16/8/09

Identidad y continuidad del cristianismo

La Torre de Babel - Pieter Brueghel el Viejo


Introducción

Hasta ahora, la historia del Cristianismo pasa transversalmente por la historia de Occidente. Podemos afirmar que la historia de Occidente es también parte de la identidad y la historia del Cristianismo; su desarrollo, su expansión, sus crisis y cismas, todos estos procesos los podemos localizar en el espacio geográfico y temporal de Occidente, fuera de este, todo se vuelve periférico. Quizá la última gran expansión del cristianismo está asociada al colonialismo imperial Inglés y el colonialismo Español, pero los centros de estas iglesias nunca se desplazaron hacia esos focos periféricos como África, Asia y América.

Durante este periodo de expansión colonial, las instituciones eclesiásticas jugaron un papel importante en dicho proyecto, no vamos afirmar que hubo un programa racionalmente elaborado y ejecutado, pero el Cristianismo y sus instituciones sin duda contribuyeron a lo que denominaremos durante este periodo como “La inversión de la Torre de Babel”.

¿Cómo contribuyó el Cristianismo a este proceso de inversión? Lo podemos precisar al menos en tres aspectos interdependientes:

Un Dios – Una Iglesia
Un Rey – Un poder político 

Una Lengua – Una cultura

Más adelante, el proceso colonial desembocó en los procesos de formación administrativa y geográfica de entidades emergentes; en el caso de América principalmente las clases “criollas” que detentaban un gran poder económico aspiraron también por el poder político, por primera vez el poder y la toma de decisiones centralizado en Europa, era pretendido y quería ser desplazado hasta los satélites coloniales, el largo proceso de independencia en América afirmó a las antiguas colonias como nuevos Estados.

Las ex colonias en América, en busca de su afirmación e identidad, no tuvieron problema en adoptar la cultura occidental, la construcción de la torre de Babel solo cambió de capataces, pero la construcción continuaba.

Hasta nuestros días, somos depositarios de un mismo legado, y la adopción (y no construcción) de una identidad propia comenzó en tiempos de la colonia, en primer lugar por el genocidio cultural, una segunda etapa ya durante el periodo de independencia se identificará por el rechazo.

Actualmente, la sociedad humana experimenta un momento de transición intensa, los debates de hoy están dirigidos hacia qué modelo de convivencia y desarrollo es necesario para la continuidad de la sociedad y el planeta mismo; como nunca, se tiene hoy conciencia de tantos aspectos y relaciones entre la sociedad humana y el planeta mismo, que no es posible como antes ignorar los hechos, la toma de decisiones no puede basarse en modelos estáticos “ceteris paribus”.

Las mismas instituciones cristianas de hoy atraviesan internamente por estos debates: ambientales, económicos, políticos, culturales, espirituales, todos ellos en la mira de su preservación como estructuras. Desde luego que estas instancias no son la fe cristiana, vivida y experimentada por los sujetos y sus comunidades, aunque no podemos negar su importancia e impacto en esa experiencia de fe.

Tomando en cuenta lo antes indicado, pretendemos reflexionar un poco sobre la identidad y el cristianismo en las sociedades periféricas de América, ubicarnos en este proceso de formación histórica que hemos llamado la “Inversión de la Torre de Babel” y el papel de las instituciones cristianas en ese proceso.


El mito de la Torre de Babel

En el libro de Génesis (11, 1-9) se halla este relato etiológico que explica el por qué de la diversidad de lenguas y culturas. Pero dicho relato no se queda ahí, y nos relata algo más: aquellos hombres que ordenaron la construcción de una torre que les trajera prestigio y fama, sometieron pueblos enteros, los convirtieron en sus tributarios o esclavos, les impusieron sus ideas. Pero muy pronto vieron truncado su afán de hegemonía y control de los seres humanos. La respuesta del relato bíblico sugiere la intervención de Dios restaurando las lenguas y tradiciones de los pueblos sometidos y estos se dispersan y se desarrollan con autonomía y soberanía.

El problema de este mito, es que occidente lo ha leído al revés: si los opresores no hubiesen buscado su propia gloria si no la de Dios, este no hubiera intervenido en su proyecto confundiendo las lenguas; para Occidente la liberación y diversidad de estos pueblos es confusión.

Este relato contra el imperialismo, la tiranía y la opresión, nos revela también que Dios intervino para que la humanidad fuera un proyecto lleno de diversidad contra cualquier intento de hegemonía, todas las diversas culturas y lenguajes son parte de la obra de Dios, y este se revela en la historia y la cultura de estos pueblos de una manera singular.

Pero esto no ha sido así para Occidente, a la inversa, en su proyecto hegemónico, primero se identifica con el proyecto de Dios, la torre ya no se construye desde la tierra hacia el cielo, ahora se construye desde el cielo hacia la tierra, pero Occidente es poseedor de ese proyecto, tiene una misión en este mundo, construir la obra de ese dios único y revelado únicamente a Occidente. En este proceso entrará en juego la institucionalidad de la Iglesia, para que exista “orden” en el culto, y habrá un rey, un poder político legitimado por esa institucionalidad y ese dios para ejercer su autoridad a las demás naciones, y finalmente, todos los pueblos se someterán bajo una sola lengua, una sola cultura, expresada por un único modelo de desarrollo y convivencia, el proyecto de Occidente es reunir de alguna manera lo que Dios dispersó y confundió, occidente se siente depositario de una obra trascendental: corregir este accidente para la propia gloria de su dios.

En esta lectura invertida de la Torre de Babel, Occidente entiende a la acción de Dios en la liberación de los pueblos como un desorden que hay que ordenar, como una acción correctiva, para Occidente, la obra de Dios debe ser corregida.


La acción correctiva de Occidente

Sabemos que la expansión de Occidente a partir de 1492 y antes, no obedecía en última instancia a una “misión” o “proyecto correctivo” pero sin ninguna duda le sirvió como pretexto. El saqueo y el sometimiento de los pueblos autóctonos de las nuevas colonias estaban justificados teológicamente. Sólo había un dios, un príncipe y una lengua.

Había que extirpar el paganismo y el culto a los demonios, el aparato eclesiástico jugó un papel fundamental en la evangelización de los nuevos súbditos, pero también jugó un papel más práctico en la distribución, censo y administración mediante la encomienda y la esclavitud. El avance del colonialismo se podía medir mediante el avance de este proceso de evangelización, se podía trazar una línea divisoria entre los “indios bautizados” y los “salvajes adoradores de demonios”.

Los pueblos autóctonos americanos eran numerosos y diversos, hoy día tenemos una perspectiva más bien reducida y casi idílica de la situación precolombina, una visión muy occidental por cierto, en que se identifican grandes centros hegemónicos, el Imperio Inca, el área de influencia Maya, la Triple Alianza Azteca, etc., nada más. Pero la diversidad existente en ese momento, estaba muy clara para los conquistadores y los curas, de no ser así, Cortés nunca hubiera podido destruir Tenochtitlán; en principio, la hegemonía de imperios como el Azteca fueron la fuente de su propia derrota, cientos de pueblos sometidos, tributarios y humillados por este imperio encontraron la oportunidad para su liberación e independencia… aunque el resultado posterior fue muy distinto.

Para los misioneros, la administración de las nuevas almas tenía que atravesar por un correctivo indispensable, destruir la fe en los demonios en primer lugar, ya Dios había derrotado en la guerra al panteón azteca y maya, este dios victorioso de los conquistadores era ahora el dios de los derrotados y sometidos.

Nuevamente hay una inversión de sentido. En la carta de Pablo a los Gálatas (3,28) “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si son de Cristo, ya son descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.” La fe de Cristo y no la Iglesia, actúa como una especie de catalizador universal, no se trata que desaparezcan las culturas, que desaparece lo griego, lo judío, lo maya, lo negro, es que a pesar de todos, hay un común denominador en Cristo, la fe de Cristo se puede predicar en cualquier cultura. Pero la inversión comienza por la fe de Cristo, ya no es la fe de Cristo, es la Iglesia, la estructura que se impone a todas las estructuras, la lectura que occidente hace de este pasaje es: “ya no hay culturas, ¡solo la nuestra!"

Por lo tanto, todos los que fueron “sometidos” que no “convertidos” a la nueva fe, estarán al menos temporalmente sometidos a una nueva forma de gobierno en la tierra, hay un príncipe, un rey terrenal impuesto por el dios conquistador, y por lo tanto legitimado por la Iglesia representante de ese dios. Este príncipe representa el proyecto de Dios en la tierra, por el todas las guerras están justificadas, todo lo que su poder abarca estará al servicio de ese proyecto, de esta manera, las minas de Potosí, la infinita trata de esclavos desde África, todo el costo humano inimaginable en la América colonial servirá para un único propósito: la edificación de la Torre de Babel, pero para que todo ello sea posible, es necesario finalmente que los nuevos miembros de este imperio y esta iglesia sean de una misma lengua, en un sentido amplio, se trata del proceso civilizatorio de Occidente, ahora todos adoran a un mismo dios, sirven a un mismo rey, y tienen una misma lengua, es decir, una sola cultura.

En tiempos de la colonia, el rey prhibió las lenguas autóctonas…., más recientemente en Guatemala de principios de siglo 20 era prohibido hablar en lenguas autóctonas en los sitios público, inclusive, en El Salvador de tiranos como Hernández Martínez hubo legislación expresa que prohibía la inmigración de personas de raza negra, otra práctica muy corriente de los oligarcas y latifundistas y hasta libertadores americanos criollos era la de cruzar a "sus" indias con hombres blancos o ellos mismos para "mejorar la raza", los indios varones no se cruzaban con las mujeres blancas, la semilla india debía ser castrada y exterminada, la torre de babel occidental se levantaba como un gigantesco falo cultural.


El proyecto occidental, con ayuda de la Iglesia finalmente se había amalgamado y cristalizado, el genocidio cultural daba paso finalmente a la siguiente fase, la construcción de la Identidad a partir del rechazo.


El Proyecto de la construcción de una identidad

Definitivamente una carta constitucional, un aparato administrativo y unos límites geográficos no son suficientes para tener una identidad. Esto es mucho más evidente para Centroamérica.

Antes de la época colonial, nunca existió una “Centroamérica”, ni existía Guatemala, ni Honduras, etc., conforme avanzó el proceso "civilizatorio" occidental los nuevos territorios se fueron dividiendo para su administración sin tener en cuenta para nada la situación anterior, ni la distribución cultural y espacial de los pueblos autóctonos.

Las provincias coloniales alcanzarán su independencia y autonomía en la medida que algo distinto de los pueblos autóctonos y de las autoridades coloniales va surgiendo, se trata de los criollos, son una clase subordinada, son los “naturales” de las nuevas tierras, pero sin los títulos y derechos de los europeos; ello no impidió su auge, son latifundistas y como buenos hombres de negocios comienzan a lamentar su dependencia, la carga tributaria que se dirige hacia los centros reinantes en Europa, va surgiendo así una necesidad real de autonomía y autodeterminación, sus referentes se encuentran no en los pueblos autóctonos, su raíz es occidental y en ella encuentran su justificación, el liberalismo filosófico, el espíritu racionalista e iluminista son fuente de inspiración, sin duda uno de los ejemplos más claros en la América Colonial son los casos de Bolivar y San Martín. Menos dramático, en Centroamérica, pero en todo caso, asunto de criollos y ladinos, las nuevas naciones surgen cuando el proyecto imperial Español fracasa (el proyecto imperial Británico se extenderá hasta el siglo 20).

Las nuevas entidades nacionales no tienen un pasado inmediato, no tienen identidad, todo a lo que aspiran estará al otro lado del océano Atlántico, asumir su nueva identidad comenzará por el rechazo, rechazo a los pueblos autóctonos en primer lugar, y luego al pasado colonial expresado en las instituciones religiosas y monárquicas previas, no es que estas pierdan vigencia en los roles y asuntos domésticos, sino más bien, en la medida, que las nuevas instituciones políticas requieren su consolidación.

En todo caso, para las ex colonias, y ahora nuevos estados, la identidad había que tomarla prestada en otra parte y tropicalizarla.


Cristianismo, iglesia e identidad

A pesar de la Iglesia, como estructura aglomeradora y legitimadora de las diversas expresiones de fe, la experiencia de fe de los pueblos americanos ha recorrido diversidad de matices, prácticas y expresiones populares, ha sido un recorrido lleno de sincretismo y adaptabilidad, las estructuras de la iglesia ante dicha respuesta no han tenido otro camino que adaptarse tímidamente al “signo de los tiempos” hoy se puede hablar del cristianismo mexicano, brasileño, antillano, etc. Los pueblos han impreso su singularidad en la iglesia, y la negación de este es imposible, la iglesia mantiene su cuerpo y estructura eclesial, al mismo tiempo que tiene que ir reconociendo poco a poco las expresiones populares de religiosidad, e inclusive convivir con las emergentes manifestaciones carismáticas fuera de toda estructura eclesial, nuestros países son un semillero fértil para toda clase de sectas y movimientos, la mayoría de ellos inerciales y dualistas, parece que nada detiene el tramado socioeconómico presente, las diversas prácticas parecen actuar en estadios simbólicos desprendidos de la realidad cotidiana inmediata, responden a una promesa trascendente, la mayoría de estos movimientos está envuelto en un aura escatológica, se vive preliminarmente esperando el fin de los tiempos, mientras que la salvación y la esperanza están fuera de su realización concreta e inmediata.

Se trata de una fe sin fe, una fe que espera y no se realiza nunca, una fe en que la acción atenta contra la fe misma, la espiritualidad se convierte en espacio contemplativo o burgués, el hambre y la exclusión no son más que instantes purificadores para los que esperan.

Pero esta situación no podría aletargarse por más tiempo, dentro de la iglesia comienzan a gestarse cuestionamientos y reflexiones sobre la precariedad presente, otra vez parece darse un desplazamiento desde la verdad oficial y las oligarquías criollas hacia los pueblos mestizos y autóctonos. Uno de los ingredientes que vendrán a facilitar este proceso serán los movimientos de izquierda; (que también son occidentales), estos movimientos aspiran por la construcción de un socialismo periférico, radical, demoledor de todas las instituciones anteriores, no se reconoce en las sociedad que pretende transformar, todo lo indio, todo lo campesino, todo lo mestizo es idealizado en su sustrato útil, o juzgado de embrutecimiento decadente, nuevamente este proyecto tiene su referente fuera de aquí, a pesar de sus expresiones locales.

Pero estos impensables ingredientes: cristianismo y marxismo se amalgaman, permiten la construcción de discursos alternativos, le dan voz a los que no tienen voz, y cosecha mártires en todas las naciones americanas, elabora tesis nuevas y se identifica con los pueblos y su religiosidad. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX la Teología de la Liberación se sacudió entre las pétreas estructuras eclesiales tradicionales y las sectas escatológicas.

Ya a inicios de este siglo XXI, los movimientos sociales se han focalizado, movimientos ecológicos, movimientos campesinos, movimientos por la diversidad sexual, movimientos de mujeres, etc., Los partidos políticos como estructuras aglutinadoras de ideología y modelo de desarrollo, no son más que aparatos electorales sin mayor penetración en la conciencia colectiva, la filiación a ellos reside más que nada en la oportunidad, el arribismo, y en la ensoñación mediática. Las grandes manifestaciones populares son ahora más espontáneas, y menos programáticas.

¿A dónde ha llegado la construcción de Identidad y qué papel juega el cristianismo en la realización de dicha identidad?


La fe de Cristo como identidad, presente y futuro

En medio de los profundos e irreversibles cambios experimentados en los últimos veinte años dentro de la denominada Globalización, el éxito o el fracaso de cualquier Estado nacional parece que está determinado por su capacidad de apertura y transculturación, independientemente de cuanto este influya o incorpore de sí mismo a esta “Aldea Global”.

Los Estados Nacionales se incorporan más como mercados, que como entidades culturales, su éxito se mide en su capacidad de intercambiar capitales, bienes y servicios, en los mejores términos de intercambio e incremento de la productividad. Para las autoridades económicas actuales, el debate entre las profundas inequidades sociales y el crecimiento de la riqueza no tienen nada que ver, nunca han estado más fracturadas la política económica de la política social.

La identidad, se limita a un sentimiento de pertenencia y filiación, que se expresa más como condición individual que comunitaria… se puede ser patriota en un partido de fútbol, se puede ser cristiano llevando a bautizar a los hijos, pero no hay expresiones comunitarias, como proyecto nacional, nuestros países están profundamente fracturados, en otras palabras, no hay proyecto.

Las estructuras eclesiales tradicionales también pierden relevancia, amplios sectores de la sociedad no tienen mayor interés en las grandes discusiones teológicas de los cardenales pontificios sobre el uso del condón; a la iglesia se le respeta, pero el sustrato liberal y secular de antaño ha impregnado el tejido social, la iglesia no es autoridad para opinar sobre ningún tema, inclusive, tampoco es autoridad definitiva en asuntos de fe.

Pero estos hechos no quieren decir que los estados nacionales como los de Centroamérica van a desaparecer o que la Iglesia va a extinguirse o reformarse. En el fondo no han perdido su funcionalidad como sustrato cohesionador, y organizador de la dinámica social, el Estado Nacional es la estructura más conveniente para nuestros territorios, a pesar de que dicha situación parece sobrepasarlos, las naciones centroamericanas parecen más expresiones regionales de algo mayor. Lo contrario ocurre en las naciones suramericanas, en donde países como Perú, o Colombia, la idea de estado nacional se hace pequeña e insuficiente ante su excedente cultural.

Las estructuras eclesiales quizás experimenten en algunas décadas algún grado de reconocimiento al laicismo y las mujeres, ello a pesar de su intransigencia actual, si se quiere ver de esta manera, desde el Vaticano Segundo hasta nuestros días, la iglesia no ha hecho más que experimentar un movimiento pendular opuesto, en determinado momento, las fuerzas gravitatorias propias exigirán un cambio de dirección. Este es el espacio de la Teología de la Liberación: dentro de la Iglesia. Fuera de ella no tendrá mayor sentido, o se alínea y convoca la reforma de las iglesias latinoamericanas, o que se queda como proyecto revolucionario romántico y anacrónico; la teología de la liberación no tiene mayor atractivo o novedad en su discurso fuera de la iglesia misma.

Al frente está el sujeto histórico, “solitario como un astronauta ante la noche espacial” diría el poeta Ernesto Cardenal. El racionalismo y el furioso movimiento tecnológico no han resuelto los conflictos de la humanidad, los paradigmas económicos fracasan ante la profunda exclusión social. El sujeto histórico contempla una realidad caótica, la torre de babel no soporta su propio peso y comienza a desboronarse… la confusión reina, las multitudes se están dispersando, el sujeto busca dentro de sí un refugio… estamos en un tiempo de introspección.

El futuro estará marcado por la consigna de “sálvese quien pueda” y de la deificación del ser humano.

Germán Hernández



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