25/7/11

Juan Pablo Delgado - Cuentos





El suicidio de un amigo imaginario


 
¡No soy real!

 

La hormiga


 Una pequeña hormiga se encontró una piedra que concedía deseos, esta le pidió que le permitiera comerse el mundo; desde entonces el universo esta dentro de una hormiga y ella se ha quedado sola.



La tierra y el mar


 Se había enamorado de aquella mirada tan llena de pasión y amor. Esta le correspondió con un sí, fue de esa manera que el mar se cazó con la tierra, y el mundo fue perfecto, pero ella desvió su mirada hacia si misma, con la falsa confianza que él siempre la miraría, el mar extrañando aquella mirada de la que se había enamorado comenzó a buscarla en otra dirección, fueron unos ojos color de plata que llamaron nuevamente su atención, desde entonces mientras la tierra duerme el mar busca a su amante y cuando su esposa despierta el regresa a su lugar, será un día cuando la tierra se descuide por mucho tiempo que alzaremos la mirada al cielo y veremos una luna azul. 



¿Por que escribo?

 
 Esta pregunta me la hago cada vez que me siento frente a la pantalla de mi computadora, a veces siento que la respuesta es, para contar mi historia, pero la considero algo vacía, en el fondo creo que es por la promesa de ser algo mas que una cebra en la manada, mientras veía un documental de esto animales meditaba al respecto, dentro de la manada pueden haber unos diez mil individuos, si cien de ellos muere nadie se dará cuenta de eso. En ocasiones me siento como una cebra deseando ser como un león, cuando este gran felino mueve un dedo, toda la sabana se detiene para saber por que lo movió,  es mas que eso, yo dedico parte de mi tiempo a sentarme para golpear las teclas con mi dedos, es con la esperanza de convertir aquello que escribo en una estrella en el firmamento, para volverme eterno con ella, alcázar la inmortalidad. Sueño en que se convertirá en una galaxia como los cuentos Edgar Allan Poe o las historias de Sir Arthur Conan Doyle o me conformo que se trasforme es un supernova que ilumine el cosmos como Don Quijote de la Mancha. Se que el universo esta lleno de estrellas y que la posibilidad que se convierta en una estrella fugas es casi inminente, así que me pregunto si valdrá la pena invertir tanto tiempo y recurso en algo que tal ves nunca vea la luz. En ese momento miro al cielo y pienso que si no escribiera, el firmamento brillaría un poco menos.  

  

Juan Pablo Delgado. Nacido el 18 de febrero de 1983, en el pueblo de palmares, un año más tarde se traslado a la ciudad de Alajuela. Este hecho produjo que su niñez se dividiera en dos mundos; entre semana en una vida de una barrio suburbano y los fines de semana entre las mata de café de la finca de su abuelo paterno. En la educación siempre tuvo problema con la escritura y la lectura, hasta que descubrió en quinto año de colegio que padecía de dislexia, saco la Licenciatura en Ingeniería Industrial en la desaparecida Universidad Interamericana, y durante ese tiempo estuvo cuatro años en el grupo de teatro de esa institución, después de obtener el titulo conformo un grupo circense llamado Peletico, el cual se desintegro cinco años después. Estuvo tres años en la escuela de música de Santo Domingo de Heredia aprendiendo a tocar el violín, trabaja en una pequeña empresa de elaboración de embutidos. Durante los últimos dos años se ha dedicado al estudio del clown como arte escénico y del arte de cuenta cuento. Espera publicar para el 2012 su primer libro titulado “La noche de los Espantos”, actual mente dirige una página en Facebook  llamada Nuevos escritores costarricenses para incentivar la escritura en nuestro país.

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18/7/11

Rodrigo Soto - Rosanía y los gónsolos



Rosanía y los gónsolos
  
¿Cuándo inició el acoso de los gónsolos? Rosanía se lo pregunta siempre, se lo ha preguntado infinidad de veces, pero a ciencia cierta no puede responder. Pudo ser ayer, puede que fuera  hace veinte años, puede que no ocurra jamás, aunque esto último es improbable que suceda. Pues aunque los gónsolos, en sentido estricto, nunca la hayan atacado, su acoso es real y antiguo como la muerte, y como la muerte misma, podría decirse que la anteceden. La anteceden, sí, los malditos gónsolos, pues cuando piensa en ella, cuando se dice a secas: “Soy Rosanía, la de la llanura”, o “Soy la flaca Rosanía”, o “Soy Rosanía, la de las muchas pecas en la cara y en la espalda”, o “Soy Rosanía y no sé quién soy, o qué, pero aquí estoy para servirle a usted y a su familia”... En fin, cuando dice estas cosas, o las piensa, o las siente, Rosanía evoca siempre a los gónsolos, como si esos bichos viscosos, repugnantes y escurridizos estuvieran ligados a ella, como si  habitaran sus tripas o cavernas, o como si fueran su lado más oscuro y le pertenecieran.

¿Quiénes son los gónsolos? Rosanía lo ignora tanto como ignora quién es ella (salvo –claro–, que se limitara a decir: “Soy Rosanía, la que detesta (¿y teme?) a los gónsolos.” “¿Y quiénes son los gónsolos?”, preguntaría uno entonces, razonablemente. Y ella no podría más que responder: “Aquellos a quienes detesto (¿y temo?)”. Pero hacer esto sería una trampa, y aunque Rosanía no sepa de filosofía, se daría perfecta cuenta de ello, y por eso se limita a admitir que ignora quiénes son.

Asunto muy diferente es dilucidar si Rosanía teme a los gónsolos. ¿Les teme? Sí. ¿Les teme? No. Los detesta y los odia y les teme, es verdad. Pero, al mismo tiempo, admite que temería incluso más su inexistencia. ¿Quién llenaría el vacío de los gónsolos, de no existir ellos? Sin duda seres aún peores –más horribles, más amenazantes y vulgares–: entidades malignas que ni siquiera osa imaginar.

Con los gónsolos es distinto... A fuerza de convivir con ellos ha terminado por conocerlos: babas viscosas, lenguas funestas que llamean desde lo hondo. Los conoce. Los detesta. Les teme, sí, claro que les teme. Pero más temería su inexistencia, pues ese vacío, ese espacio de precipicio, sería habitado por otras entidades, sin duda más amenazantes y malignas.

Menudo dilema el de Rosanía: dilucidar quién es ella y quiénes son los gónsolos. Peor aún: entrever –con horror–  que ella y los gónsolos son una y la misma cosa, o al menos que ninguno podría existir sin el otro. “¿Quién soy yo? ¿El reverso de un gónsolo?”, medita Rosanía a veces, en sus horas extremas, cuando la desolación la abate. Y desde su interior, un gónsolo sombrío responde: “No: yo soy un eco de Rosanía, su reverso insomne...”

Los dos tienen razón. Ninguno la tiene. Pues Rosanía es algo más que el reverso de un gónsolo, y estos, a su vez, son algo más que meros ecos de ella. Pero la diferencia es sutil, y en las horas de insomnio o desánimo, a cualquiera se le escapan los detalles. Peor aún,   abominamos de ellos: uno quisiera aferrarse a lo obvio, a lo simple, lo brutal –mejor si cruel y despiadado–, como si con ello quisiera castigar ¿a quién?, redimirse ¿de qué?

En las horas malas la sutileza se vuelve enemiga, le escupimos a la cara con sarcasmo: “¡maldita puta vieja, no vengás a confundirme ahora, dejame hartar mi mierda en paz, hundirme en esta desolación que solo es mía!”

Peor para nosotros, pues la naturaleza –o como prefieren llamarla otros: la realidad– es sutil, nos guste o no...

¿Puede pensarse en algo más delicado que el plumaje de un colibrí o las tonalidades de un atardecer? Ahí vemos que no existen cortes brutales, sino más bien traslapes, superposiciones, sutiles deslizamientos donde de manera casi imperceptible algo se convierte en lo otro...

Lo mismo ocurre con Rosanía y los gónsolos: sus territorios se confunden y se superponen, aunque los separe un abismo. Pues ese precipicio lo crearon ellos y les pertenece en su totalidad.

Y así pasa su vida: escabulléndose de los gónsolos, buscándose en ellos, como si Rosanía supiera –y lo sabe–  que sus destinos están unidos, aunque no sepa bien desde cuándo ni cómo ni por qué motivo.



RODRIGO SOTO (San José, 1962). Escritor, guionista y productor audiovisual. Estudió filosofía en la Universidad de Costa Rica, y escritura de guiones cinematográficos en Cuba y Madrid. En 1983 publicó su primer libro de cuentos, "Mitomanías", con el que obtuvo el Premio Nacional de Cuento "Aquileo J. Echeverría". En este mismo género publicó después "Dicen que los monos éramos felices" (1996) -finalista en el Premio Literario "Casa de las Americas" 1992-, y "Floraciones y Desfloraciones" (2006), también ganador del Premio "Aquileo Echeverría" de ese año. La Editorial Costa Rica publicó en 2007 una selección de su obra cuentística, bajo el título de "Volar como Ángel".

Su obra narrativa incluye también las novelas "La Estrategia de la Araña" (1985),  "Mundicia" (1992) y "El Nudo" (2004) y las novelas cortas "La Torre Abolida" (1994) y "Figuras en el Espejo" (2001) y “Las sombras de Lisandro” (2011). En España, la Editorial Periférica publicó sus novelas cortas "Gina" (2005), y "El Nudo" (2011). 

En poesía publicó tres libros: "La Muerte lleva anteojos", en 1992,  "Damocles y otros poemas", en 2003 y “El laberinto encendido” (2010).

Publicó también un libro de ensayos bajo el título de “Pingüinos, camellos y ornitorrincos” (2010) y un libro de gráfica y literatura, a cuatro manos con el pintor y grafista costarricense Félix Arburola.

Ha sido incluido en numerosas antologías de cuento, tanto en Costa Rica como en el extranjero, entre las que destacan la célebre "McOndo" (Mondadori) y "Líneas Aéreas" (Lengua de Trapo).

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8/7/11

Carlos Calero - Tres Cuentos


El dorso


            Llegó y puso palabras en el revoltijo de imágenes con colores, textos y fondos de diapositivas. Ella, y había un rictus feliz de diosa moderna, anillos baratos, pelo violento y colgado sobre la espalda que cimbraba con cada paso sobre la sala; la falda hasta cegarnos con belleza del muslo simple pero extraordinario, que sin sospecharlo nos daba esa muchacha que hablaba del lenguaje y su similitud con los besos, los sueños y el vientre de una mujer que vivió el proceso de generar galaxias con granos de maní y algunas cervezas.

            El tirante izquierdo apenas dejaba en asomo el dorso de trigo besado por su juventud y un tumulto sanguíneo de deseos locos y francos, que ella bien los conocía con una leve risa sin rayar en lo perverso, ni baladí ni lo buscado en el jet set. Mis ojos estaban sobre los de ella; eso bastaba para entendernos en una sospecha posterior del amanecer con almohadas y la ventana bien cerrada.

 


El collar              


El amanecer bajo unos almendros, la ventana, sobre el ojo de los gallos y la cocina que trepaba al cielo por el ombligo del humo como volutas de un cigarrillo congelado.
           
Con escalofrío asomaba a una escena de espejos, almanaques, candelas a medio consumir, altares pequeños de santos en las retrateras y vetustos cuerpos de yeso con aros de bronce sobre la cabeza. Vislumbraba el biombo de playwood; casi apagaba con el sueño las fisuras de luz, hasta entonces incorporadas para mirarle la espalda donde un pequeño tatuaje evocaba los tres elementos de la naturaleza.

            La tocaba para palpar y comprobar que estaba ahí, que no había trampas psicológicas; que las palabras que oía al acostarse y retorcerse entre las sábanas y almohadas habían sido fraguadas en el ayer del hoy, y todo lo que serían para postergar la felicidad. 

            Más que un hábito fue el impulso de saborear la luz con su presencia y lanzarse con gula para engullirla en silencio de hostia o pequeñas hojas de menta con gránulos de azúcar. Entonces le decía que no dejaran en el vacío el asidero circular de la pulsera que él le había obsequiado, tras su gira por México, para bendecir sus destinos con rituales de dioses aztecas.

            Pero ambos descubrieron que, cuando hablaban del collar, era irremediable el deseo de tumbarse sobre la cama y poseerse con furia de selva y bejucos primitivos, hasta cuando la luna se rompía como cuchillo de jade en el altar del amanecer con un rumor amoroso de jaguares que se rasgaban la piel, en la cúspide de una pirámide construida con los misterios de la carne.



La sospecha


Se empecinaba en pasar inadvertida. No sé si, adrede, escondía la media mejilla con la prenda para cubrir la cabeza, bordada con hilo de seda. Una chispita retozona le hacía vibrar los ojos. No me atrevo a asegurar que utilizaba la mojigatería para despertar los vértigos de la carne. Puede ser que su arma la escondiera en la pechera o los bordes del fustán ajustado.

Sonaban las campanas y uno podía imaginarla colocando ramos de narcisos, rosas, begonias o lirios. Su vestido de una sola pieza sabía esconder la dureza de sus caderas, y un redondo ritmo de muslos y copa erguida.

Una hora anticipada le permitía subir las gradas de la iglesia de Magdalena. El instante del velo gris y el paso reposado del anochecer la envolvían en un vapor de luces, hasta llegar a su pequeña casa de piedra cantera empotrada en un pequeño terraplén rodeado de alambre de púas.

Como enjambre de avispas los monimboseños llegaban al tiangue. De las ventanas salían boleros de Bienvenido Granda, Los Panchos, Daniel Santos y altisonancias rancheriles en las emisiones populares de la Radio Masaya.

Yo propiciaba, a esa hora, la presencia de ángeles y demonios, con sólo imaginar lo que pudo haber sucedido.

Martita, le decíamos a pesar de sus casi cuarenta años, ensayaba cantos religiosos con gruñidos celestiales, agudos tonos y resbaloso silencio mientras los coros de los feligreses se alzaban desde las bancas y el confesionario donde las dimensiones del dolor y resignación que despertaban las culpas, mientras el mundo loco daba tumbos en los bordes de un murallón celestial para complicar las cosas y, a lo mejor, no ver la luz de una manera distinta, pues empezaba a rumorarse que en las montañas del norte de Nicaragua algo estaba ocurriendo con unos cuantos guerrilleros. Pero en ese entonces la cosa no pasaba a más.
Supe del chisme, y me apenó que hubiera sido fuera de la casa;  y no podía creerlo, nunca le conocí defecto, ni mancha ni pecado alguno. ¿Habría motivo para creerlo? ¿No habría razón para respetarla, darle los buenos días, hacerle los mandados y ayudarla a subir los bultos de ropa por la pendiente de la laguna? Cuando pasaba estábamos en la esquina, donde nos “desgalillábamos” para celebrar los jonrones y las tremendas atrapadas al jugar “bola de hule”.

Arrastraba con ella los tristes años de un barrio que miraba por las rendijas una nostalgia de piedras y paredones como cabezas de garrobos que se hundían en la arena.

Debido a la relación con mi familia, mi hermano y ella seguramente coincidieron, de manera natural, en el afecto de los saludos y palabras. ¿Por qué hablar de sospechas que no dicen nada? Me preocupaba mucho más, como estudiante universitario, que los habitantes de mi país siguieran gastando su tiempo en cantinas y emociones que creaban la atmósfera de un lugar donde, en apariencia, no pasaba nunca nada.

¿Cuántos años ya habrán transcurrido? Esa vez mi padre entró y fue directo a la cocina. Susurró algo a mi mamá. Por el gesto mutuo sospeché que algo importante había ocurrido. La costumbre era que los menores no intervinieran, al escuchar las conversaciones, en asuntos de las personas mayores.

El barullo sacudió puertas y ventanas; los disfrazados con máscaras de cedazo y madera se enrumbaban hacia la plaza de San Sebastián para integrarse al desfile del carnaval del toro-venado. Saludé a mi hermano, quien miraba con detenimiento mi disfraz del “Viejo con el garrobo”.

Sí, esa vez, alcancé a escuchar algo relacionado con Martita; quiero decir, la señora más respetada a una cuadra a la redonda. Tenía días de no verla enrumbándose al templo de Magdalena.

Cuando la miré otra vez alzaba las pupilas lentas, y escondía la voz con la vista hacia abajo, sin decir nada; y, de vez en cuando, se agarraba el vientre ya un poco hinchado.

Entonces empecé a entender que por algo mi hermano menor, de catorce años, no quería volver más donde esa señora.



Carlos Calero. Nace en  1953, Monimbó, Masaya, Nicaragua. Ha publicado El humano oficio, en el año 2000, en Nicaragua, por el Centro Nicaragüense de Escritores. La costumbre del  reflejo, Ediciones Andrómeda, San José Costa Rica, 2006. Paradojas de la mandíbula, Ediciones Andrómeda, San José Costa Rica, 2007. Arquitecturas de la sospecha, Ediciones Andrómeda, 2008, San José Costa Rica. Reside en Costa Rica desde 1988. Es profesor de Gramática y Literatura en un centro de Secundaria y docente de Comunicación en la Universidad Católica de Costa Rica Anselmo Llorente y Lafuente.
           
Sus poemas han sido publicados  en Antología de Poesía Nicaragüense prologada por Ernesto Cardenal, Antología de Poesía Joven de Nicaragua; revistas de Costa Rica; también ha publicado en suplementos literarios de Nicaragua y otros países. También ha publicado relatos y ensayos de reflexión.

Los cuentos que aparecen en este espacio forman parte de un volumen que pronto será publicado.

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1/7/11

David Garrido - No temas por la Calle


No temas por la Calle
                                     
 
Un hombre y una mujer caminan al atardecer por la callejuelas del casco antiguo. Él pasa de los sesenta, viste gabardina marrón clara y pantalones de pinzas. Ella debe tener algunos años menos, y aunque lo intenta, no consigue disimularlos del todo. Viste abrigo de piel negro y falda de tubo, y los tacones de aguja de sus zapatos golpean los adoquines mojados resonando como picotazos de pájaro carpintero sobre madera hueca. Giran una esquina y ambos se paran frente a un escaparate. Lo comentan y tras unos segundos reanudan la marcha. La ciudad brilla húmeda bajo las farolas recién encendidas. Llegan a una plaza donde los jóvenes se congregan en grupos dispersos. Se oyen gritos y risas mientras, de fondo, alguien toca los bongos.

-Vamos, anda rápido, que este sitio no me gusta nada...

-Míralos, míralos, es lo único que saben hacer, beber y fumar porros...

Ahora andan deprisa; tanto, que cruzan la calle sin  mirar a un lado y a otro y un coche está a punto de llevárselos por delante. Él pone la mano sobre el capó, como si eso bastara para detenerlo. Y si, el coche se detiene, pero solo después de marcar la calzada con la goma de sus neumáticos. El sonido chirriante del frenazo ha llamado la atención de otros transeúntes. El conductor hace gestos desde detrás del volante. Él la agarra a ella por la cintura y la lleva hasta la seguridad de la acera de enfrente. Luego se gira y le hace un gesto airado al conductor para que siga su marcha.

-Van como locos...

-Y que lo digas, es increíble... ¿Y si se les cruza un chiquillo qué?

-Calla, calla... Esto debería hacerlo todo peatonal y así se acabarían los problemas.

Giran a la izquierda y entran en una calle llena de bares que comienzan a desperezarse abriendo sus puertas. Es sábado y todos se han preparado para la larga noche que se avecina.

-Fíjate, menudo antrucho... ¿Cómo puede haber gente que entre ahí a tomarse nada?

-Pues imagínate qué tipo de gente debe ser... Putas y drogatas, en esta calle no hay más que bares de putas y drogatas...

Pasan, con la cabeza agachada, junto a un camarero que se fuma un cigarro bajo la intermitente luz de neón de la entrada del pub en el que trabaja. El camarero los mira a ellos de arriba a bajo. Ellos lo miran a él de reojo. Cuando están a suficiente distancia, él observa:

-En estos sitios solo trabajan sudacas...

-A saber lo que servirán ahí dentro...

-Ahí, droga, seguro... La mayoría de estos sitios no son más que tapaderas. Lo que no entiendo es por qué la policía no hace nada al respecto. Luego déjate el coche mal aparcado un segundo y verás que rápido se te lo lleva la grúa... Y a esta gentuza, nada, no les dicen ni mú...

-Calla, calla, que te van a oír.

Ahora se acercan a un grupo de personas que hablan en una lengua distinta a la de ellos.

-Tranquila, si aquí nadie nos entiende. No ves que son todos moros, negros y rumanos.

-Parece mentira que estemos en España.

-Así va el país. Esto cada vez da más asco.

Giran a la derecha y comienzan a avanzar por una calle más ancha, donde multitud de vendedores de baratijas han extendido mantas en el suelo para mostrar y ofrecer sus productos a los viandantes. Ellos pasan de puntillas caminando por el borde de la acera, manteniendo en todo momento la vista al frente para evitar siquiera cruzar sus miradas con las de los manteros, quienes no dudan en abalanzarse sobre cualquier peatón que aminora su marcha y muestra un mínimo de curiosidad por los objetos que venden. 

-Madre mía, no dejan ni sitio para que podamos pasear las personas normales...

-Tu tira pa'lante y no te pares... Y no pierdas de vista el bolso, que esto está lleno de carteristas.

Giran de nuevo a la derecha y se dan de bruces con un grupo de jóvenes de aspecto mugriento y desaliñado que tocan la flauta y hacen juegos malabares. Un perro raquítico se les acerca y los olfatea. Moviendo la cola se levanta sobre sus dos patas traseras y planta las delanteras encima de ella, quien, asustada, se queda completamente inmóvil. Él acude al rescate y espanta al perro dándole una patada en las costillas. Los jóvenes protestan y él se encara con ellos. Comienzan a discutir acaloradamente. De repente un par de policías aparecen por el fondo y él los llama con gritos y gestos desde el centro del corrillo que se ha formado a su alrededor. Los jóvenes recogen sus cosas y se largan antes de que los dos policías lleguen hasta allí. Éstos dispersan a la gente y hablan un rato con el hombre, quien acusa con vehemencia a aquel grupo de "guarros" de haber intentado agredirle. Los policías lo tranquilizan y al cabo de un rato ambas parejas reanudan la marcha en direcciones opuestas.

-Vámonos a casa, ya hemos tenido bastante por hoy... No vuelvo a pisar este barrio en mi vida... Este barrio da asco...

-Tranquilo, cálmate, que gracias a Dios no ha pasado nada...

-¡Que no ha pasado nada, que no ha pasado nada! Esos hijos de puta me iban a linchar, si no llega a aparecer la policía me linchan... Ya podrían, ya, seis o siete contra uno... Ahora, si me pillan con veinte años menos, te digo que me lío a hostias y a un par me llevo por delante... Ya te digo, quizá no hubiera podido con todos, pero un par de ellos se hubieran acordado de mí el resto de su asquerosa vida...Guarros hijos de puta...

-Vale ya, cálmate que te va a subir la tensión y vamos a tener un disgusto al final...

-No, si la tensión ya me ha subido... Y todo por culpa de esos cabrones... Guarros hijos de puta...

El hombre se detiene sofocado. La mujer le pregunta si tiene alguna pastilla de las suyas y él asiente.

-Entremos ahí y pidamos un vaso de agua...

-¿Ahí? Ni loco entro yo ahí... No, sigamos andando, que ya estoy mejor...

-¿Seguro? ¿Quieres que entre yo y pida un vaso de agua?

Él no contesta, solo apoya su brazo contra la pared. Se encuentra fatigado y le gustaría sentarse, pero allí no hay sillas ni bancos ni nada parecido.

-Espera aquí un momento.

Ella se encamina hacia el bar de enfrente. Él se queda esperándola con la cabeza agachada y apoyando su brazo contra la misma pared.

-¿Se encuentra bien, señor? -le pregunta una joven de raza negra que ha detenido su bici junto a él. Él asiente con la cabeza. La joven no acaba de creérselo del todo e insiste:

-¿Por qué no se sienta? Estará mejor.

Él niega con la cabeza mientras las personas que pasan por su lado ralentizan su marcha para mirarlo con extrañeza y curiosidad.

Mientras tanto su mujer lucha por hacerse un hueco en la atestada barra del bar de al lado, donde la gente se ha congregado para ver el partido de fútbol que está a punto de comenzar. Los hombres la miran de arriba abajo al tiempo que ella intenta llamar la atención del camarero. Al final lo consigue y el camarero le vende un botellín de agua. Cuando sale a la calle se encuentra a su marido sentado en el suelo. Hay varias personas a su alrededor que lo observan mientras le preguntan si se encuentra bien. Él está muy fatigado y le cuesta respirar, pero aún así asiente una y otra vez. La mujer se abre paso y se acerca hasta él con el agua. Él se rebusca en los bolsillos: gabardina, chaqueta, pantalón... otra vez gabardina, chaqueta, pantalón... chaqueta, pantalón, gabardina... Pero nada, no encuentra lo que busca.

-Me la ha quitado, esa negra hija de puta de la bici me ha quitado la cartera -repite entre jadeos.

De repente un niño, de no mas de diez años, se le acerca y señala con el dedo un lugar en el suelo, a su derecha.

Él se gira, ve la cartera y alarga el brazo para agarrarla. La abre, comprueba que todo su dinero sigue estando allí y luego saca algo de dentro. Lo desenvuelve y se lo lleva a la boca. Su mujer, expectante, lo observa con el tapón en una mano y la botella de agua en la otra. El se la quita de un estirón y le da un trago largo, largo, muy largo...

-¿Quiere sentarse aquí, señor? Estará más cómodo.

El camarero del bar de enfrente ha salido con una silla y se la ofrece. Él la acepta y se sienta en ella. Poco a poco se va encontrando mejor.

La chica de la bici aparece entonces con los dos policías de antes. Éstos se le acercan y le preguntan.

-¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llamemos a una ambulancia?

-No, no, ya estoy mejor, ya estoy mejor... Han sido los nervios, han sido los nervios...

-Bueno, quédese ahí sentado un rato, ¿de acuerdo? Hasta que se le pase... Venga, y ustedes desfilen, vamos, que aquí no hay nada que ver, venga, sigan caminando, desfilen...

Cuando el hombre parece haberse recuperado del todo, los policías continúan su ronda por entre aquellas calles cada vez mas abarrotadas de gente.

Pasan un par de minutos más y el hombre se levanta de la silla:

-Vámonos de aquí.

Y comienza a caminar deprisa calle abajo. Ella le sigue con dificultad. Los tacones de sus zapatos continúan repiqueteando contra el empedrado.

-No pienso volver a pisar este asqueroso barrio, este barrio es una cloaca... -repite sin cesar mientras mueve la cabeza de derecha a izquierda buscando su coche.

-¿Dónde coño he aparcado el coche? Juraría que era en esta calle.

-¿No es aquel?

Su mujer señala una berlina, aparcada en la esquina junto a un árbol, en la que un grupo de jóvenes se apoyan mientras charlan distendidamente.

-¿Y esos críos de mierda qué coño hacen apoyándose en el coche? Como me encuentre un bollo o una raya se van a enterar...

-Tranquilo, por favor, que ya hemos tenido bastante por hoy...

-Ni tranquilo ni hostias...

Saca la llave de su bolsillo y aprieta el botón del mando. El coche silba y sus faros pestañean encendiéndose y apagándose al instante. Los muchachos se apartan y él los mira perdonándoles la vida. Después abren las puertas y cada uno ocupa su sitio dentro del vehículo: él en el asiento del conductor y ella en el del copiloto. Él mete la llave y arranca el coche:

-Mira esas como van vestidas, si parecen putas... No me extraña que luego pasen las cosas que pasan...

-Venga, va, arranca el coche y vámonos a casa...

Un gorrilla se les acerca y comienza a hacerles gestos para ayudarles a salir.

-¿Y este qué coño quiere ahora? Si piensa que le voy a dar algo lo lleva claro.

Ella lo mira tras el cristal. Él gorrilla le hace un gesto para que se detenga, pero él no hace caso, mete primera y sale chillando rueda. Entonces siente un fuerte golpe en el morro del coche y, a continuación, algo sube rodando por el capó y golpea la luna delantera resquebrajándola. Cuando coche se detiene, el cuerpo rueda de nuevo por el capó y cae al asfalto. El mira por la ventanilla. Varias personas le gritan desde el exterior. Mira entonces a su mujer que tiembla a su lado con el rostro desencajado. Apaga el motor y abre su puerta. Y al salir del coche ve el cuerpo de un niño, de no más de diez años, tendido en el suelo sobre un charco de sangre.


David Garrido. Escritor nacido y afincado en Valencia (España), es autor de numerosos relatos publicados en diversas revistas literarias españolas y latinoamericanas (Ágora, Resonancias Literarias, Revista Narrativas, Letras de Los Ángeles, 2Taller, El Cuervo, Palabras Diversas, Palabras Malditas, A Contrapalabra, Cinosargo, Pliego Suelto, Palabra Abierta, Ariadna RC, Narradores, En Sentido Figurado, Escrituras Indie, Uruz Arts Magazine, etc...), que han llamado la atención de una buena parte de la crítica y el público gracias a su prosa directa, su ácido sentido del humor y su visión crítica, decadente y hasta esperpéntica de una sociedad actual a la que retrata sin tapujos.

En 2006 terminó su primera novela, todavía pendiente de publicación. Desde entonces hasta la fecha sigue publicando periódicamente sus textos en diferentes revistas, webzines y weblogs de habla hispana editados desde países tan diversos como Francia, Chile, México, Argentina, EE.UU, Uruguay o España.
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