13/3/15

Cristian Alfredo Solera - Epitafios inútiles




El poeta Cristian Alfredo Solera presentó su último poemario Epitafios inútiles, con la Editorial de la Universidad de Costa Rica acompañado de un prólogo del también poeta Cristian Marcelo. Estos poemas por íntimos no dejan de interpelar al lector en la hondura emocional y afectiva de su memoria, y quizá ahí residan sus mayores aciertos, pero para muestra un botón, y el autor comparte esta breve selección para que se anime a enfrentar el libro completo

Germán Hernández  

Oración de la mañana



Hoy no puedo contemplar los ojos de mi padre.
Me duele su extraña impureza,
su maldita imprudencia,
su aliento corrupto y su mirada cobarde,
su instinto asesino
con deseos de vencerme.
Sería mejor si faltara,
si no viniera a sentarse a esta mesa,
si no doblegara mis entrañas
con un poco de ternura
y un cálido olvido,
devoto desde siempre
de lo incorrecto y necesario.
Sería mejor, lo sé,
atravesar en lujoso tren el purgatorio,
tomar de nuevo vacaciones siniestras
para no volver a este desquicio,
no temerle a esa oscuridad que me ofrecen
todas sus carencias mayores;
darle un buenas noches hipócrita a mi madre
que hoy no vuelve a casa,
que hoy visita otras praderas
y que hoy me quiere desbordar
con la imagen de este hermano que me inquieta
y que me sangra.
Sería mejor no reconocerlo en el espejo
con este semblante que agoniza
ni dejarlo acariciar
por última vez a mi hijo
con la violencia de las sombras. 
Mejor no acabar este poema
por el que deberías mensualmente
pagarme tributo,
después de todo papá
aún llevas tu ataúd a cuestas,
tu suerte de hombre dormido,
taciturno y condenado.





Oración por el padre que nunca regresa



Jamás podría perdonarlo,
si en este instante me siento perdido
como un niño que no encuentra
una manera de herirlo con palabras.
Fui su hijo equivocado
entre las cosas que somos,
entre odios vencidos que se paseaban por la casa,
entre discos de Serrat y la Duquesa
y un par de tazas de horrible café
que jamás corresponde.
Aún así, miles de templos construí
con la palma de sus manos,
espejos para quinientas ceremonias
donde negaba mi sonrisa,
hogares lanzados de un golpe al vacío
y en los que todo cambia.
Ahora estoy seguro de eso,
en algún momento llegará a consolarme,
a tomarse veinticinco tragos de tequila
en esta cantina enardecida,
nebulosa y transitoria,
a decirme que no encuentra la manera
de entender cómo es que un puño de su ira
amenaza con besarme
cuando su mirada consternada
intenta llevarse mi encefálica inocencia.
Pero no. No me iré de vuelta,
quiero que lo sepa,
aquí me quedaré esperando
a un lado de este parque y de mi sombra,
el mismo autobús de colores
donde su muerte a veces viaja.





Carta póstuma a mi madre



Tantas culpas me caben hoy en la cabeza
por no atreverme a soñar.
Ya me aprieta esta desidia del alcohol,
esta furia ponzoñosa que quizá me dictamina,
esta venganza siempre dulce
en la piel del enemigo.
Por eso regreso a los retratos de Dios
y comienzo a murmurar con los brazos incorrectos
esta calamidad contagiosa
de soñar con mujeres dormidas
que desangran mis caderas.
Estas culpas,
contenidas en mi fe como una llaga.
Entretanto yo, en compañía de mis huesos,
de mi odio y de mi tren
y de aquel desayuno caóticamente irremediable
en el que todo te hizo falta.
En compañía del gato que aún no reconoce
su derrota y su consigna,
y de esta vaga memoria
que rebusca en todos mis recuerdos
una respuesta absurda,
una mujer simple y amorosa
que, víctima insistente de su propia destrucción,
quizá por esta vez
sí se levante entre los muertos
y sea como lo espero:
la golfa aventurera
que me bese y que me salve.





Travesuras



Para este momento quizá ya no te importe
cada poema concebido,
cada medalla recibida,
cada galaxia conquistada por mí hermosamente
con este puñado de pólvora
que traigo entre las manos.
Para este momento
los celos de mi madre me habrán condenado
a sucumbir por la casa,
a dejar mi ponzoña
como una herida que se cumple
delante del vacío,
a envolver mis palabras siniestras
antes de que estalle en sus pupilas,
antes de hundirme frente al mar.
Las horas regresarán para que todo cambie
y yo empiece por odiar
esta rara obstinación de ser otro,
estos cadáveres de mujeres que me llaman
en el punto final de este poema.
Mi visión del paraíso es
lo que sangra en mis rodillas,
otra vez los ojos empedernidos
y furiosos de mi madre
que sube las escaleras para venir a reclamarme
todos los cementerios que ahora le nombran,
y que creo
también le hacen falta.





Cadáver



Hoy pensé en suicidarme,
era tarde de lluvia
y no tenía más que castigarme con palabras
no sin antes declararme un alegato,
un nuevo guiño ante la niebla.
Creí que te había olvidado para siempre
después de tus besos,
después de tus manos,
después de esta cruz que voy cargando a cuestas
como un idiota
por lugares y reinos sin sentido.
No era suficiente un trago de whisky
ni el humo de un café ni un cigarrillo
para tener la frente en alto.
Tampoco una escalinata muy antigua
para subir hasta esa luna
de pronto reventada en las ranuras de mi cuello.
Había para entonces
un torbellino de sal en mi cabeza
dando vueltas como un trompo
en todas direcciones.
Y es que en algunos lugares
no quisieron recordarme adherido a la nostalgia,
asimilar que mis penas mayores
se salían de mis párpados
con el ceño fruncido y esta pútrida verdad.
Pensé seriamente en suicidarme,
pero no pude, y lo siento,
corrí ciegamente hacia el invierno
con ganas de decirte algo:
una culpa desde entonces,
una moneda entre mis labios
para salir victorioso de este patíbulo,
de esta noche ligera y tranquila
en la que habito impertinente
la mitad de otro sueño.





Noticias de casa



Ya no me quedaré dormido,
consintiendo que vuelvas una vez más
para de nuevo perderte.
No buscaré, lo prometo,
los mismos abejones en las heridas de tu madre,
es tanta mi impureza
que aún vuelo desorientado
con toda la vergüenza del olvido
y pidiéndole perdón entre las sombras.



Te traeré la canción que escribí para vencerte,
los jardines del tedio donde repasas tu esperanza,
los retratos de ella
si es que te atreves a mirarlos.
Tienes tanto dolor
que aún no has delegado tu ternura,
tu fatídico delirio,
solo volteas la página
en la que encuentras otro necio que te habla
de tu causa perdida,
de tu ingenua juventud.
No me quedaré dormido
cada vez que escriba un pecado capital
en cada uno de mis poemas.
Solo entiendo que Dios ya no sobra ni me alcanza
en esta casa y este sueño
donde siempre, por beber y fumar a menudo
voy siguiendo, ya ves,
los mismos inalcanzables pasos.





Cristian Alfredo Solera, 1975 ( San José, Costa Rica ). Profesor de literatura. Representante de Costa Rica en el XIX festival de poesía del Caribe, celebrado en Santiago de Cuba en el año 1999 y participante del Congreso Mundial de Poesía celebrado también en la ciudad de Santiago de Cuba en al año 2000. Miembro activo de la Asociación de Autores de Obras Literarias, Científicas y Artísticas de Costa Rica y directivo de esta misma asociación entre los años 1999 y 2001. Ha publicado Traficante de auroras, 1999, Fundación Intercultural de comunicación; Itinerario nocturno de tu voz, 2000, Editorial Líneas grises; Tú no sabes nada de la ausencia, 2004, Láser de Centroamérica.  Ceniza, 2005, Láser de Centroamérica; La piel imaginada, 2008, Editorial Costa Rica; Criaturas alucinadas y otros poemas que mienten, 2011, Editorial de la Universidad de Costa Rica,  Impostergablemente la lluvia, 2011, (Poemario ganador del primer lugar en el  Certamen Lisímaco Chavarría, del Centro Cultural José Figueres Ferrer, San Ramón de Alajuela); Poemas para no leer en tu funeral, 2013, Editorial Costa Rica; Epitafios inútiles, 2014, Editorial de la Universidad de Costa Rica.


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