Entre narradores es usual confesar, no sin cierta auto compasión, y como reafirmación, que nada es más difícil de escribir que un cuento. Sin poder definir límites ni fronteras, lo que siempre está claro en un cuento es lo que le sobra, ese es el único criterio que cuenta, al menos para quien escribe cuento. Ningún género exige tanto autosacrificio.
Gracias a un llamado de atención de Juan Murillo en su blog 100 Palabras por Minuto, sobre la incipiente obra narrativa de David Eduarte, nos tomamos enserio la tarea de buscarlo y leerlo.
Ciertamente, nos encontramos ante relatos iracundos e imaginativos, la realidad aplasta a los protagonistas, en casi todos la derrota y el desengaño se impondrán al sujeto que pretende con sus acciones tomar el curso y el control de las circunstancias para finalmente... "En la calle, afuera del maldito lugar, me senté en el caño con las manos en la frente y los codos en las rodillas. las lágrimas empezaron a turbarme la vista." (Señorita Silencio). Al menos ese es el estado de ánimo que encontramos en los relatos.
Pero tenemos mucho que reprochar al autor, y es su insistencia en resolver los cuentos por su cuenta, tan metido está en ellos que en varias ocasiones no nos permite sacar nuestras propias conclusiones. Los juicios de valor del autor en literatura siempre son estorbosos por su aura moralista o pedagógica, el lector exigente no los soporta. Y en este sentido es cuando sentimos que algunos relatos no fraguan por este detalle.
Hagamos un repaso por algunos de los cuentos.
En el "Viejo Quijano", un sabroso coloquio nos lleva a un desenlace inesperado, el autor nos lleva poco a poco por la transformación del carácter del protagonista, el confort del principio se transforma en claustrofobia hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, el autor, en los últimos párrafos nos lo explica todo, el "plan genial" y un montón de detalles que ni siquiera se sugirieron a lo largo del relato, este exceso tiene como consecuencia restarle verosimilitud al texto; mi primera reacción fue: "si me siento incómodo en un lugar, simplemente me voy de ahí."
"Judas, Amigo", en este relato, de tono epistolar, me hubiera encantado que el autor intentara al menos imitar las características de este género literario presente en los textos neotestamentarios del siglo primero. Para la incipiente cristología de las primeras comunidades cristianas, el tono de su predicación fue pasando de Jesús el Mesías, a Jesús el Hijo de Dios, llegado este punto, lo que nació como una secta dentro del Judaísmo, pronto cobró autonomía. Los Evangelios son escritos posteriormente a las Cartas (Paulinas, Católicas, Joánicas, etc)para recoger el testimonio presencial de los primeros cristianos a las comunidades que creyeron por el testimonio de los que "vieron". En el camino fueron quedando muchos puntos abiertos. Históricamente, los intentos por expiar al Traidor, han sido numerosos, para los primeros grupos gnósticos del siglo primero y segundo, con base en la predestinación,lograron quizás la primera exculpa del mítico Judas. Los mismos evangelios no son consistentes y tenemos dos versiones sobre la muerte de este. Y es imposible no hacer las asociaciones entre "Judas" - "Juda" - "Judío", en que la inversión de sentido nos lleva hacia una representación simbólica del sujeto convertido en arquetipo. En la literatura tenemos otras hipótesis, como la de Carlos Fuentes en su Terra Nostra, en que el traidor es el otro Carpintero: José, padre de crianza de Jesús, o más con la tonalidad de Duarte, en el caso de Nikos Kazantzakis en su "Ultima Tentación de Cristo", o por último, la singular versión de Ser Ciapelleto, el casi olvidado florentino renacentista, cuya hipótesis es que en la noche de la "Ultima Cena" cuando Jesús anuncia que uno de ellos lo traicionaría, en realidad se trataba de reclutar a un traidor, como ninguno estuvo dispuesto, tuvieron que echarlo finalmente a la suerte, cayendo esta en el finado Judas.
En el "Encierro" los hechos se desarrollan tan a priori, que no queda otra cosa que aceptarlos sin chistar, de lo contrario el relato no es creíble, tenemos que aceptar que la noche en que fue engendrado Ignacio el hijo del protagonista, "fue un sueño", que Alejandra su mujer "La mataron. !La dictadura! !Los desaparecidos!" y todo esto hay que aceptarlo por que el narrador lo concluye. "Tenía sentido". Son precisamente estas intervenciones del narrador en el relato las que nos incomodan.
"Señorita Silencio" Un cuento que casi cuaja, hasta que el narrador, otra vez con una formula que se hace recurrente en la mayoría de desenlaces de sus cuentos: "En se instante comprendí lo horroroso del negocio, comprendí también por qué la vieja Helena irradiaba esa aura desgraciada."
Hasta ahora todos los cuentos de Duarte son narrados en primera persona, son monólogos interiores de un narrador "omnisapiente", pero le queda bien en "Madre Patria", sigue abusando de los juicios de valor, pero esta vez la ironía cuaja hasta el final.
"Piedrero" es como un manuscrito encontrado en una botella, divaga e interpela con eficacia, es la primera vez que siento que no es Duarte el que habla, que se transfigura.
"Fumarse una vida" Vale todo el libro, delicioso cuento, desenfadado y circular. Y sentimos la misma satisfacción cuando leemos "Bus de 5", donde el cuento sabe contenerse hasta el final.
En "Plan integrado de control demográfico" sonreímos, y nos aliviamos ahora sí con una dosis de humor negro, la anécdota refresca a estas alturas, y mucho más con "Citas" donde por fin, el autor nos deja ser cómplices y parte de un final que se adivina y al que queremos llegar a toda prisa.
"Con Dios en el armario" volvemos a las ensoñaciones, nos abre muchos caminos, ¿por qué no ser el nuevo Adán? son tantos los paradigmas que en la historia han prometido una nueva sociedad, un "hombre nuevo" y tal vez la respuesta viene de ese exquisito broche de oro en "Síndrome de incomodidad compulsiva".
"Cuentos circunstanciales" comienza mal... mejora y al final nos saca carcajadas de gusto. A un escritor tan prometedor como Eduarte le exigimos más, mucho más, vale la pena esperar mucho más de su trabajo.
Buena exégesis (en todo el sentido). En estos días iba a ir a comprar el libro. Veremos si me animo.
ResponderEliminarEl tema del narrador intrusivo, tanto que se siente que es el autor, es de los principales problemas de la narrativa costarricense. Sinceramente, solo aquí se siente tan a menudo ese aire moralizante o pedagógico, que nos viene desde finales del XIX. Claro, cada día hay más ejemplos que rompen con esto, y eso es lo que se debe exigir.
Saludos.
No olvidemos las tres versiones de Judas, de Borges, que vislumnbran en la traición aún otros motivos: obligar a Jesus a confirmar que era divino, para mortificar su alma en un gesto de infinita humildad y abyección, un pecado al cual no rectifica ninguna virtud, que fue dios quien, todopoderoso, se hizo carne en Judas, para completar su puesta en escena. En cualquier caso, como bien apuntabas, la tesis de Eduarte en este cuento y en el de Alí Víquez es la gnóstica, confirmada en el recién descubierto Evangelio de Judas.
ResponderEliminarEn cuanto al libro de Eduarte, pues no es perfecto, pero creo que los defectos de los que sufre no existirían si tuviera más amigos escritores y hubiese hecho circular el manuscrito antes de publicarlo. Es difícil medir cuando uno es demasiado sutil o demasiado craso y para eso el segundo par de ojos es indispensable.
Querido Gustavo, no hay opción, comprar el libro es un deber. Y por otra parte, hay algunos de los relatos que lo merecen.
ResponderEliminarTienes razón Juan, la mirada externa está ausente, a pesar de ellos es indiscutible la desarrollada intuición del narrador. En el medio costarricense los narradores se cultivan casi siempre en solitario. El aprendizaje es largo, errático y casi nunca lleva a buen final. Aunque a veces ocurren accidentes.
Es una verdad gingantesca lo de que decís de que el cuento es el género más sacrificado. Yo creo que es así por encima incluso de la poesía. Son muchos los que se presentan como poetas y la gente los respeta (en Nicaragua más que en Costa Rica, por una tradición enorme que como es sabido hay allá). Sin embargo, todavía me hace falta conocer a alguien que se presente como cuentista; de hecho, hay hasta cierta reticencia a usar la palabra "cuento". Recuerdo cierto libro de cuentos de Fernando Durán Ayanegui en el que se intenta por todos los medios de esquivar esa palabra, quizás por su carga semántica de (cuento) infantil; en este sentido, cuando entra a una librería y pregunta por libros de cuentos, lo conducen directamente a libritos ilustrados y de recortar, supuestamente para niños. Por otro lado, cuando alguna fundación intenta congraciarse con la cultura literaria de alguna región, por lo general, crea un premio de poesía y rarísimas veces uno de cuento. Si uno revisa las convocatorias a premios literarios internacionales, la proporción de premios de poesía y de cuento es aplastante en favor de la primera.
ResponderEliminarBueno, tienes mucha razón Ornitorrinco, la gente tiene una idea muy simpática sobre el cuento, a mi me ha pasado en más de una ocasión que la gente al enterarse que escribo piensa que escribo cuentos para niños. Cosa que no tiene nada de malo, me encantaría poder escribir para ellos, pero no me siento en capacidad de hacerlo. Pero que definitivamente existe esa idea pues predomina sin duda... otra vez queda en evidencia la ignorancia del tico a pesar de su sobreestimada cultura y educación.
ResponderEliminarY claro, existe una relación bastante desproporcionada entre poesía y cuento breve, en términos de publicaciones, concursos, sitios web, etc. Eso tampoco es malo, pero es que siento que la poesía es más democrática, o al menos la gente piensa así, y también más "digestiva", un poema de 20 líneas es más consumible que un relato de 8 páginas para una sociedad de "fast food". En ese sentido siento que a veces la poesía sale perdiendo, y exige mucho más a los poetas concienzudos y honestos a trabajar más arduamente, pues en medio de ese océano infinito de poesía, es facil extraviarse y perder la orientación.
Gracias por pasar!