25/7/10

El Hombre de Negocios se despide de su amante



Por un momento estuve a punto
de quitarme este performance
mi antifaz de éxito y estabilidad
para decirte que me siento pequeño
en la dulce pequeñez de tu cuerpo
que a veces siento miedo
y no puedo dormir
sin la luz encendida.

Pero ahora veo claramente
ahí están mis hijos, mi mujer y mi madre
ahí están mis empleados y los socios
que nunca me han visto vulnerable

Mañana tendré que despedirte.

Germán Hernández.



2/7/10

Un nuevo sentido para la palabra "evangelizar"





¿Qué significado pueden tener palabras como “evangelizar”, “misionero” en la mente de personas que no son cristianas? ¿Qué puede existir en la mente de los “evangelizadores” y “misioneros” respecto de las personas que no conocen su “evangelio”?

Para responder más o menos a estas interrogantes, es preciso tener en cuenta no sólo el contenido ideal del “evangelio” también debe tenerse en cuenta cómo históricamente se ha “evangelizado” y cómo ha llegado ese evangelio hasta otras culturas. Quizás entonces podríamos comprender con un poco de humildad por qué la palabra “cristianismo” produce tanto terror y quizás podríamos pensar de manera muy precaria en el contenido y la aplicación que el “evangelio” desea transmitir.

Cuando el cristianismo apenas comenzaba hace dos mil años, la experiencia evangelizadora era muy distinta a lo que fue posteriormente. En un principio, el cristianismo era una religión sin centro geográfico, brotaba sutilmente a lo largo de las rutas de navegación alrededor del Mediterráneo del siglo primero y así tuvo que convivir minoritariamente durante siglos junto a otras tradiciones.

Estas pequeñas comunidades cristianas para prevalecer y mantenerse se volvieron muy cohesionadas, mucho antes de las persecuciones en Roma fueron relativamente tolerados por las otras comunidades. Más tarde, cuando el Cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano, las cosas cambiaron mucho y cada pueblo conquistado no solo debía ahora tributar a Roma, si no también adorar a su Dios.

A partir de entonces, la evangelización fue parte sustantiva de todo expansionismo en occidente, había que salvar almas, y ese era el objetivo literal, las almas, pues los cuerpos, podrían ser escarnecidos de manera indescriptible, en el proceso de la evangelización fue muy evidente ese dualismo entre la carne y el espíritu, salvar almas era el imperativo, aunque hubiese que destruir la carne.

A lo largo de los siglos de expansión colonial de occidente, las misiones siempre acompañaron a los conquistadores, fuera en Asia, en América ó África, las buenas noticias del evangelio, contrastaban con la temible espada del invasor y su sed inagotable de riquezas y poder.

La suma de los siglos y de los hechos, han por si solos creado una enorme barrera entre los cristianos y los musulmanes, budistas, hinduistas, etc. No sería la primera vez ni la última que un gran representante de esas culturas (Gandhi fue uno de ellos) pusiera en entre dicho ese abismal contraste entre ese Evangelio lleno de amor y la muerte que sembraban sus creyentes.

La imagen que el misionero tenía de los no creyentes era funesta: pueblos salvajes, ignorantes, adoradores del demonio, para los no creyentes, esta perspectiva del misionero provocaba perplejidad ¿Cómo es posible llamar demonios a los dioses que nos dieron la tierra y la sustentaron por generaciones? ¿Qué novedad puede tener ese evangelio, si todo lo que anuncia ya se sabía desde tiempos innombrables: no robar, no matar, no mentir, no hacer a otros el mal que no queremos para nosotros mismos?

Pero cuando las cruces venían acompañadas de espadas, de la perplejidad se pasaba a la actitud defensiva y combativa, los que predican el evangelio querían el oro, las cosechas y el sexo de las mujeres, el músculo y el trabajo esclavo de los hombres, derribaban templos y quemaban libros sagrados. Ante la actitud defensiva y combativa de unos, la respuesta del conquistador y el misionero era el exterminio.

Para el misionero su obra era una guerra contra Satanás, ganar almas, aunque se perdieran vidas, las creencias y tradiciones de los pueblos no cristianos eran vistas con desprecio.

Esa visión no ha cambiado mucho hasta nuestros días, inclusive, decir “no cristianos” es una manera sutil de negar la identidad del otro; el "otro" es alguien y “es” y no se define por lo que "no es”. "El otro es": musulmán, maya, quechua, taoísta, etc.

A los pueblos que no fueron exterminados y que fueron sometidos finalmente les llevó siglos poder asimilar ese “evangelio” que implicaba también una nueva lengua, un nuevo rey y un nuevo Dios, pero eso sí, dicha asimilación no fue pasiva y sin duda, ese evangelio ganó mucho (se admita o no) con toda la riqueza y tradición de los pueblos sometidos. La manera en que se experimenta el cristianismo en diversos lugares del mundo, puede tener una base magisterial común, pero una vivencia cultural y vivencialmente distinta.

Pero a los pueblos que no fueron sometidos las cruzadas todavía están ahí, quizás de manera más sutil y estilizada, el mismo desprecio de siglos atrás por sus tradiciones y creencias está ahí presente (no olvidemos que hace menos de 4 años cuando unos caricaturistas daneses en nombre de la libertad de expresión publicaron toda una serie de caricaturas ridiculizando a Mahoma, el Corán y el mundo musulmán) cada vez que los hombres de occidente vienen con sus cruces vuelve la perplejidad y el recelo, el expansionismo que viene de occidente se presenta como portador de la única verdad y por lo tanto no deja nada en pie.

Igualmente temible es para un niño occidental la imagen estereotipada del “terrorista talibán”, asesino y sin escrúpulos, como lo es para un niño musulmán la imagen del “marine”. En todo caso se trata de la expresión más simplista, sin fondo y sin contenido, pero más real y concreta en los pueblos que hoy viven la ocupación de fuerzas extranjeras y también la “fe” de los extranjeros.

A todo esto cabe preguntarse sobre aquel mandado que los evangelistas pusieron en boca de Jesús: Id por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado. Marcos 16, 15 al 16.

Una lectura literal de este pasaje (casi apócrifo y añadido posteriormente al texto original de Marcos) resulta inadmisible para cualquier comunidad no cristiana, es su negación absoluta. Y así ha sido leído, interpretado y predicado históricamente por los misioneros.

¿Qué significado puede tener entonces “evangelizar” es decir, dar buenas noticias, la promesa de un reino de Dios en la tierra para todos los excluidos, para los que están en tinieblas, para los que tienen hambre y sed de justicia, que no indique: que son un montón de idólatras, adoradores del Diablo, ignorantes, pecadores, salvajes, bárbaros, etc.?

¿Evangelizar es acaso conciliar los puntos en común que por diversos caminos han sido revelados a otras tradiciones que no son cristianas?

¿Evangelizar es un asunto de salvar almas ó vidas?

Quizás sobre esto último habrá un gran debate, habrán quienes piensen que salvar almas ó vidas no es excluyente y sustituirían la “ó” por un y, incluso cabe que existan quienes ni siquiera distingan entre una cosa y otra.

Pero las almas son intangibles, abstractas, etéreas, puras… tienen tan poco peso que casi no existen, quizás ni tengan existencia, quizás esa existencia sea únicamente posible en los sujetos concretos, para decirlo de otra manera, más vernácula, la vida que conocemos, que experimentamos cotidianamente es en “cuerpo y alma” no conocemos otra manera de experimentarlo. No podemos desprender la corporeidad de la vida; salvar la vida implica salvar la corporeidad donde tiene lugar la conciencia, eso que llamamos alma.

Pero salvar la vida, es decir, rescatarla de la muerte, implica hacerla sustentable, posible plenamente.

Dar buenas noticias, o sea “evangelizar, implica salvar la vida concreta, hacerla factible, plena, ofrecerle todos los espacios para su potenciación y no limitarla a una noción abstracta.

Bautizar es precisamente hacer viable la vida, no tiene nada que ver con el rito del chapuzón en el agua, no basta conocer las buenas noticias, si no se experimenta plenamente la oportunidad de transformar la realidad, de construir el reino de Dios de la manera en que este se ha manifestado a cada cultura, en cada momento de la historia.

Y esto necesariamente implica una postura insospechada, resulta ahora que quien evangeliza, obligatoriamente debe dejarse evangelizar, por que "el otro" no es un ser ausente de mi evangelio, sino quien lo completa, lo nutre con el suyo y no nos referimos a la construcción de una verdad universal como suma de muchas partes, porque la realidad cósmica no es un rompecabezas, ni en él existe un orden en el sentido occidental.

Cada vez que queremos organizar el cosmos según nuestro sentido de “orden” lo desordenamos, cada vez que queremos organizar el “caos” lo hacemos más caótico, pero lo que quiero decir es que cada vez que queremos homogenizar la realidad, morimos aplastados por ella, negamos la inmensa riqueza de la creación infinita sustituyéndola por nuestras reglas finitas. Negamos la inmensidad del misterio por nuestras minúsculas verdades.

Así que el imperativo del evangelista no es convertir a los idólatras, a los ignorantes, a los bárbaros y a los adoradores del diablo en cristianos, sino más bien la de compartir una promesa llena de posibilidades infinitas de convivencia, donde el bautismo es la comunión con la vida en todas sus infinitas potencialidades y variedades y la condenación es la negación de esa infinitud, se condena el que no es capaz de entender al otro, se condena el que no es capaz de salvar la vida concreta del otro, el que no capaz de encontrar el evangelio en los otros.


Germán Hernández.