso no es una excepción.
La novela es
excepcional porque se trata de una “novela de lenguaje”, bueno, esto es como
llover sobre mojado, donde Rossi lo que quiere destacar es el protagonismo de
la voz autor/narrador, eso tampoco nos parece que tenga nada excepcional en la
narrativa costarricense, más bien se abusa de ello.
La novela es
excepcional porque “el autor/narrador habla desde los bajos fondos”, eso
tampoco es excepcional, la marginalidad y la exclusión social son tópicos
usuales de la narrativa costarricense. En realidad, ni por estos motivos, ni
por los varios que Rossi no dice, “El diminuto corazón de la iguana es
excepcional. Pero, ¿Es experimental?
En el fallo del
jurado del premio de la Editorial Costa Rica se dice: “es un texto experimental que posee una marcada pluralidad de voces”
Anacristina Rossi, Rafael Ángel Herra, Ruth Cubillo.
Toda novela es
un experimento de resultados inciertos y erráticos. Pero más o menos se ha
generalizado que la novela “experimental” o “estructural” (como también se le
llama), despliega desde los años sesenta del siglo pasado, como una ruptura al
realismo, en particular al realismo social, en el caso de “El diminuto corazón
de la iguana” se mueve entre las dos aguas, algo característico de la última
narrativa costarricense, no logramos todavía ese desgarramiento entre la obra
de autor y la funcionalidad testimonial
y social.
Creo que
Alfonso Chase acierta en parte refiriéndose a esta novela de Piedra cuando
afirma que: "El diminuto corazón de la iguana" tiene un aire de los
antiguos escritos de los creadores y narradores beatniks y si fuera escrito en
primera persona, con un personaje central, doble del autor, con aires de Henry
Miller, Raymond Quenau o de José Revueltas”
Cirus Sh. Piedra - Fotografía de Mariella del Risco |
Digo que, en
parte, pues la novela sí está escrita en primera persona y el personaje central
sí es doble del autor, y que el cambio de personaje en primera o segunda
persona singular no es más que la impostación del único autor/narrador que es
Cirus Sh Piedra. Más el acierto es esa ubicación temporal en el estilo.
Efectivamente la novela de Piedra coincide con muchas de las proposiciones de
lo denominado novela experimental, caracterizada por la elaboración de
personajes en conflicto con sus existencias, en una búsqueda constante de
sentido y de sí mismos, donde el antes, la evocación, el recuerdo, la
causalidad ha marcado sus vidas, y la narración gira entorno a los
protagonistas y su reflexión sobre sí mismos; donde se prescinde del argumento
y la narración plantea una trama mínima como sustrato para el desarrollo de
múltiples planos, lo que complica el relato y se vuelve exigente al lector dado
que su estructura se vuelve compleja: se eliminan los capítulos, los
encabezados, los puentes, el relato recurre al punto de vista múltiple (aunque
no en este caso), es decir que sobre un hecho se exponen las diversas perspectivas
de los personajes (el narrador está tan presente en esta novela que impide el
verdadero despliegue del resto los personajes, solo existe un punto de vista) y
avanza mediante el contrapunto de las perícopas, el cruce de caminos entre
historias más o menos paralelas, más o menos convergentes y finalmente la
ruptura lineal del tiempo, el empleo de la analépsis, y la simultaneidad, una
técnica que siento adoptada hoy día del “video-clip” y el “trailer
cinematográfico” géneros emergentes y de enorme influencia en las “mass media”
y en la narrativa actual.
Respecto al
manejo del lenguaje rompe con lo formal, emplea el neologismo, el
extranjerismo, el cultismo, y el coloquialismo de manera arbitraria, sin
distinción, interpolados; se juega con la puntuación, con la ortografía, se
alargan las oraciones y los párrafos, para compactar el relato, para mostrarlo
como un todo indisoluble.
Ciertamente,
“El diminuto corazón de la iguana” aplica la mayoría de estos viejos recursos, por
eso no se comprende el fallo del jurado de los premios nacionales del 2014
cuando afirman: "Posee un novedoso
uso del lenguaje, como si fuera inventado, más bien irreverente como el motor
de la creación de un mundo surrealista u onírico.”
Es en este
uso del lenguaje donde quiero observar, que es precisamente en este afán
experimental donde fácilmente se confunde el acierto con la pifia, dado que el
marco de referencia no existe como tal, las coordenadas en este tipo de novela
surgen de sí misma, por lo que el juicio del lector es determinante.
Por ejemplo, el
uso de minúsculas para los nombres propios de manera arbitraria, y en ocasiones
muy contadas en mayúsculas no es más que un capricho irreverente del autor sin
consecuencias que nada suman.
La recargada y
ripiosa retórica del autor/narrador, a veces de gran belleza plástica, como si
de pequeños poemas en prosa insertos se trataran, pero eso, insertos, no
integrados, donde una especie de visión cósmica, integradora y
trascendentalista rayando en la metafísica permite esa omnivisión del narrador
en el mejor de los casos, por citar uno de muchos:
“Lo veo abriendo ampliamente su mirada, y sentir
escalofrío. Le veo el pelaje moviéndose angustioso y nervioso, ese de mares y
moldeado de olas. Lo veo asombrado y temeroso, horrorizado y sin poder llamar a
la lluvia ni a los truenos por su nombre, simplemente jugando con su memoria de
días anteriores, de horror y miedo, de fuego en las copas de los árboles,
estruendos, colores oscuros…” (pág.98)
En los malos,
que los hay, una sobreadjetivación rimbombante:
“Soy como un abrazo gigante, espacial, cósmico,
utracosmológico, universal, icosaédrico, desplazante, nómada, estelar, vacío,
palpitante, atómico, nuclear, infinito, imposible de calcular.” (pág.103)
Y en los
peores, que también los hay, el autor/narrador intrusivo, haciendo glosas y
moralina:
“¿Es esto? ¿Escoger frugalmente en el supermercado?
¿Dosificar? ¿Racionar? ¿Teñirse de nombres que pronto habrá de olvidar la
memoria? ¿Inventar romances con fantasmas que nunca nunca tocarán a la puerta?
¿Calzar a la fuerza emociones para gente que pronto habrá de morir? ¿Sumar
varios números que resultarán a cero? ¿Abrir puertas de habitaciones que
siempre estarán vacías? ¿Transcribir visceral y esporádicamente pensamientos,
ideas? ¿De dónde nace este método de pensamiento? ¿De qué ha nacido esta
estructura consciente, que comanda la neuronal? ¿Por dónde va, a dónde planea
llegar? ¿Es todo esto fortuito, etéreo, romántico, el acto sin ligue de mover
las pestañas? ¿Iluminar el cuarto y topar con un reflejo en el espejo, a media
luz , sin poder enamorarme de esa imagen? Están las maletas ahí, la ropa está
ahí, desperdigada. El pan en la cocina, el café. La cama destendida está ahí,
los libros, la hornilla de gas, ahí. El baño, papel higiénico, las robustas
columnas de esta habitación, sí, todo ahí, ¿Y? ¿De qué todo esto? ¿Habría que
pensar en más que esto? ¿Vale todo esto más que un balde de pichas?” (pág.122)
En realidad
como lector quisiera que el texto me llevara a mí mismo a hacerme estas preguntas
sin la ayuda del autor/narrador/protagonista.
Vamos
terminando, entre las “historias entrelazadas” o que he preferido llamar
perícopas, hay una que siento que mejor alude a uno de los juicios de los
jurados que le otorgaron el premio Nacional Aquileo Echeverría: “Por ser una novela que fluye y fluye, como
un torrente verbal, donde los recuerdos se confunden con los sueños, las
pesadillas y las alucinaciones y porque es una cornucopia de personajes
desgarrados, marginales, que a pesar de
todo logran encontrar un hálito de esperanza en breves chispazos de ternura”
Ternura, sí, más bien sentí benevolencia y benignidad de parte del narrador con
sus personajes, y el acierto de no juzgarlos y más bien exponerlos auténticos y
tal como son y sienten, me refiero a la de “alberto reyes y manuel mora”. Me
sorprende por segunda vez lo interesante que resulta como personaje de ficción
el fundador del Partido Comunista Costarricense, la primera vez fue en el
cuentario “La última aventura de Batman” de Carlos Cortes donde aparece en un
cuento magnífico “La breve guerra civil del camarada Mora” y ahora en la novela
de Piedra. Sería perfecto este pasaje salvo por la reiterada expresión “otro
mundo es posible” en boca de Manuel Mora, lamentable anacronismo, dado que dicha
expresión surge del foro social mundial en Porto Alegre Brasil en el 2001; dudo
que alguna vez Manuel Mora la hubiera usado y menos con la carga panfletaria
con que se emplea en la novela de Piedra, pero salvo ese lunar, es una de las
perícopas que más hemos disfrutado.
“El diminuto
corazón de la iguana” es un texto pretencioso, en hora buena, pero le faltó
contención, el autor, lleno de recursos, escribió desbordadamente, como todo
experimento a veces acierta, otras no, y otras incluso no se sabe. Pero eso no
es importante. Mi recomendación sería que lograra abstraerse un poco más de su
obra y evitar ese protagonismo como autor/narrador, tenernos en consideración
como lectores. Para este autor ya reconocido y en auge, pienso que eso lo tiene
muy claro:
"No se le tiene que ir a uno a la cabeza, hay que
seguir escribiendo. Igual yo tengo mi oficio". Cirus Sh. Piedra (En Página cero)
“El diminuto
corazón de la iguana” es una novela que emplea los viejos recursos de la novela
experimental, no es una novela inusual o excepcional, pero sí una muestra de un
autor que va bien en el proceso de escribir una obra valiosa y perdurable.
Germán Hernández.