Origami
de telarañas
No sé si francesas,
españolas, suizas o belgas, es lo menos que importa pero, definitivamente, no parecen
latinas. Se ven felices. Lo que no me gusta es que están como posando para la
foto, cosas de vanidad, pienso, o a lo mejor es el narciso que se pega al
subconsciente y nos echa a perder la espontaneidad de los gestos, o hace que
nademos con el ego en las aguas de la ficción por unos segundos. El asunto es
que están de frente, como asediadas por diminutos hombres, o patos, o
papagayos, y hasta podrían parecer dinosaurios hechos con papel blanco que
ellas no han aprendido a elaborar, pues no tuvieron la decisión de arrancar algunas
páginas de los libros desechados, y cuando digo desechados no es por el autor
ni la temática, sino la polilla o el deterioro. Como indicó el fotógrafo, personalmente
llevaría las figurillas de origami confeccionadas con papel de arroz, para ser
fiel a la naturaleza y tradición de esta práctica cultural.
A la derecha veo cuatro torres de
libros pulcramente cerrados, y juro que ambas ni siquiera han tenido la mínima
voluntad de imaginar que los leerían; son empleadas de la biblioteca, su oficio
es a lo sumo leer reseñas de solapas, aprenderse autores y precios de
etiquetas, o manejar por modas las temáticas más buscadas, edades de los
lectores, uso práctico académico y otras vainas. Pero vieras como tengo el
deseo de estar junto a ellas, son monumentales. La que está en primer plano
tiene proporción y posaderas como para Hollywood, mira con la barbilla
inclinada y reflexiva lo que la hace más insinuante y apetecible, y su pantalón
blanco trasluce la pantorrilla europea; la otra ríe como gata en celo, y parece
que espera el zarpazo, pero hay algo que la hace ingenua, y hasta diría torpe,
pues no sabe mercadear su belleza de amazona.
Y resulta que ninguna ha sido madre,
son empedernidas solteras, a lo sumo acarician a los niños cuando llegan a leer,
o practicar los juegos infantiles en las giras escolares del sector urbano. En
sus conversaciones hay ausencia de acoger el tema de la relación con un
masculino, o comprometer su vida que le calculo anda por los veinticinco años.
Y si buscás en sus escritorios hay pastillas contra la neuralgia, cartuchos
labiales, perfumes, toallas desechables para limpiarse la crema de la cara, una
llave de automóvil oxidada del Fiat modelo 96, la carterita con billetes de
moneda, las tarjetas de crédito casi vencidas y, sin duda, fotos de familia.
Ah, y oí este detalle, ambas tuvieron una breve discusión por una fotografía
que todavía cargaba en la cartera la del primer plano, pues se trataba del
novio con quien tuvo su primigenio lance sexual a los 16 años, en una tienda de
ropa, en los suburbios de Madrid. Ella tuvo que explicar a la amazona que si
tenía algún valor sería el fetichismo, y que a decir verdad no estaba tan mal
el tipo con rasgos caucásicos y porte de boxeador aficionado; y cierto que lo
era, lo cual fue razón para que lo dejara por influencia de su familia quienes le
aconsejaron que no convenía ese tipo de hombre, ya que podría ser un potencial
agresor en lo futuro.
Quedaron viendo las figurillas de
papel dispersas sobre la base con mosaicos de Arabia, y les parecía gracioso
que el fotógrafo haya dispuesto el paisaje que ilustraría una revista de
educación capitalina, con lectores relacionados, sobre todo, con la docencia
española. Claro, ya recuerdo, esa semana se celebraba el día del libro y el
tema era Miguel de Cervantes Saavedra. Cuando ambas se acomodaban al plano
escénico, el fotógrafo con cierta malicia les comentó que las encontraba bellas
y felices. Ambas asintieron viéndose de reojo, y le correspondieron con que
reconocían era todo un profesional con el uso de la cámara. El les había hecho
una pequeña introducción sobre el origami, indicándoles que este había surgido
en Japón y que en el español podríamos encontrar la palabra como papiroflexia o
cocotología, y que uno de los precursores en la península ibérica de esta
práctica de genio, arte, planos y papel había sido el intelectual, poeta,
filósofo y novelista don Miguel de Unamuno. Además, que la cultura oriental
considera que aporta calma, mucha paciencia y bastante constancia en lo que se
emprende, y que el pensamiento lógico matemático y también la computación ha venido
aprovechándolo; por otra parte, que es todo un arte sumamente creativo. La
amazona le comentó que en la biblioteca había algunos ejemplares sobre este
tema, cuyos autores correspondían a un tal Fijimoto y Eric Gjerde.
Después de las fotos la biblioteca
se llenó de visitantes durante horas y horas, tanto de la comunidad como de las
escuelas. La tarde su puso cálida y el reloj casi marcaba las 5 p.m.
Ambas fueron separándose de los
anaqueles. Los vieron con cierto desgano y cansancio, suponían que ya el tiempo
por hoy había finalizado y con algo de plenitud suspiraron para darse a
entender que habían cumplido para recibir este fin de mes un salario. La
amazona tomó la iniciativa de rutina, pues la del primer plano siempre lo
esperaba. Costumbres, costumbres que en este caso no eran malas por la
naturaleza de su relación. Le agarró la mano y se la besó con fruición, casi
mordiéndola para sugerir apetito sensorial y afectivo; después metió la otra mano
entre la tela y la pelvis hurgando con cierta lascivia. Ya el responsable de la
biblioteca, desde que fueron contratadas, sabía que ambas manejaban una relación de pareja.
La del primer plano hizo la
observación a la amazona de que algo sintió diferente en el tacto, en esta
ocasión. Y la interrogó que si sucedía algo. La amazona la quedó viendo
tratando de sujetarse al pensamiento racional de la del primer plano, y susurró
que no podría explicárselo por temor a que la juzgara mal. Creo que ni te
enteraste que, en cierto momento, durante la visita de los niños a la
biblioteca, uno de ellos andaba un poco
distante de los otros. A esto no le encuentro ni pies ni cabeza, pero acaba de
sucederme. La del primer plano clavó la mirada en la otra y esperó. La cosa es
que ese niño sacó de una bolsa de tela unas figuras de origami, supongo que
serían unas seis…, ¿y sabés lo que me dijo? Papá y mamá, todas las noches, hacemos
vampiros con papel de telarañas. Retorné a mirarlo y vi, claro que lo vi, ambos
ojos se le pusieron de un rojo vivo como la sangre fresca de la carne y me
sonrió con los dientecillos afilados. Pero lo más deschavetado de todo esto es
que a lo inmediato pregunté a la maestra que cómo se llamaba el niño que hacía
unos instantes había pedido permiso para ir al baño, y que andaba con una bolsa
de tela negra. Ella me aseguró que no lo conocía y con ellos no había llegado.
Mirá, yo creo que a ese baño no vuelvo a entrar ni que me lleven a empujones. Y,
antes de salir, puso la tapa de madera al basurero donde en el fondo chillaban sedientos
los vampiros de origami, hechos con papel de telarañas.
Carlos
Calero. Nace
en 1953, Monimbó, Masaya, Nicaragua. Ha
publicado El humano oficio, en el año
2000, en Nicaragua, por el Centro Nicaragüense de Escritores. La costumbre del reflejo, Ediciones Andrómeda, San José
Costa Rica, 2006. Paradojas de la
mandíbula, Ediciones Andrómeda, San José Costa Rica, 2007. Arquitecturas de la sospecha, Ediciones
Andrómeda, 2008, San José Costa Rica. Reside en Costa Rica desde 1988. Es
profesor de Gramática y Literatura en un centro de Secundaria y docente de
Comunicación en la Universidad Católica
de Costa Rica Anselmo Llorente y Lafuente.
Sus poemas han sido publicados en Antología de Poesía Nicaragüense prologada
por Ernesto Cardenal, Antología de Poesía Joven de Nicaragua; revistas de Costa
Rica; también ha publicado en suplementos literarios de Nicaragua y otros
países. También ha publicado relatos y ensayos de reflexión.
Aquí puede descargar en formato pdf: Origami de Telarañas
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