“a mi todo muerto me angustia, todo muerto me duele, sea un niño iraquí, americano o costarricense; pero, por supuesto, entre la muerte masiva de niños costarricenses y norteamericanos, y la muerte de niños árabes, ¿qué puedo escoger?...”.
Abel Pacheco
Guillermo
Fernández debutó literariamente en poesía con La mar entre las islas.
(Premio Joven Creación, ECR, 1983), Atrios, (ECR, 1994), Estocada
final, (Premio Nacional Aquileo Echeverría, ECR. 1997), Para días posibles
(EUNA, 1997) y Danzas (EUNED. 2002). Más adelante deja la lira y sigue
con el cuento Efecto invernadero, (ECR, 2001) y Hagamos un ángel
(Editorial EUNA. 2002). Más tarde aborda la novela con Babelia
(2006) y Nebulosa (2007) ambas con la Editorial Costa Rica y sigue ahora
con Ojos de Muertos (Uruk 2012).
En
esta tercera novela Fernández incursiona en el género detectivesco[i], y
en lugar de entregarnos un caso, nos ha novelado dos, uno que podríamos llamar
“Los niños de Irak” y el otro “Draculín”, en una obra llena de referencias
amargas y reconocibles, igualmente ha creado un singular detective, Pablo
Jimenez, el cual resulta de alguna manera en un anti-héroe, digamos que un
anti-detective, pero primero hagamos un repaso por la novela.
Síntesis
Compuesta
por seis partes en treinta y dos capítulos, en la primera de ellas “La mano mordida” Pablo Jimenez, jefe
de la Oficina del Crimen Especial del Ministerio de Protección Civil recibe el
encargo del Director[ii]
para investigar el ataque sufrido por el presidente de la república Joel Agüero[iii].
Autoridades superiores habían recibido antes un poema amenazando al mandatario
por su incondicional apoyo a la Coalición de países que luchan contra Irak y el
terrorismo de Al Qaeda de quienes se sospecha son los perpetradores del ataque.
Ante todo, el propósito de la misión será “descartar
de inmediato si los locos de Al Qaeda están detrás de este ataque” (Cap.
I). Pablo pone en autos a su equipo de criminólogos (Cap. II) e inician sus
primeras pesquisas infructuosamente (Cap. III) al día siguiente de su
asignación, Pablo se entrevista sobre el asunto con el asesor presidencial
Ananías (Cap. IV) y saliendo de allí se le ocurre la idea “no del todo clara en esa hora de debilidad, de visitar al padre
Rosales” (Cap. V)
En
la segunda parte “Huir y regresar”
Pablo decide darse el fin de semana libre, visita un prostíbulo (Cap. VI), más
tarde se encuentra con su amigo Celso[iv],
quien hacía unos meses había perdido a su hijastro en un supuesto asalto, Celso
pide ayuda a Pablo para que le consiga un sicario que le haga justicia a él y
su mujer, Pablo lo recrimina y no le apoya (Cap. VII), regresa a casa donde se
queda dormido viendo una película, cuando despierta sale a buscar a una
vendedora que el día anterior le había parecido hermosa, como no la encuentra,
se decide por ir a visitar a su padre en Barva (Cap. VIII), ahí pasa frente a
la casa de Belisario, fabricante de máscaras y amigo de su padre y se detiene a
conversar con él (Cap. IV), sigue caminando y ve el techo de la iglesia y
recuerda una mala experiencia de su infancia con un sacristán hasta que se topa
con Damaris, una ex novia de su juventud con quien charla un rato (Cap. X),
finalmente llega a casa de su padre (Cap. XI).
En
la tercera parte, “Últimos días del año”
Pablo recibe un informe de sus colaboradores, se han hecho detenciones, pero no
sienten que estén progresando pese a la captura de un indigente conocido como
“Culebra” que parece coincidir con las descripciones y a quien el presidente ha
identificado como su agresor (Cap. XII)[v].
Pablo platica casualmente con dos forenses alrededor de un extraño trozo de
carne que los lleva a fantasear sobre su origen[vi];
le confirman también que la dentadura de Culebra coincide con las marcas del
mordisco en la mano del presidente (Cap. XIII)[vii].
Los indigentes son liberados, “Culebra firma una confesión donde admite haber
mordido al presidente, pero niega haber sido instigado por terroristas o
conocer el misterioso poema de los niños de Irak, nadie le cree, las
autoridades están obstinadamente convencidas de que Al Qaeda está detrás del
ataque. (Cap. XIV)
Tras
la negativa de contactar a un sicario,
Pablo finalmente cede al pedido de su amigo Celso y contactan a
“Candado” para el trabajo. (Cap. XV)[viii]
Más tarde, Pablo vuelve a entrevistarse con el Director, le indican que
recibirá el apoyo de un agente de la Coalición de países de la guerra contra
Irak para encontrar el vínculo entre el ataque al presidente y los terroristas
(Cap. XVI) El 24 de diciembre, llega al país el agente, Arnold Badcock, Pablo
lo recibe en el aeropuerto, lo lleva a un hotel y toman juntos. A la mañana
siguiente Pablo recibe una llamada de Rodolfo, uno de sus colaboradores que se
encuentra en una crisis personal y acude en su ayuda. (Cap. XVI).
El
26 de diciembre, Pablo y Arnold Badcock se entrevistan. Pablo pasa el fin de
año solo. Otro día, una de las prostitutas que Pablo contactó para Arnold
Badcock se queja con él de las perversiones de este. (Cap. XVII)[ix].
La
cuarta parte “Testimonios” Pablo
conoce las perversiones de Badcock, siente que son un arma para extorsionarlo y
se retire de la investigación, pero fracasa, comienzan así los interrogatorios
y torturas de Badcock que arranca testimonios inverosímiles de indigentes lo cual
compromete a las autoridades por lo que finalmente es retirado de su cargo.
(Cap. XVIII) En una nueva entrevista con el Director, se le indica a Pablo que
se debe negar cualquier tipo de contacto con el agente (Cap. XX) A consecuencia de los rumores sobre las
torturas, Pablo sufre un incidente con Gregorio Luna, periodista de Testigo
Ocular (Cap. XXI)[x].
La
investigación ahora da un giro y se dirige hacia el posible autor del poema,
Pablo entrevista a diversos poetas buscando indicios que lo llevarán hasta el
poeta muerto Honorio Méndez[xi] y
hacia un grupo literario “Clara
Oscuridad” (Caps. XXII y XXIII).
En
la quinta parte “El rastro de Draculín”
un nuevo homicidio en Aserrí hace a
Pablo retomar el caso del asesinato del hijastro de Celso, visita a éste y su
mujer para informarles del asunto, con la ayuda de un informante van tras la
pista de un sospechoso con el mote de Draculín, y las pesquisas los llevan
hasta un bunker en medio del hermetismo de los presentes (Caps XXIV y XXV).
Pablo tiene una pesadilla con Draculín, un mes después, recibe la llamada de
Celso para avisarle que su mujer le ha abandonado, que se fue con el sicario
para vengar la muerte de su hijo (Cap. XXVI). Esa misma noche, Pablo descubre
que han caído en una trampa y Draculín se ha burlado de ellos por mucho tiempo
(XXVII).
En
la sexta parte “Ojos de muerto”, el
presidente a sido atacado nuevamente, y aunque continúa la investigación en
busca del instigador de estos ataques, se ha cubierto el asunto con un culpable
por conveniencia (Cap. XXVIII), pese a que se descubre que un fantasmal Honorio
Méndez es el autor de los ataques, las autoridades por consejo de una
clarividente proponen llevar a cabo una serie de misas para apaciguar al
atacante (Cap. XXIX) Días después Pablo tiene una curiosa conversación con
Débora la clarividente (Cap. XXX). Pablo recibe una llamada de Celso: candado
ha sido asesinado por Draculín, Pablo y sus colaboradores vuelven al bunker
donde habían buscado antes para descubrir el paradero de Draculín, se monta un
operativo para aprenderlo (Cap XXXI), tras el operativo, Pablo reflexiona sobre
los resultados. (Cap. XXXII).
El anti-detective, paranoia y absurdidad
Guillermo
Fernández ha creado un personaje muy peculiar en Pablo Jimenez, jefe del
departamento de la Oficina de Crímenes Especiales, se trata de un sujeto
pusilánime como individuo y como detective “Creo
que mi trabajo en el Ministerio de Protección Civil ya no me parecía estimulante”
(pág. 9), estoico, nunca va contra la corriente y termina haciendo lo que los
demás quieren: se hizo criminólogo porque su ex mujer se lo pidió “lo que había vivido hasta ahora era la
fantasía de mi ex esposa y sin ella no tenía a quién comentarle los avatares de
cada día” (pág. 9 ), fue despedido como profesor de filosofía porque los
estudiantes no lo respetaban (págs. 13 y 14), le consiguió un sicario a un
amigo pese a no estar de acuerdo (Cap XV), consiguió prostitutas para el agente
de la Coalición (Cap. XVIII), y no pudo extorsionarlo luego, calló las torturas
y abusos de esté cuando se lo ordenaron “la
orden que tenemos ahora es la de negar cualquier tipo de contacto con el
agente” (pág. 150), calla también sobre la falsa resolución de los ataques
al presidente (Cap. XXVIII), en general, todo en Pablo Jimenez es un acto
fallido, fracasa en sus investigaciones, pues paralelamente el Director llega
primero que él a los mismos resultados
(Cap. XXIX), igualmente, “Candado” le gana la carrera en encontrar a Draculín
(Cap. XXXI). En suma, la vida del “anti-detective” no tiene mucho sentido salvo
que sigue jovencitas sin éxito aunque lo niegue[xii]
(pág. 60).
Resulta
interesante el recurso del detective-filósofo, aunque a fin de cuentas, todos
los personajes resultan tan buenos filósofos como Pablo, en especial el
Director (Cap. I) [xiii]
y Badcock (Cap. XIX)[xiv] que hasta citan mitos y autores clásicos con
él, realmente se desaprovecha en la novela esta peculiaridad para la resolución
de los casos.
Como
habíamos dicho al comienzo, esta novela es dos historias, o mejor, dos casos,
el primero que llamaremos “Los niños de Irák” es una parodia, carnavalesca y
paranoica, la obstinación de las autoridades por revelar un misterio para
inmediatamente negarlo, sean los terroristas de Al Qaeda o la sombra de un
poeta muerto, aquí la verdad se inventa y luego se oculta.
El
segundo caso “Draculín” rememora la ultraviolencia de la Naranja Mecánica de
Anthony Burguess, del niño que está en la frontera de la vida y debe decidir si
crese o se queda en sus mórbidas travesuras, pero también da paso a otro
elemento, a una fascinante confrontación, la cacería de un criminal entre un
detective (dentro del aparato institucional) y por otro el sicario (que
transgrede esa institucionalidad). A pesar de ser este segundo caso más
contundente, se debilita (poco importa que la esposa de Celso se valla con
Candado) hasta su desenlace y en medio
del clímax el narrador se detiene a describir la casa del asesino y a citar los
nombres de los autores de los cuadros y esculturas; la casería de Draculín se
vuelve melodramática y poco creíble cuando Pablo se enfrenta sólo ante él, como
si lo hubiera finalmente emboscado en un callejón solitario cuando en realidad
estaba acompañado por un fuerte operativo con agentes armados.
Pero
sentimos que hay algo que no nos permite sumergirnos en cada una de las
historias narradas y exprimirles todas sus consecuencias, y es a nuestro
parecer el problema del narrador-personaje-autor por un lado y por otro los
tantos episodios que las enmarañan, a veces sólo accesoriamente, para servir de
trasfondo o escenario a las reflexiones y juicios del protagonista.
El problema del narrador
A
todo lo largo de novela el narrador y protagonista Pablo Jimenez opina de todo,
juzga a todos y lo describe todo sin dejar nada para el lector, no cabe duda
que hay agudeza y hasta puntos altos en sus soliloquios, pero la mayor de las
veces resultan estorbosos, tanto que terminan sofocando el relato, los
personajes los conocemos por lo que Pablo Jimenez dice y piensa de ellos y
nunca por lo que los personajes realmente son y hacen, la novela se excede en
juicios de valor y pierde en sutileza y sugestividad. Quisiera mostrarlo con
algunos ejemplos:
“Cuando salía de Casa Presidencial me sentí mareado. Detuve el
automóvil cerca de un puente, abrí la ventana y vomité. Un grupo de
colegiales me vio desde la esquina, se agitaron sorprendidos y luego se rieron
socarronamente. A los jóvenes les encanta ver a los viejos hacer el
ridículo, el instinto les dice que ya nos pueden pasar por encima, y de paso gozar como lobeznos
lujuriosos.” (Cap. V. pág. 37)
Aparte
del vómito (que es un clisé del cine de Holywood que no viene al caso) realmente no interesa
el comentario sobre la juventud irreverente, el lector puede llegar a esas
conclusiones sin ayuda del autor, también se nota aquí el uso del símil con un
propósito decorativo más que para ampliar el sentido o bien comparar una cosa
con otra.
El
narrador, que en todo caso es testigo y protagonista de la acción, por momentos
es también omnisapiente, conoce los pensamientos y hasta lo que los personajes
quieren decir y sienten:
“Lo que Damaris quería decirme, en verdad, era lo siguiente: No
puedo evitar vivir así, y solo pienso en huir”. (Cap. X, pág. 74).
“De nuevo, Damaris invertía los términos. Lo que deseaba decir
era que Daniel le había puesto un terrible vigilante: Juan y que lo hacías
porque no solo la celaba. Sabía que ella era diferente, alguien que no formaría
nunca parte de sus propiedades, un ser inaccesible, aunque la pudiera tener a
su disposición, cuando se aburría de sus muchas amantes. Daniel sabía hacer
dinero y eso era lo único que había aprendido en la vida. Lo hacía de todas las
maneras posibles y creo que muchos lo adoraban. Hombres como Daniel son
apreciados sin mucha dificultad, les sobran serviles y protectores. Tal vez
conocen el corazón de los hombres mejor que ninguno y les saben hablar para
mantenerlos hipnotizados”. (Cap. X, 75)
Aquí
es donde mejor se aprecian los problemas con el narrador en primera persona que
además es el protagonista, como siempre, agrega comentarios que no son
pertinentes, que no refuerzan la trama ni aportan gran cosa al argumento. En
toda la novela solo existe un punto de vista: el del autor-narrador-protagonista.
Un relato saturado
Conforme
avanzamos en la lectura de la novela, comenzamos a notar una saturación de
recursos: sueños, voces, encuentros y episodios enteros alrededor del detective
con el único propósito de servir de escenografía para sus juicios y sentencias,
la trama se desdibuja, la novela se vuelve un relato sobre Pablo Jimenez y sus
escrúpulos, todo lo demás es fachada, de no ser así, faltó economía, contención
y eficacia.
Por
ejemplo la entrevista con Ananías en el capítulo IV que no hace más que repetir
lo que ya sabemos del caso de “los niños de irak” en el capítulo I.
Desde
el capítulo V hasta el XI, se intercalan una serie de personajes y situaciones
que nada aportan a los casos, y que conciernen únicamente al narrador
protagonista, es débil el papel del padre Rosales tanto en el capítulo V como
en el capítulo XXXII donde se siente una especie de voluntad aleccionadora en
el autor representada por la “autoridad moral del sacerdote” alargando el final
de la novela sin necesidad.
El
largo fin de semana narrado en la segunda parte (Caps. VI-XI), con la excepción
del encuentro entre Celso y Pablo es bastante prescindible; ahí se narran la
visita al prostíbulo, la búsqueda de la vendedora, el diálogo con el taxista,
el recuerdo de una violación por parte de un sacristán, la visita al fabricante
de máscaras, el encuentro con una exnovia, la visita a la casa paterna y las
voces de la madre muerta, todo gira alrededor de Pablo pero no alrededor de los
casos que investiga.
Igualmente
se sienten recargados y clisés los diálogos con los taxistas (págs., 63-64 y
106-107), o los sueños, sobre todo en el capítulo XXVI cuando Pablo sueña con
Draculín, personalmente, opino que el recurso onírico, como intento de penetrar
en el subconsciente y en la psiquis de los personajes para ampliar las
posibilidades significativas de un relato ha sido un recurso excesiva y
vanamente socorrido en la literatura costarricense.
También
sentimos innecesarios los lamentos y auto-recriminaciones de Pablo y su equipo
cuando descubren el engaño de que han sido víctimas por parte de Draculín en el
capítulo XXVII y cómo se alarga el final de la novela con la llamada de Pablo a
Andrea (pág. 240), o el diálogo con Ananías (pág. 245-246) o la totalidad del
capítulo XXX, y la entrevista del detective con Débora la clarividente. En
todos los pasajes que he mencionado llueve sobre mojado, el autor interviene
como queriendo explicar y ampliar un sentido y unas conclusiones que ya se
intuyen y le corresponden al lector.
Por
el contrario, sentimos como verdaderas joyas los pasajes sobre Beatriz y
Filadelfo, vecinos de Pablo o el magnífico relato inserto del capítulo XIII, la
confesión de Culebra o el pulso entre Candado el sicario y el protagonista
planteado en la página 182. También sobresalen las entrevistas con los poetas
en los capítulos XXII y XXIII.
Concluyendo
Ojos
de Muerto es una parodia sobre la paranoia institucionalizada, donde los
personajes se arrastran por el fracaso y la absurdidad de sus propias acciones,
con mayor contención y énfasis en los casos investigados y sin los juicios
morales de Pablo Jimenez en cada párrafo y situación del relato seguramente la
novela sería más sólida.
Germán Hernández
[i] La
novela detectivesca a lo largo de su evolución ha sido un pretexto afortunado
para ahondar en la condición humana y síntesis de los múltiples rostros de la
sociedad. Tal parece que ahora y afortunadamente la literatura costarricense va
perdiendo el temor por la literatura de género y en el caso de la literatura
policiaca ya es obligatoria la mención de Enrique Villalobos o Jorge Méndez
Limbrick y otras voces emergentes como la
de Daniel Quiroz y ahora la incursión de Guillermo Fernández, en ese
sentido creemos que es ganancia, y en la medida que el género cobre vigor, ya
no se dirá al contrario que esta es pretexto de lo primero sino razón central
para referirse a esa condición humana y social, con toda la dignidad literaria
que sí goza en otras latitudes con mayor tradición en el género.
[ii]
Curiosamente, nunca sabremos el nombre del “Director” como tampoco conoceremos
el nombre de la “dirección” a su cargo, a veces se le dice Director de
Protección Civil, pero ese es el nombre del ministerio y él no es ministro.
[iii]
La referencia es inconfundible, y se transcriben casi literalmente las palabras
del presidente Abel Pacheco en el 2003 “entre
la muerte masiva de niños costarricense, norteamericanos y árabes, se hacía la
pregunta de lo que debía escoger” (Pag.12).
[iv]
Aquí se introduce disimuladamente el otro caso, el de “Draculín”.
[v]
Estamos de regreso en el caso “Los niños de Irak”
[vi]
Este relato inserto, es alucinante y de una sobresaliente calidad, sin duda uno
de los logros dentro de la novela, genera extrañeza y entra plenamente en lo
fantástico, y logra contribuir con esa atmósfera de absurdidad.
[vii]
En este capítulo se hace una referencia al caso de “Draculín” que será
fundamental.
[viii]
Volvemos al caso de “Draculín”.
[ix]
Es más que obvia la referencia de Arnold Badcock con un conocido actor de
películas de acción y más por su curioso apellido, como sea, no deja de ser
curioso que en una novela donde sobreabundan los detalles no se describa ni una
sola de las perversiones de Badcock.
[x]
Pero este incidente parece ocurrir sin ninguna consecuencia posterior. Lástima
que se desaprovechara este pasaje. El personaje de Luna es mucho más complejo e
interesante por lo que hace y dice que por lo que Pablo Jiménez dice de él en
su caricaturesca descripción.
[xi]
Las referencias en estos capítulos de los poetas (Sara, Miguel, Braulio)
provocarán a más de uno, pero en el caso de Honorio Méndez la referencia es
inconfundible, se refiere al desaparecido poeta David Maradiaga, salvo por el
año de su muerte los datos son exactos como su vocación y las hipótesis de su
muerte: “Algunos consideraban que lo
habían matado por ser ecologista, otros, que habías muerto en su propia ley,
henchido a más no poder de una apocalíptica borrachera” (pág. 168) la edad
en que murió: “la muerte del poeta a los 27 años” (pág.170) El lugar donde
encontraron su cuerpo “nos fuimos al parque de los Mangos en Zapote donde había
sido encontrado el cadáver de Honorio Méndez” (pág. 177) y su origen “Ah, y no le he contado lo peor: sabemos que
descendía de nicaragüenses” (pág. 239).
[xii]
Angélica la vendedora (Cap. VI) y Paula (Cap. XXV)
[xiii]
Donde platican sobre el mito del Minotauro a propósito de un trabajo escolar del
nieto del Director.
[xiv]
Donde platican de Chang Tse y Bataille.