"Plancton", es el debut literario de Segio Arroyo,
otro debut relativo, dado que Sergio Arroyo no es ningún desconocido en su
faceta como editor, crítico y colaborador usual de diversos medios. Pero valga
decir también, que Plancton es ante todo un voluminoso, si cabe, libro de
microficciones (prefiero llamarlos así, dado que es un término más genérico que
engloba mejor su contenido) lo micro pues por su brevedad, lo de ficciones,
pues ¿qué artificio narrativo no lo es? Y voluminoso ¡pues son cincuenta y ocho
textos! Subdivididos en cuatro secciones: “La Sagrada Familia”, “Juegos
Florales”, “Un demonio de la soledad” e “Historia Universal del microrrelato”.
La primera parte “Sagrada Familia” Está constituida
por 16 relatos, en esta sección encontraremos los rasgos generales que
caracterizan el estilo de Arroyo: un lenguaje sencillo, frases cortas, textos
breves que apenas superan una página, narrados de manera lineal. Sergio Arroyo
nos muestra siempre todas las cartas, desde el primer párrafo de casi todos sus
relatos plantea claramente la situación o conflicto, luego como si fueran en
caída libre, los relatos se resuelven de manera sencilla, sin grandes giros o
finales sorpresa. Es pura contención y economía, una búsqueda por la eficacia
narrativa que no deja de recordar a esos grandes maestros del microrrelato
mexicano Goldwards, Arreola y Valadéz.
¿Cómo son estos cuentos de Arroyo? Algunos parecen
cuentos de enredos, confusiones y malos entendidos, como en el texto homónimo con
que abre el libro: “todo empezó con un
error, un pequeño error a la hora de servir la cena”, claro, en este texto
los personajes regresan a la cordura, no así en el siguiente texto “Usos
horarios” donde la protagonista sellará su destino: “El día que doña Carmen cumplió los 58 años de edad empezó a usar
reloj. Las consecuencias llegaron de inmediato.”
Otros textos son viñetas, raros cuadros de
germinales perversiones y obsesiones, como “Belcebú”, “Secreto número seis: me
gusta jugar con fósforos” o alegorías sobre la envidia como “Tres montículos de
tierra”, la ira en “Bautizo de fuego”, como lo anuncia el mismo título “Odio”
perturbador sin duda y el estupendo “Diversiones de la Soledad” con el que tuve
un deja vu y recordé otro cuento magnífico “Vivo/muerto” de Flavio Güell.
De repente esta primera sección decae, incluso
podríamos decir que los cuentos se vuelven sosos “La circulación de la sangre”,
“Una noche romántica”, “Recuerdos de mi última cara” en este último no
entendemos por qué el autor anticipa el final, incluso lo repite cuando ya no
tiene menor efecto, es como cuando por error contamos el final de un chiste al
comienzo. Luego vuelve a reponerse con “Un querido sufrimiento” donde inferimos
que además de existir sufrimientos queridos, son también íntimos y secretos,
como también lo son las pesadillas en “Madre de dios y madre nuestra” le
precede un cuento que parece salirse del conjunto, “Los zapatos” cuyo golpe de
timón en la trama lo hace más cercano al realismo social. En cambio, “Las confesiones
de Agustín” (un título muy sutil con enormes connotaciones) interpela
directamente al lector, las llaves que abren y cierran puertas a lo mejor
obedecen a nuestros deseos. Cierra esta sección con un texto cuya trama se
siente familiar, “Preocupaciones de una madre de familia” donde Arroyo sabe dar
esa “vuelta de tuerca” necesaria para mostrarnos un reverso igual de
inquietante y aterrador en el silencio voluntario y la soledad de la
protagonista.
La segunda sección del libro “Juegos Florales” está
compuesta por doce textos, mantiene la misma estructura y tensión de la primera
parte, continúan los enredos, las confusiones y malos entendidos, el cuento del
mismo nombre que le encabeza suma una dosis de resignación y decepción, o bien
de perplejidad como en “El uniforme”, destacable la viñeta “El útero”, “Ocelote”
y “Final para un cuento japonés”, por otra parte “7.4 grados en la escala de
Richter”, nos comienza a mostrar cómo el autor estructura sus cuentos, los
cierres de estos se vuelven sentencieros y yuxtaponen los vanos intentos de los
protagonistas, incluso estos giros se adivinan, como “El gran Nusrat” donde el
autor nos explica lo que había que entender. Y entonces nos encontramos con una
extraña joya, un juego: “Arbol #1” y no sé por qué me recordó aquellos bellos
cuentos infinitos de Monterroso y de Menen Desleal, pero esta vez a la inversa,
como un espejo roto, y también de excepcional calidad, “Historia de amor” donde
no es lugar común decir que el amor es infinito e insondable en sus formas. Francamente
flojos y sosos son textos como “Anti Rapunzel”, “El apagón” y “Un cíclope
estúpido” no más que anécdotas.
La tercera sección “Un demonio de la soledad”, no
son más que divertimentos, cuadros más o menos ingeniosos sobre los teléfonos
celulares y cómo mi generación (cosa que no ocurrirá con la generación que nos
precede) ha caído en sus enredos, confusiones y mal entendidos, estas últimas
ya no endosadas a la telefonía, sino a la marca del autor en la construcción de
sus textos. “La suerte que han corrido”, “Sísifo”, “Un pequeño precio por
pagar”, “Admiradora secreta”, “En la riqueza y en la pobreza”, “Jaime”, “Manos
libres”, “Karma”, “Tres mil metros con obstáculos”, King Krimson”, “Tono de
ocupado”, “Perdido y hallado”, “Los motivos de Luciana”, “Telemitomanía” “El
móvil” “Llamada telefónica”, Ichi the caller” lo malo es que los tópicos se
reiteran: gente que finge conversaciones, que pierde intencionalmente o no su
teléfono, parejas que se distancian o se aproximan, mensajes y llamadas sin
responder, y las obscenas, en fin, que la familiaridad con estos cuentos los
hacen más bien una serie de lugares comunes. Un bajón en lo que llevábamos en
el libro, una sección que tal vez no pertenecía a este.
“Mensaje de SOS” es un texto que brilla solitario
en esta sección, emula la técnica que llamaría yo “del espejo roto” igual que
en el texto de la sección anterior “Arbol #1”, “Tratado de la comunicación
humana” “La mujer invisible” “Mensajes de texto” risueños, lo que se pudo
salvar.
Cierra el libro con una paradigmática sección:
“Historia universal del microrrelato” título pretencioso, pero que sin duda
honra los textos que encabeza, acaso, una exposición ejemplar de los modos y
formas que el relato breve ha recorrido en el tiempo y en las culturas, a mi
modo de ver, por mucho, la mejor lograda sección del libro, que lo salva luego
del desafortunado bajón de la sección que le antecede.
|
Sergio Arroyo |
Y abre con un “mito”, “El gran debate” precioso
relato, me sentí tremendamente identificado con los relatos cosmogónicos de los
pueblos profundos amazónicos; continúa con una “parábola”, “Parábola de la
moneda” donde el extraño discernimiento del hijo nos hace dudar de la fortuna
fácil, y sigue una “fábula”, “Recursos humanos” heterodoxa por saltarse el
requisito de la prosopopeya, pero cumplidor en su moraleja. Tenemos también un
“koan” esa pregunta extravagante y hasta absurda que el maestro zen hace a su
“pequeño saltamontes”, pero esta vez bellamente resuelta. Aparece un “apotegma”
con su aleccionadora sentencia en “[No surprises]”, donde el autor hace una
curiosa aparición (y habrá otras), pero dado que estamos hartos de textos sobre
teléfonos celulares este pasa apenas discretamente; y hasta tenemos un “enxiemplo”
mordaz y moralizante, que es una reescritura de un cuento popular “Lo que le
sucedió a un hombre con su hijo con su bestia, donde otra vez vuelve aparecer
nuestro autor como personaje. Encontramos en esta historia universal del
microrrelato, como no, un “cuento de hadas”: “La primera orden del rey” que es irónicamente,
“una pérdida de la inocencia”, así como también un “cuadro” (de costumbres):
“Mamavirgen”.
Dentro de la misma sección cierra con dos textos
determinantes, el primero un homenaje a Ramón Gómez de la Cerna, una
“greguería”: “[El microrrelato declara su filiación]” que más bien, digo yo, es
la filiación del autor y no del género. Y finalmente un “microrrelato”: “Dos
veces en un mismo río”, pieza bellamente ejecutada, pese a que su extensión nos
parece excesiva.
"Plancton" es un libro de cuentos que puede ser
considerado de referencia, es la más explícita y honesta propuesta al ajetreado
asunto del microrrelato o microficción, donde no faltan innumerables ejemplos de
libros donde casi siempre la supuesta economía no es más que carencia, y el
efectismo y la relamida excusa de que el lector completa la circularidad hermenéutica
rápidamente deviene en hastío, repetición y formulismo. Pero es que en esta obra
de Arroyo todo es tan deliberado y ejemplar que no podemos generalizar más sin reconocer la lucidez y propósito del autor, pese a los altibajos, pese a que
sentimos al libro plagado de viñetas prescindibles, pese a que no entendemos
cómo el autor junta lo exquisito con lo magro.
Germán Hernández