24/1/18

Cruz de olvido – Carlos Cortés



Cruz de olvido es una novela significativa en la narrativa costarricense. Aglutina todas las obsesiones y las aspiraciones de su autor que desarrollará en los refritos de sus novelas posteriores, y especialmente el plan de hacer una novela total donde se reúnan los gestos y modos anteriores, el estado de ánimo de una ciudad y de una nación, lo intemporal y universal.

También supone el inicio a un ininterrumpido proceso de desmitificación de la idealizada Costa Rica, jardín de las Américas, remanso de paz y Suiza centroamericana, y de ahí, todos sus derivados, está de moda en nuestra literatura basurearnos. La borrachera postmoderna nos hace sexys. A la manera de un Horacio Castellanos con su obra “El Asco” en el caso salvadoreño. Intuyo que es en Costa Rica donde mejor que en cualquier otra nación de Centroamérica reside ese sentimiento.

Y es que puede ser que esa supuesta excepcionalidad, en la que siempre hemos creído, nos ha aislado y hasta protegido, qué doloroso es cuando todas las fachadas se derrumban, cuando el deseo, los ideales, las instituciones arden hasta las cenizas y se contempla el vacío, sin ningún horizonte a donde mirar. Cruz de olvido se vuelve relevante hoy, no porque anticipe la corroída decepción de contemplar nuestro reverso y  las idealizaciones de la patria, (porque la porquería siempre estuvo allí), sino por que sigue igual o peor.

El texto es torrencial, denso, hiperbólico hasta lo caricaturesco, compuesto por veintidós capítulos que pueden ser leídos aleatoriamente, pues su mínima trama lo permite y no es más que sustrato para sostener el discurso diluviar que construye Cortés de manera intersticial, abarrotando cada ángulo, como si intentara no dejar nada por decir. Y lo consigue, al punto de llegar a aburrirnos, ciertamente hay momentos en que el relato no hace más que redundar y machacar sobre sí mismo.

Es a partir del capítulo VI “40 años no es nada” que la novela por fin arranca y da inicio a una secuencia alucinante hasta el capítulo X, ese es el núcleo y el alma de la novela, se complementará magistralmente con el “XIX. La segunda aparición de la Virgen de los Ángeles o una loca noche de copas”
 
Carlos Cortés
Hay otros capítulos que no logran ser orgánicos con la novela, que no suman ni restan: el “XIII. Marzo se me hace tan largo” pieza que con un tono más cercano al realismo mágico anticipa obras posteriores del autor como el relato “Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión” y su posterior prolongación en la novela “Larga noche hacia mi madre”. Tampoco engarzan ya en el transcurso de la novela largos raccontos como “XVI. Cinco días de oscuridad” y la ripiosa repetición de lo “costarrisible” (como decía la mal amada Eunice Odio), pero que a estas alturas del relato se inserta forzadamente, o bien el precioso capítulo “XVII. La comandante Laura” que tampoco se integra, ya el personaje Martín Amador pasó hace mucho en el libro de ser un protagonista a ser tan solo un narrador.

Logra la novela por fin alcanzar la circularidad con su leit motiv “En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang”, hacia un final que ya no importa mucho, realmente la trama de la novela es tan poco importante. Martín termina tan patético como comienza, y reúne toda la desesperanza de una generación traicionada en su encuentro con Jaime. Pero ya no importa, una novela que por la falta de contención y discernimiento de su autor, derrama páginas y páginas, recalcitrantres párrafos sobreedificados donde su genio se empacha.


Germán Hernández




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