La Convocatoria Permanente de Narrativa, quiere destacar también las nuevas obras que se están publicando, de esta manera, ofrecer al lector una primicia y una motivación para adquirir el texto completo. De la misma manera, invitamos a los autores y las editoriales, para participar en este espacio, dando a conocer una pequeña muestra de sus obras en narrativas que recién ven la luz.
Esta semana, el narrador invitado es Gustavo Zéfiro, con el capítulo 18 de su Novela "Eterna", el cual se puede adquirir en las Librerías Lehmann y en la Librería Universitaria.
Cuando
todas las piezas encajan
Poco a poco,
un nuevo panorama se dibujó ante ambos. Un mundo lleno de seres pensantes y
—quizás también— conscientes. Un planeta que luchaba por salvarse a sí mismo de
todos aquellos desagradecidos que hurgaban ambiciosamente en sus entrañas. Una
dimensión llena de dudas y vestigios del pasado. Nuestro presente.
“La época
del Fin, hemos llegado,” dijo el anciano.
“¿Fin?,
¡tiene que estar bromeando!” expresó el joven, pues el escenario era mucho más
bello que el de cualquier otra época visitada durante el viaje.
“No te dejes
engañar por las estructuras gloriosas, el brillo del sol sobre los cielos
celestes, junto al canto de las aves y los jirones blancos del firmamento...
espejismos. Bienvenido a la Tierra, a principios del siglo XXI. El pasado
catastrófico engendró un futuro como este, donde la gente se vio envuelta en la
profundidad de los dos sistemas económicos vigentes. La Tierra sucumbía Seith,
su propia esencia fue desapareciendo, su apariencia empeoraba, pero los ciegos
de aquellos tiempos no lograron ver más allá... Avanzábamos hacia nuestra
propia destrucción, vendados por una ilusión que llamábamos ‘gloria’. Los
ánimos y pensamientos de la humanidad se encontraban fragmentados, y eso
destruyó nuestra última esperanza para unirnos.”
“Pero... no logro
entender cómo este mundo pudo perder por completo la vida, tal como usted
dice...”
“Las
personas creyeron que el ‘final’ jamás llegaría, sin saber cuán equivocadas
estaban... La capacidad de la Tierra para soportar nuestra voracidad comenzaba
a acabarse. Los seres humanos dejamos de ser uno solo con nuestra madre Tierra
y nos convertimos en sus depredadores, como la peor plaga que se hubiera
desatado jamás desde el nacimiento del mundo. Observa cuidadosamente a tu
alrededor,” dijo el Regente, a lo cual Seith asintió.
Se
encontraban en el corazón de una gran ciudad, en un parque público, repleto de
árboles frondosos. Como un oasis en medio del desierto de metal y concreto. La
hojarasca en el suelo era arrastrada por el viento. El sitio estaba repleto de
bancas con personas en ellas, además de niños que jugueteaban de un lado para
otro. Una anciana descansaba con un libro en sus manos trémulas, mientras su
nieta disfrutaba de un helado que absorbía con grandes lengüetazos. Había
también una fuente en el centro de la plaza, donde los pequeños se alegraban al
introducir sus manos en el agua fría y cristalina.
Imposible
sospechar, en medio de tan tranquila situación, que un cataclismo mundial se
acercaba. Como una sombra que se arrastraba en silencio por debajo del suelo,
como el sutil serpenteo de la muerte, algo de lo cual nadie, nadie se
había percatado.
“Regente,
¿fue eso... posible?” preguntó Seith, aún incrédulo. El anciano tenía en sus
manos el control del Salón del Péndulo, y con una mirada profunda de sus ojos,
así como una sonrisa apacible pero firme, hizo lo que debía hacer.
“¡Clic!, con
esto te convencerás.”
Todo en la
Tierra comenzó a retorcerse de nuevo, cual si un pintor derramara diluyente
sobre su obra. Los edificios adquirieron una apariencia terrible: lo que estaba
hecho de piedra se convirtió en arenisca débil, el metal de algunas
construcciones tomó el aspecto de vigas herrumbradas y chatarra deforme.
Las pocas
personas que surgieron en el parque después del cambio, tenían sus cabezas
rapadas y un horrible gesto de infelicidad. Las vestiduras que protegían todo
el cuerpo contra el entonces mortífero sol, hacían difícil distinguir entre
hombres y mujeres. Cada transeúnte observaba, con miradas de desconcierto, al
par de personajes ajenos a esa realidad. Ambos brillaban como dos estrellas
refulgentes en un amargo atardecer.
El ambiente
estaba tan caliente que costaba un poco respirar. Los árboles muertos
—ramazones esqueléticas sin vida— habían perdido sus hojas. El polvo tomó el lugar
que el césped abandonó años atrás. Si alguna vez existió allí el esplendor,
había fallecido por completo.
“¿En... en
qué año estamos?” preguntó Seith, con sus ojos irritados por el viento seco.
“Algunas
décadas después del inicio del Fin,” dijo el anciano mientras guardaba el
dispositivo en su bolsillo.
“¿Qué
demonios ha pasado?”
“No fue solo
un error Seith, sino una sucesión de faltas que data del principio del mundo,
desde antes de la época de los Resplandecientes. Todas las guerras y masacres,
el derramamiento de sangre y la sombría destrucción del espíritu, conformaron
al segundo jinete.
“Regente...”
“La misma
muerte que sembramos, fue nuestra cosecha: todo el daño que hicimos al
Santuario —nuestro planeta— cayó sobre nosotros, por la balanza de la justicia
del tercer jinete. Hambrunas y catástrofes nos siguieron tras el
despertar del cuarto jinete. Los caballeros de los cuales tanto se habló
en alguna filosofía antigua, fueron nuestra compañía desde el momento en que la
copa del Desorden reventó, a causa de los efectos acumulados de nuestros
incesantes desatinos... Si esto no fue el Apocalipsis, ¿entonces qué fue?”
“¿La
humanidad ha perdido el deseo por vivir?, ¡mire sus rostros!, inertes...
vacíos,” interrumpió el joven, observando perplejo la cara fría de cada uno.
“Los
recursos se agotaron, el amor de muchos se apagó para convertirse en odio, pero
aún no había llegado el final. Lo siento Seith, esta pesadilla está a punto de
transformarse en tortura.”
“¡No!,
¡espere!”
“¡Clic!” el
anciano ignoró al Aprendiz y presionó de nuevo el botón del control. Las
personas desaparecieron, aparentemente. Los edificios adquirieron grandes
grietas que atravesaban espantosamente sus muros, el cielo había cambiado su
color celeste —aquel que inspiraba a tantos poetas, escritores y soñadores—
por un gris sepulcral. El aire tenía tan mal olor que Seith se vio forzado a
tapar su nariz, hasta que Eduard modificó la atmósfera para que ambos pudieran
respirar con tranquilidad.
“¿Dónde
estamos?” preguntó el muchacho, tartamudeando un poco, “e-esto parece un pueblo
fantasma.”
“En el mismo
parque, años después. Como puedes ver, hemos cavado nuestra propia tumba Seith,
fue inevitable: llegó el Fin,” dijo el Regente, quien realizó un enorme
esfuerzo para no dejarse vencer ante la atmósfera de soledad. El agua de la
fuente en el centro de la plaza había dejado de fluir hacía mucho tiempo...
“El Fin no
se trató de simples destrucciones o guerras...” continuó el anciano, “hay cosas
mucho peores que eso, créeme, como cuando el amor muere en el corazón de
las personas. Sin embargo, no todo se perdió.”
“Eduard...”
murmuró el joven. El sitio estaba inundado por basura y chatarra. Seith observó
en ese momento a un individuo sucio, sin vestiduras, con su cuerpo cubierto de
vello, husmeando entre las porquerías. El guardián caminó despacio hacia
aquello que se movía trémulamente sobre el montículo de despojos, mientras el
viejo continuaba con el relato.
“En un
principio, todos los seres humanos cruzaron sus brazos para aguardar la llegada
de alguien que pudiera salvar al planeta de su inminente perdición,
¡incluso los que serían libertadores se sentaron a esperar! Trivial, ¿no te
parece?, que los propios héroes... que los propios héroes... ¿acaso
alguien más, ajeno a nosotros, tenía que correr con la responsabilidad de
nuestros propios errores?”
Seith se
acercó lo más que pudo al extraño personaje, el cual movía su cabeza lentamente
de un lado para otro, devorando lo que su boca encontrara. Su aspecto era
deprimente, y torpes los movimientos de su cuerpo.
El Aprendiz
tocó la espalda pegajosa y húmeda del animal o lo que fuera, “disculpe, ¿se
encuentra bien?” preguntó.
“...pero los
años avanzaron sin piedad, en medio de amargura y soledad, el planeta
empeoraba. La muerte tomaba cada día a más y más personas. Muchos de los niños
que lograban venir al mundo traían deformaciones y problemas horrendos,
producto de la contaminación y las injusticias de dicha época, la más oscura de
la ciencia...”
Seith tomó
al ente por los hombros y le dio la vuelta para observar su rostro. El joven no
pudo creer lo que veía.
“¡Mhrglia!”
gruñó el ser que tenía él en sus brazos.
“¡Por el
Gri—!, ¿quién o qué eres?” preguntó el Aprendiz, con su mirada llena de
espanto. El ente parecía ser un hombre, sus ojos negros —cuya pupila se
fusionaba con el iris— estaban enrojecidos y sumidos en un lagrimeo constante.
Su cara podía ser cualquier cosa, excepto la de un humano normal.
“Seith…
¡deja a esa desdichada mutación en paz y escúchame!” interrumpió el anciano,
con un suspiro lleno de agonía.
“¡Por los
cielos Eduard!” exclamó el joven. En ese instante, el humanoide se soltó de los
brazos del guardián y empezó a arrastrarse rápidamente por el suelo, hasta
perderse de vista.
“El deseo de
vivir de muchos se extinguió, bajo algunas fortalezas y ciudades subterráneas
donde algunos valientes se aventuraron a intentar sobrevivir, pues cada día la
atmósfera era más y más intolerable,” continuó el Regente, sin prestar mayor
atención al suceso, “pero las tinieblas nunca, nunca prevalecen sobre la
luz. El brillo de una estrella de esperanza nació dentro del corazón de algunos
individuos con los conocimientos y la disposición para salir adelante. Esto es
otra larga historia que algún día te contaré, si todo sale bien... sobre
cómo se restituyó el mundo, paso por paso. Te lo prometo.”
“Sabré
esperar ese momento.”
“Por ahora
solo conocerás los datos más relevantes. Los salvadores se levantaron de sus
cenizas y comenzaron a animar al resto. Los científicos que aún quedaban,
aprovechando la conciencia previsoria que algunos de sus compañeros
habían tenido durante el período anterior a la muerte del planeta, pusieron
manos a la obra: dejamos de utilizar nuestras energías en nimiedades como la
guerra, y comenzamos a escalar el profundo abismo que nosotros mismos cavamos.
Nos comprendimos mejor en nuestros problemas comunes, que en la lucha sin
sentido, lección que muchos, aunque no todos, recordarían por siempre.”
“Regente...
la Tierra fue dañada mucho más allá del punto de recuperación, ¿cómo logramos
revertir el proceso de muerte planetaria?, ¿acaso con un milagro?”
“Te lo
repito muchacho: esa es otra historia, por ahora concentrémonos en el hecho y
no en el proceso. Llegó el momento de salir de las tinieblas hacia la luz, ¡clic!”
respondió el anciano, quien cambió la escena frenéticamente con su control.
La Tierra
sufrió una impactante transformación, hasta alcanzar finalmente el albor de la
verdadera sabiduría. Como el arcoiris que surge después de la tormenta.
Semejante al dulce amanecer que sigue al frío de la oscuridad de la noche.
Imitando al suave y clemente susurro de los pajarillos al inicio de la
primavera. Como el abrazo de nuestro ser más querido, luego de la pelea. Seith
cayó al suelo, de rodillas, atónito, boquiabierto.
“Pero...
hace unos momentos el planeta estaba... ¡muerto!”
“He aquí el
poder Seith, el verdadero poder del ser humano cuando deja atrás todas
las trivialidades de la vida y se dedica a trabajar en conjunto con sus
semejantes,” añadió el anciano, cuya sonrisa había retornado ante el
resplandor.
Todos y cada
uno de los edificios habían sido reconstruidos y pulidos como el cristal, su
diseño reflejaba una nueva era. La mayoría de los vehículos volaba por los
cielos, sobre pistas aéreas, diversas trayectorias. El sol brillaba con fuerza,
en medio del cielo celeste magistral, acompañado por la fresca brisa de vida.
Gracias a
los héroes, las aves recordaron cómo hacer sus nidos y alimentar a sus
pichones. Los animales retornaron del abismo, solo para perdonar a quienes no
lo merecían, y todo aquello que alguna vez fue verde, resurgió de sus cenizas:
el nuevo impulso de la savia fluyendo con fuerza hacia el firmamento.
Las personas
habían adquirido una vitalidad como nunca antes en la historia, se notaba en
sus rostros límpidos. Definitivamente, el auge de todas las eras. Después de la
tempestad vino la calma, luego del Fin llegó el renacer... y triunfó el Primer
Jinete, el Blanco, quien a pesar de la presencia de los otros, salió
venciendo y para vencer desde el inicio de los tiempos.
“Te
alegrarás, joven Seith, al saber que nos encontramos en el año 2088, es decir,
la época del Apogeo. La crisis fue superada, y los que promovieron el avance
—aquellos que se cansaron de esperar a que el mundo colapsara por completo—
fueron llamados Íconos. Finalmente, la verdadera exploración espacial
fue posible, miles de naves terrestres hicieron contacto con el Gobierno
Central. Allí aprendieron poco a poco el Espekio.”
“Increíble...”
“La Tierra
fue, del Universo Conocido, el último planeta en evolucionar. Por siglos Seith,
siglos, el Gobierno Central esperó a que los humanos dejásemos atrás nuestro
comportamiento inmaduro, para poder integrarnos al sistema. A través de los
años, el Gobernador envió embajadores para grabar mensajes en la Tierra, los
humanos los conocían entonces como círculos de trigo, seguramente habrás
leído o escuchado de ellos. Durante cientos de miles de años también fuimos
protegidos y conservados como una especie de laboratorio biológico,
utilizado para que las razas superiores a la nuestra en aquellos tiempos
lograran estudiar los procesos de evolución dados en nosotros, y por analogía
comprender los suyos propios. Pero esta historia no duró por mucho tiempo.”
“Creo que sé
lo que está a punto de decirme, Eduard.”
“Las heridas
pueden sanar, pero en ocasiones el recuerdo que produce la cicatriz no se va
tan fácilmente. El daño no se desvanece si queda grabado en piedra. Todos los
conflictos y hechos atroces del pasado contribuyeron a crear al enemigo que en
este preciso instante, en nuestra época, busca un Portador y prepara su
estrategia.”
“¿Portador?”
preguntó Seith, quien frunció su entrecejo.
“Omega,
Finitrah... la crisis de la Tierra fue el último empujón para que
despertara.”
“Pero según
cuenta la historia, esa cosa—” interrumpió el guardián.
“Déjame
continuar, por favor. Supongo que sabes que la materia del universo está
formada por átomos y sus partículas menores, pero la división no termina allí,
pues cada una de esas partículas está hecha a su vez de energía, la cual vibra
como la cuerda de un violín que—”
“¿Qué es un
violín?” preguntó Seith.
“¿Mhm?... un
instrumento musical de la Tierra, si no lo conoces creo que no es la mejor
comparación, pero no importa. Solo imagina una cuerda muy tensa, que comienza a
vibrar rápidamente hacia arriba y hacia abajo. Esta se puede alterar, y con
ello adoptar diferentes aspectos mientras se mueve. Si observas bien, esas
oscilaciones parecen formar figuras, pequeñas esferas, lazos, dependiendo de
diferentes factores... dichos corpúsculos aparentes, hechos de cuerdas de
energía que se mueven, son los que realmente integran todo, pues son la base de
la estructura atómica. Esta es la Ley de Cuerdas, puedes investigarla
por ti mismo, para que compruebes su origen. Hay mucha información en la
Biblioteca de Romia.”
“He
escuchado de eso,” asintió Seith. Ambos comenzaron a caminar hacia el interior
de la ciudad magnífica, dejando atrás el florido parque.
“Por otro
lado, sabes que Omega es el nombre con que los humanos designamos a la última
fuerza enemiga, aquella que osó destruir lo más importante del universo: el
Equilibrio, de donde surgió todo. Su nombre en lenguaje universal es Finitrah.
En un inicio, solo estaba formado por energía, cuyo sentido era contrario al
sentido original del resto del universo. Cuando el Equilibrio es azotado
brutalmente por la ira y el enojo, cambia su estado original, convirtiéndose en
Desequilibrio, el cual, al ser incompatible con la energía original de las
personas, es expulsado. Por eso, con cada desequilibrio en el universo —la más
simple injusticia o las enormes catástrofes— esas energías emigraron hacia el
infinito, donde comenzaron a acumularse lentamente en distintos sitios,
aglomeraciones que a su vez se fueron fusionando unas con otras posteriormente.
Desde los tiempos inmemoriales del actual ciclo universal, con la civilización
Prímige...” continuó el anciano.
“¿Pero cómo
puede una simple energía transformarse en un ser pensante y dotado de
conciencia?” preguntó Seith, infinitamente abrumado y confundido, “no es
posible.”
“La materia
también es energía. Y hay cambios, Seith, cambios en el universo que aún no nos
explicamos. Por eones, las energías retorcidas se acumularon en el espacio y se
incrementaron cada día más y más. Con el tiempo, comenzaron a moverse
bruscamente, a expandirse y a contraerse. Demasiada fuerza concentrada en un
solo punto, como una increíble implosión. Luego ocurrió lo que nunca debió
suceder: la interacción entre Equilibrio y Desequilibrio. La energía de la
materia del cosmos y la de Finitrah se fusionaron, sus vibraciones comenzaron a
cesar, sus velocidades poco a poco fueron disminuyendo, y con el tiempo aquello
que era simplemente energía, pasó a convertirse en materia... y dentro de ella,
había nacido también una conciencia. Había comenzado a razonar Seith, ¿y sabes
lo que pensaba?”
“Puedo
inferirlo...”
“Eliminar o
absorber toda la energía que se le opusiera. Omega es un enemigo diferente,
carente de forma física. Nada puede contra él, al menos nada creado por
nosotros... Como energía, lo único que conseguía era moverse en medio de los
seres del universo para cambiar sus estados de ánimo y provocar conflictos,
pero solo podía hacerlo con las mentes débiles que se dejaran manipular. Sabía
que para someter al cosmos tendría que personificarse, entrar a nuestra
dimensión material. Y lo hizo. Así surgió el Gran Enemigo Universal que cuenta
la historia: Phinx, príncipe de la raza Nardi. Un individuo extremadamente
fuerte, dotado de Facultades, terco como ninguno, algo torpe y demasiado
temperamental. Omega halló en Phinx un excelente cuerpo para utilizar, pues no
podía tomar a un ser débil. Incluso una parte de su aterradora cantidad de
energía hubiera sido capaz de destruir a cualquier ser viviente, pero el
príncipe resultó ser el Portador perfecto para el primer propósito de Finitrah:
encontrar una entidad que, luego de ser fortalecida y preparada paulatinamente
más allá de todos los límites con gran parte de sus energías, sin destruirse,
pudiera albergar finalmente al corazón de su fuerza principal. A partir de ese
momento, Phinx dejó de ser el hijo del rey nardiano, para convertirse en el Desolador...”
“Pero fue
derrotado por los guardianes, ¿no es así?” preguntó Seith, mientras se
internaban entre los enormes edificios. Las personas, confundidas, los
observaban con algo de curiosidad.
“Fue
difícil. Finitrah —dentro de Phinx— demostró ser mucho más fuerte e inteligente
de lo que se creyó... su forma de pensar, sus acciones, la manera en que todos
y cada uno de los detalles de sus planes se concretaban, era algo aterrador,
nunca antes había existido una entidad así... Después de matar al rey, tomó el
poder. Luego utilizó sus energías para influenciar al resto de su raza. Todos
los nardianos se ofrecieron en cuerpo y alma ante el nuevo gobernador, se
olvidaron de sí mismos para luchar al lado del enemigo universal. Pronto vino
la gran invasión, con la cual cayó el primer planeta, en el 2111 d.C. Por lo
visto, Omega resultó ser un excelente general: eliminaba hábilmente a los que
se opusieran a la conquista, y reclutaba a todos los que se dejaran controlar.
Ciudadanos, militares, todos los que no tuvieran una mente en equilibrio...”
“¿Mente en
equilibrio?” preguntó el Aprendiz.
“Aquella
cuyos principales deseos intentan conservar la armonía propia, sin alterar la
del resto del universo. El caso contrario, sería una mente donde prevalece la
codicia, el deseo nefasto de poder, venganza... Planeta tras planeta, Omega
absorbía o aniquilaba todo lo que tuviera Orden dentro de sí, y fortalecía sus
ejércitos. Pronto, los ciudadanos del infinito se percataron de este hecho y
comenzaron a investigar la naturaleza del nuevo enemigo común, para planear una
estrategia. Todos aquellos que podían pelear, se reunieron, ¡clic!” dijo el
anciano, quien una vez más modificó el entorno a su alrededor. El largo viaje
estaba a punto de terminar.
La Tierra
quedó atrás, para dar paso a un salón gigantesco. Enormes muros adornados con
piedras de colores evanescentes, que despedían un fulgor gélido. El suelo,
pulido como un espejo, reflejaba las siluetas de los presentes. Sobre una
plataforma amplia había una mesa redonda, y frente a ella una especie de atril.
La sección del techo sobre la tarima estaba hecha de cristal transparente, a
través del cual se podía observar el firmamento desnudo. El recinto estaba
repleto: tantas razas, voces y pensamientos distintos que resonaban dentro de
aquellas paredes...
“¿Dónde nos
encontramos ahora, Eduard?”
“En
Alantria, en la Convención, un año después del primer asalto de Finitrah.
Muchos se han congregado aquí para decidir el destino del universo: los
ciudadanos del cosmos contra una fuerza que no podían comprender. Las armas
físicas no le hacían daño alguno, y muy pocos habían logrado siquiera tocar a
Phinx. Finitrah, el enemigo que nació de nuestros grandes errores del pasado...
¡cuántos desconocían por completo dicha realidad!”
“¡TOC-TOC-TOC!,
SILENCIO POR FAVOR... ¡TOC-TOC-TOC!, ¡SILENCIO TODOS!” exclamó un individuo de
piel verdosa y arrugada, quien se posicionó tras el atril. Caminaba por medio
de cuatro extremidades largas que terminaban en una punta filosa, y poseía un
par de brazos semejantes a los de un humano. Golpeaba con la fuerza de sus
patas la tarima. Al instante, todos los presentes enmudecieron.
“Nos hemos
reunido para resolver el nuevo problema que azota y estremece a nuestra
dimensión,” pronunció de manera pomposa, “nos encontramos ante una fuerza jamás
vista desde el inicio del universo, algo que va más allá de nuestra comprensión
y conocimientos. Su origen, sus límites, la forma en que incrementa el número
de almas que luchan a su lado, su punto débil... todo eso ignoramos. Finitrah,
como se ha hecho llamar, según han escuchado algunos—”
__________
“Señor, desde que entramos al Salón del
Péndulo he querido contarle algo—”
“¿Mhm?”
“Justo antes
de llegar a Romia, los guardianes tratábamos de defender un planeta bajo
asedio, los atacantes eran de la raza Madia. Lo extraño es que los militares
que defendían ese lugar, y los ciudadanos inocentes... muchos de ellos subieron
a las naves enemigas, en lugar de escapar.”
El Regente
observó fijamente a Seith. Levantó un poco sus cejas blancas, lo cual resaltó
las líneas de su frente. Abrió su boca, intentó pronunciar palabra, pero guardó
silencio por un instante más.
“Finalmente
has encontrado una de las piezas más importantes para el rompecabezas, las
sospechas de Tserafán se han confirmado, ha llegado la hora,” murmuró
luego.
“Pero
Eduard—”
__________
“La conciliación pacífica ha fracasado.
Ninguno de nuestros mensajeros ha vuelto,” continuó el individuo que hablaba
sobre la plataforma, todos los presentes lo contemplaban atentos. “Sus
ejércitos crecen con cada batalla, ha sido imposible interceptarlo... sus
fuerzas están dispersas por todas partes. Sus estrategias han probado ser más
que eficientes contra las del Gobierno Central, el cual ahora solicita la ayuda
de los guerreros más valerosos. ¡Es el momento de unirnos todos!, sin importar
nuestras diferencias.”
__________
“Después de la derrota de Omega, ellos fueron
llamados Guardianes. Formaron la Gran Alianza, la Cofradía. Un par de siglos
después, la construcción del Concilio finalizó...” dijo el Regente.
__________
“PERO NI SIQUIERA TENEMOS IDEA DE CÓMO
ATACARLO, Y NO ACEPTA EL USO DE RAZÓN,” gritó uno de los presentes.
“¿SERÁ
INMORTAL?” prorrumpió otro.
“¡NO
PODREMOS!”
“¿ACASO
ALGUIEN HA LOGRADO ROZARLO SIQUIERA?”
“¡EL
UNIVERSO SE HA VUELTO CONTRA NOSOTROS!”
“¡OH POR
FAVOR!” el sonido de voces y protestas se acrecentó por todo el lugar. El
enorme salón se inundó con reclamos, dudas y teorías. Las esperanzas decaían
ante un enemigo del cual solo conocían el nombre.
En medio de
la confusión, Seith logró observar a un personaje singular. Su lacio cabello
dorado llegaba hasta los hombros, idéntico al del Aprendiz. Sobre su frente
reposaba una diadema negra, adornada con algunas curvas argénteas que se unían
entre sí, apenas visibles. Una pequeña expansión circular perforaba su oreja
izquierda. Estaba recostado sobre uno de los muros, con los brazos cruzados y
la mirada hundida en lo profundo de sus pensamientos.
“Regente,
¿acaso él es—?” murmuró Seith, señalando al humano.
“Así es,
guardián. Es Teran. El gran héroe del que nos habla la historia, el
joven guerrero que salvó al universo,” respondió el anciano, cuya voz
cambió repentinamente, como si hubiera tragado muchas agujas.
“Noto algo de frialdad y amargura en sus
palabras, Eduard...” dijo Seith, confundido ante la respuesta de su
acompañante.
La conmoción
continuó, los presentes discutían entre ellos y algunos comenzaron a
encolerizarse. El orador de la tarima imploraba silencio, pero sus súplicas no
fueron escuchadas.
Las enormes
puertas del salón se abrieron súbitamente, con un gran estruendo. Al inicio,
nadie se percató de lo sucedido, excepto Seith y Eduard. Una fuerza entró y
comenzó a moverse en medio de la muchedumbre. Conforme avanzaba, poco a poco el
escándalo se fue transformando en susurros, hasta convertirse en absoluto
silencio.
“¿Quién es?,
¡no logro ver nada!” exclamó Seith, a la vez que alzaba su cabeza y estiraba su
cuello al máximo, pues varios individuos altos y robustos le impedían observar.
“Ten paciencia
y te darás cuenta...” murmuró el Regente.
Sus pasos
eran cortos y carecían de sonido, pues andaba descalzo. Era un muchacho humano,
cuyo aspecto dejaba ver que apenas había alcanzado la adolescencia. Su piel era
pálida, limpia, blanca como el color marfil de su túnica. El matiz del oro se
había fusionado con una pizca de plata para dar tonalidad a su largo y sedoso
cabello. Sus ojos marrones brillaban como dos estrellas en su rostro. Traía
sobre su frente una tiara esplendorosa, con un cristal en el centro. Los
espectadores contemplaban con gran asombro y curiosidad al jovencito.
“¿Quién eres
tú?, ¡este no es un lugar para niños! ¡GUARDIAS!” gritó el orador, desde el
púlpito. De inmediato, un par de guerreros avanzó hacia el intruso para tomarlo
por la espalda. Justo antes de que ambos lo hicieran, el muchacho volteó su
cabeza frenéticamente. Los guardias se detuvieron, alarmados, bajaron sus armas
y comenzaron a caminar hacia atrás. El joven continuó su ascenso hacia la
tarima.
“¡PERO ESTO
ES INAUDITO!, ¡NO PUEDES SUBIR AQUÍ SIN RAZÓN ALGUNA!, ¿QUÉ QUIERES O QUIÉN
ERES?” preguntó furioso el declamador, el cual observaba al muchacho
despectivamente.
“Un
amigo...” respondió aquel personaje enigmático, y acto seguido lanzó una mirada
filosa como una saeta.
“¡No
necesitamos niños que intervengan en asuntos de mayores!” añadió el orador,
quien frunció el entrecejo ante los ojos brillantes del nuevo personaje.
“¿Mayores?,
¿los que no tienen la más mínima idea de cómo vencer a un enemigo que ellos
mismos han creado con sus acciones del pasado?” dijo el joven tranquilamente,
acercándose al atril. El orador, quien no supo qué hacer en dicho predicamento,
retrocedió. Todos los presentes entraron en confusión.
“Mi nombre,
es Daniel, el Herrero.”
“¿Y ese loco
quién es o de dónde salió, Eduard?” preguntó Seith con sus ojos bien abiertos,
maravillado.
“Ya lo
escuchaste, un amigo. Alguien tan fascinante como misterioso. Su origen, su
identidad real, sus intenciones... nunca las reveló ante nadie. Quizás quien
lo envió, le pidió que así lo hiciera,” respondió el anciano.
“El mundo
antes del inicio del tiempo...” prosiguió Daniel, “si no se hubiera
destruido, las dimensiones universales no existirían. El retorno al Equilibrio,
el renacimiento, la dádiva y luego la reconstrucción de la esperanza... todo
eso se perdió en cuanto cometieron las mismas faltas que —por el bien de todos—
mejor hubieran sido olvidadas. ¿Acaso están destinados a ser partícipes de la Contraparte
para siempre?”
“¡No estoy
entendiendo ni una sola palabra de lo que dice ese muchacho, Regente!” murmuró
Seith, boquiabierto.
“El enemigo
contra el cual pelean, no cederá ante sus inútiles intentos por arreglar el
inamovible pasado. Finitrah, como le han llamado a eso, despertó con el
primer gran hecho atroz del universo. Todos saben a lo que me refiero:
desastre, desorden, injusticia, desequilibrio, tanto... tanto. ¡Ha sido
suficiente!”
“Bienvenido
a la realidad, Seith. Sí, la nuestra,” señaló el Regente.
“No podrán
derrotarlo con sus propias fuerzas, si las canalizan como lo están haciendo.
Necesitan perforar lo más hondo del corazón del Desequilibrio. Créanme: nunca
nadie, nadie en toda su historia, ha contemplado lo que se esconde en las
tortuosas profundidades de eso...” dijo Daniel, quien cerró sus ojos y
respiró profundamente.
“TODO LO QUE
DICES SUENA BONITO, NIÑO, PERO ¿QUÉ ES LO QUE QUIERES?” preguntó uno.
“El arma que
necesitan, se encuentra dentro de ustedes. Cada uno me ayudará a construirla,
para eso he venido aquí.”
“¡WUAJAJAJA!,
¿QUÉ?, ¿UN NIÑO QUE PUEDE FORJAR UN ARMA?, ¡PFFF ESTO ES RIDÍCULO!, NO NOS
HAGAS REÍR,” dijo uno de los guerreros más corpulentos, con lo cual el salón
entero estalló en risas y carcajadas, “NO TIENES LA FUERZA NI LA DETERMINACIÓN
PARA HACER LO QUE DICES, CHICO, ¡MEJOR VE CON TU MAMÁ!”
En ese
momento, Daniel observó fijamente al insolente, y comenzó a descender por las
escaleras de la tarima. Caminó lentamente hasta alcanzar al que había comenzado
todo el embrollo. Se colocó frente a él, quien a simple vista poseía una
ventaja monumental —tanto en fuerza como en estatura— sobre el jovencito.
“Atácame,”
murmuró Daniel, con tranquilidad.
“¡Estás
loco!, no soy un cobarde, no golpearé a un niño. No jugaré contigo, ¡olvídalo!”
“Entonces
seré yo quien ataque...”
“¿Ah sí?”
preguntó el guerrero, quien se agachó lo más que pudo para colocarse a la
altura del muchacho, “golpéame tan duro como puedas, ¡aquí!” añadió alardeando,
mientras señalaba su barbilla.
Daniel le
miró directamente a los ojos y luego dejó salir una pequeña sonrisa, la cual
súbitamente fue cambiada por un gesto de enojo. De pronto, el joven inclinó su
puño hacia atrás y lo dejó ir contra el rostro del insistente individuo. Le
propinó un estrepitoso golpe al gigante y lo lanzó violentamente por los aires.
Este cayó dando vueltas, muy lejos del punto de choque, los demás se hicieron a
un lado para que la masa de músculos no los aplastara. Después del gran impacto
contra el suelo, el titán se levantó adolorido, con algunas chispas doradas en
su mentón.
Daniel
masajeó su puño ligeramente e inclinó su cabeza, “no lo hice por mi voluntad...
sino por la tuya, lo siento. Ha sido suficiente por hoy, ¡GUERREROS!” exclamó
de pronto, “tienen dos opciones: aceptar mi ayuda, o buscar otra solución. En
caso de que escojan la primera, cuentan con siete días de este planeta, para
reunir las energías que surgirán del Equilibrio.”
Los que en
el futuro serían llamados ‘guardianes’, se observaron entre sí, desconcertados.
“D-Disculpa niño, en realidad creo que no comprendemos nada de lo que has dicho
desde que entraste a este lugar, ¿a qué te refieres con todo eso?” preguntó un
individuo que guardaba su distancia, temeroso de ser atacado.
“El
Equilibrio original de todo ser viviente debe viajar hacia el firmamento, pero
esto debe darse por voluntad propia. Cuando las personas acepten y sientan el
deseo de ayudar al universo, con solo levantar sus rostros y elevar sus almas
hasta el infinito, permitirán que sus energías fluyan y se unan, solo así
despertarán la salvación que se encuentra dentro de cada uno...” respondió
Daniel, quien respiraba lenta y apaciblemente.
“Puedo
comprender a lo que te refieres, la fuerza del espíritu,” intervino un
avejentado personaje que se encontraba cerca del joven, “sin embargo, esto
suena a locura, ¡nadie nos creerá!”
“Creer o no
creer en sí mismos: no hay puntos intermedios,” terminó Daniel, mientras
caminaba hacia la salida. Al retirarse del sitio, las enormes puertas se
cerraron con un sonido estridente. Teran, quien había permanecido todo el
tiempo apoyado sobre el mismo muro, con los brazos cruzados y en completo
silencio, dirigió en ese momento su vista hacia Seith, el cual se encontraba
perdido entre la muchedumbre, junto al Regente. El Aprendiz volteó su rostro,
pues por alguna razón no soportaba los ojos de su antecesor...
“¡Clic!”
Eduard realizó el ajuste final para el largo viaje. Aparecieron en el mismo
lugar, siete días después. Todos formaban un círculo alrededor de Daniel, quien
mantenía sus ojos cerrados y su semblante inerte. Utilizando ambas manos,
sujetaba con firmeza la empuñadura de una espada, la cual lucía descomunal en
comparación con el pequeño joven. Poco a poco, un resplandor tenue comenzó a
surgir de su cuerpo, al mismo tiempo que un extraño murmullo resonó por todo el
sitio.
“¡AHH!”
gritó Daniel, y acto seguido dio un gran salto vertical. Una voltereta en el
aire hizo que su cabello de oro flameara, al igual que sus vestiduras. El
movimiento finalizó cuando cayó al suelo, el cual perforó al hundir la espada
violentamente.
Un arma de
doble filo, cuya hoja traslúcida poseía una combinación de los colores celeste
y plateado. La base de la parte filosa era ligeramente más ancha que el ápice,
el material que la conformaba tenía una especie de símbolos grabados, diseños
pertenecientes a un idioma completamente desconocido, olvidado...
La
empuñadura, sólida y opaca, con un tono azul ultramarino, iniciaba en la parte
inferior como un par de vástagos metálicos labrados, que serpenteaban alrededor
de la mano del portador hasta unirse finalmente con la hoja, en un punto macizo
que le brindaba soporte a la totalidad del artefacto.
La espada
emitía un brillo fantasmal, luz blanquecina que llenaba de paz todo el salón.
Su fuente era un pequeño emblema incrustado en el sector inicial del mango,
cuyo brillo se extendía a lo largo de toda el arma. Seith conocía dicho
diagrama enigmático, pues lo había visto en alguna otra parte. Lo recordaba
perfectamente, a pesar del resplandor difuso.
“Eterna... forjada a partir del Sacristil.
Las energías del propio universo serán usadas para combatir el fuego con el
hielo. Quien logre tan siquiera acercarse a ella y tocarla, será el elegido.
Solamente aquel o aquella que posea un corazón completamente limpio podrá
realizar esta hazaña,” dijo Daniel, mientras daba unos cuantos pasos hacia
atrás, contemplando el arma magistral, la cual súbitamente comenzó a ascender
en el aire, envuelta por ráfagas de energía celeste que parecían resguardarla.
“¡Jeje!, si
esa es la prueba, será fácil,” exclamó un gigante corpulento de otra raza.
Avanzó hacia el centro del lugar, con el pecho en alto, pero justo cuando
estaba a punto de tomar el arma, fue repelido súbitamente por una potente
descarga, la cual lo lanzó por los aires y lo hizo estrellarse violentamente
contra uno de los muros del salón. El titánico guerrero altanero, resignado y
algo avergonzado, retornó a la muchedumbre, en silencio.
Muchos
probaron suerte, pero ni uno solo de ellos fue capaz tan siquiera de acercarse.
El Herrero, completamente decepcionado por no haber encontrado al merecedor de
Eterna, caminó para retirar la espada.
“¡OYE!,
¡ESPERA UN SEGUNDO!, ¡AQUÍ HAY ALGUIEN QUE NO LO HA INTENTADO!” gritó un
individuo en medio de la multitud. “Vamos Teran, es tu turno,” dijo este al
joven que lo acompañaba.
“¿Yo?, ¡oh
por favor Shécil!, no creo que pueda... ve tú, tampoco has probado.”
“¡No seas
cobarde!” exclamó el amigo.
“¿QUÉ?, ¿YO
UN COBARDE?” gritó Teran consternado.
“¡Inténtalo!”
insistió Shécil, quien comenzó a empujar al guerrero hacia el centro del salón.
Daniel retrocedió unos pasos para alejarse de Eterna.
Teran llegó
al sitio, a regañadientes. El muchacho observó la espada por un momento, con
infinita curiosidad. Dudoso, intento acercarse, extendió su mano pero esta fue
instantáneamente repelida de vuelta hacia su dueño. El muchacho frunció el entrecejo
con suma seriedad, colocó sus brazos frente a sí mismo como un escudo, e
intentó con todas sus fuerzas atravesar aquella barrera infranqueable. Poco a
poco parecía avanzar, los demás abrieron sus ojos en asombro... estaba a punto
de tocar la empuñadura... Daniel se mantuvo a la expectativa... pero el arma
finalmente lanzó por los aires al guerrero, el cual cayó estrepitosamente en
medio de los presentes. “¡Maldición!, ¡no pude!” dijo Teran mientras se ponía
en pie y regresaba con su compañero.
Daniel, con
un profundo sentimiento de pena, avanzó hacia la espada para tomarla. “No dudo
de las buenas intenciones de todos ustedes. Un corazón puro es requerido para
blandir a Eterna, pero sin fortaleza, agilidad, destreza, prudencia y
convicción, las cosas se complican. Si no hay un solo guerrero digno entre
todos ustedes, que presumen de ser los más habilidosos del universo, creo que
mi tarea ha terminado, sin éxito...”
Mientras
Daniel hablaba, Teran se detuvo súbitamente, como si un rayo atravesara su
cuerpo de pies a cabeza. De repente, el brioso joven se volteó y corrió hacia
la espada, para asombro de todos. Volvió a colocar sus manos de nuevo frente a
sí, como una protección. El Herrero observó atento el suceso inesperado. La
barrera finalmente cedió, tomó el arma por la empuñadura, objeto y humano se
mantuvieron flotando por unos segundos, cual si estuvieran sobre el suelo y no
en el aire, tiró de ella con todo su ser, con la fuerza de su brazo y el
poder de su corazón, y finalmente el arma salió, con gran estrépito, de
aquellas ataduras invisibles que no la dejaban libre.
“¡Joven de
corazón limpio y ánima benigna!,” exclamó Daniel, “lo volviste a intentar, a
pesar de la decepción dentro de tu ser. No te rendiste, ello ha fortalecido tu
alma increíblemente... ahora, utilizarás a Eterna para destruir lo que fue
forjado por el propio universo después de millones y millones de años de
Desequilibrio. Sin embargo, debo advertirte que Eterna no debe ser
decepcionada: nunca la uses para propósitos que alteren el fundamento original
del cosmos, de lo contrario el Desolador no desaparecerá. Los resultados serían
catastróficos y todos los esfuerzos del universo habrían sido en vano.”
“Como sea…”
murmuró el joven, quien observaba con curiosidad el símbolo extraño bajo la
empuñadura. Una luz cerúlea se reflejó en el rostro de Teran.
“Muy bien
Seith, has visto suficiente, volveremos a Romia,” interrumpió el anciano.
“¿Qué?,
¿ahora cuando todo esto se pone más interesante?”
“No hay nada
más que desconozcas. La gran batalla final contra las fuerzas de Finitrah, la
victoria de Teran, el retorno a la normalidad de todos aquellos que fueron
manipulados por el enemigo, el nombramiento de los guardianes y la creación de
la Cofradía, el Concilio... todas esas cosas te han sido contadas ya. Sin
embargo...”
“No se
detenga Eduard, ¡continúe!” imploró Seith, quien percibió un completo cambio en
la voz del Regente.
“Las mismas
emociones que nos dan fuerza y valor, en ocasiones pueden volverse contra
nosotros, cuando perdemos el control. Si tan solo Eterna no hubiese sido
profanada con sangre inocente, justo antes de la contienda contra Finitrah...”
“¿Profanada?”
preguntó el Aprendiz, con una mirada suspicaz.
“Shécil hizo
todo lo que pudo para detener a Teran, el cual amenazaba con enfrentarse solo
contra los ejércitos hostiles. El amigo inocente pagó con su vida. Con
ello se desató la paradoja que Daniel tanto temió: Eterna perdió su propio
equilibrio.”
“¡Por el
Grifo!”
“Aún con la
espada envilecida ante tal injusticia, el guerrero se atrevió a desafiar a
Finitrah, a pesar de las advertencias de Daniel. Ante los ojos de todo el
universo, el enemigo fue derrotado. Teran fue honrado en sobremanera, se le
conoció en muchos lugares, hasta que —décadas después— desapareció misteriosamente...
y Eterna con él. El cosmos recordó al humano como el gran héroe, sin conocer el
verdadero trasfondo de la historia.”
“Teran y
Shécil... ¡AHG!” murmuró Seith, quien luego se llevó las manos a la cabeza,
ante un destello amargo que pasó por su mente. Sus pensamientos dieron vueltas
y vueltas, con aquellas imágenes que había visto antes, en sueños.
“¿Qué
sucede, muchacho?”
“Yo... yo
contemplé la muerte de Shécil.”
“Eso es
imposible, siglos han pasado desde el suceso.”
“No Regente.
Yo lo vi... vi a Teran hacerlo, ¡y con ello traicionar al universo!”
“Un chispazo
de memoria... ¡mhh!, lo que dices podría tener sentido, sin embargo, no me
explico por qué habrías de recordar algo que no te sucedió a ti,” dijo Eduard,
el cual se llevó su mano hacia la barbilla, pensativo.
“Teran es mi
antepasado. Aunque haya transcurrido tanto tiempo, algo de su sangre corre por
mis venas.”
“Tus
recuerdos comprueban una vez más que la traición de Teran, fuera como fuera, se
dio realmente. ¡Pero no temas!, no eres él, ¡eres Seith!”
“Lo sé...
aunque—”
“Hay una
cosa más que debes saber, casi lo olvido,” interrumpió el anciano, “hace casi
veinte años, en uno de sus tantos viajes, Tserafán descubrió algo infinitamente
extraño en un pequeño planeta olvidado, algo que nos dio indicios para
sospechar que Finitrah había vuelto... pero esa es otra parte de la historia
que te contaré pronto. Por el momento, ya conoces lo más importante: el enemigo
sigue existiendo, y ha recuperado e incrementado su fuerza. Quizás utilizó
todas estas centurias para preparar una nueva estrategia, será mucho más
difícil vencerlo. Por las cosas que has contado y los últimos sucesos, todo
parece indicar que has visto el nuevo rostro del adversario...”
“¡Hargan!”
aseveró Seith, alterado, “todo este tiempo ha sido él... ¡Regente!, nadie nos
creerá... nadie querrá aceptar la nueva realidad. ¡Si tan solo el resto del
universo conociera esta historia completamente!, Stonehenge, las civilizaciones
antiguas, las grandes injusticias, Omega, Eterna, Daniel—”
“Hay otros,
Seith, que también saben esto, entre ellos el Maestro Tserafán... y Luccas,”
respondió el anciano tranquilamente mientras intentaba calmar al muchacho, el
cual sonaba ofuscado.
“¿Luccas
también?”
“Él guarda
más de un secreto consigo, y créeme que jugará un papel muy
importante... hasta el final. Sin embargo, mi querido Seith, hay partes de la
historia que tendrás que descubrir por ti mismo. El destino de Eterna es
incierto. Ignoramos los planes del Desolador, y el tiempo del universo podría
llegar a su fin en cualquier momento. Has de narrar esta historia únicamente a
tus seres más cercanos, no dejes que la noticia se salga de control, no
queremos abrumar al universo entero, ello provocaría un colapso total.”
“Entiendo,
Regente.”
“Ahora
podemos irnos... ¡clic!” señaló Eduard. Todo comenzó a oscurecerse, lentamente.
Gustavo Obando (G.
Zéfiro). Nació el 13 de marzo de 1987, en San José, Costa Rica. Actualmente
ingeniero eléctrico graduado de la Universidad de Costa Rica, este joven
profesional se encuentra terminando su grado de Licenciatura. Aunado a su
carrera, busca colocarse como uno de los novelistas más jóvenes en el país por
el momento.
Su pasión por la escritura comenzó a los 16 años,
cuando sintió que algo en el mundo no estaba bien, y que alguien debía hacer
algo por ello. Encontró su vocación por la escritura, como medio máximo de
expresión de ideas y sentimientos en, como indica él, “un mundo que busca cada
vez más apagar las ideas nuevas, frescas y vanguardistas de cara a un nuevo
milenio donde la humanidad debe unificarse nuevamente, para bien de todos.”
Su primera novela, la cual escribió cuando apenas
tenía 18 años, tiene como título “Eterna”, el primer tomo de una saga de 3
libros de ciencia ficción, fantasía, épica y denuncia social, de la cual se
encuentra trabajando en su segunda entrega, así como una novela de ficción
histórica que no tiene que ver con la saga de “Eterna”. Su primera edición
corrió por cuenta propia como autor-editor, afirmando que tuvo que pasar por
múltiples problemas y desastres (entre ellos dedicarse por sí mismo a imprimir,
editar y compaginar los casi 500 ejemplares de dicha edición, pues la imprenta
privada que le ayudaba terminó por abandonar el proyecto y disolverse luego de
haber comprado los materiales para el tiraje) para llegar a ver su obra
constituida y colocada, hoy en día, en la Librería Universitaria de la
Universidad de Costa Rica, así como la Librería Lehmann, quienes gentilmente
apoyaron su proyecto.
Como afirma este joven autor, “Eterna está aquí para
quedarse, viene desde el Cosmos hacia nosotros, y ahora que ha nacido en Costa
Rica, debe viajar al mundo. ¿Qué mejor lugar para el nacimiento de este libro,
que Costa Rica?, lugar que yo considero que es el último oasis de paz dentro de
los corazones de la humanidad, donde a pesar de la problemática social que vivimos
todavía quedan personas capaces de conmover los cimientos de la vida y
estremecer las estrellas con cada respiración? Esto se trata de tenacidad,
creer en mi sueño, ver una luz donde nadie más la ve…”
El presente texto, corresponde al capítulo 18 de su
Novela “Eterna”.
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