2/12/11

Nicolás Melini - Hijo


Hijo


Estaba viendo la tele en su habitación. Acababa de anochecer, muy temprano, cuando, al otro lado de la puerta, se escuchó una voz:

            —¿Mamá?

            Berta miró hacia la puerta. Se trataba de la voz lenta y grave de su hijo. Podía imaginarlo plantado allí detrás, su uno noventa de estatura, grande y pesado, inclinándose junto a la puerta para llamarla como en susurros.

            —Qué —respondió Berta con normalidad, sin apartar la vista del televisor.

            —Estás viendo la tele —dijo su hijo.

            No era una pregunta, sino, más bien, una súplica, la afirmación de cuyo tono se traslucía un ligero reproche.

            Berta volvió a mirar hacia la puerta.

            —Sí —respondió, sin más, no quería dar mayor importancia a que su hijo de veinte y tres años hubiese venido a llamar a la puerta de su habitación al oscurecer.

            Pero su hijo repitió, como una súplica:

            —Estás viendo la tele, mamá.

            —Sí, estoy viendo la tele —dijo Berta, intentando que su voz fuese como un bálsamo—. ¿Y tú, hijo? ¿No deberías irte a la cama?

            —En la tele suceden cosas malas —advirtió su hijo.

            —¿Por qué dices eso, cariño?

            —En la tele...

            Berta fijó su mirada en la puerta, aguardando las palabras de su hijo al otro lado, hasta que por fin éste continuó:

            —Antes alguien dijo "sangre".

            Una brizna de tristeza apareció en los ojos de Berta, que dijo, tranquilizadora:

            —Sólo era una película de médicos, cariño.

            Al otro lado hubo un breve silencio. Berta podía imaginar a su hijo asintiendo con la cabeza, y enseguida se escuchó:

            —Pero luego oí un grito.

            —¿Un grito? —dijo Berta, con un tono ingenuo.

            —Sí.

            Berta intentó recordar a qué grito podía referirse su hijo, pero finalmente desistió y decidió decirle cualquier cosa:

            —Sólo era un concurso. La ganadora gritaba de contenta. ¿Por qué no vuelves a la cama?

            —Era el grito de una niña —advirtió su hijo, para rebatir su teoría.

            Berta guardó silencio.

            —Ya —vaciló un segundo—. Pero no te preocupes, las cosas que suceden en la tele no son de verdad. Vuelve a la cama, ¿vale, cariño?
            —El hambre... —se escuchó al otro lado.

            —¿Sí? —dijo Berta.

            —¿Los niños muertos de hambre tampoco son verdad?

            —No, claro que no, eso sí es cierto. Además, tú no eres tonto, sabes que eso es verdad. ¿Por qué me lo preguntas si lo sabes? No está bien que te hagas el tonto conmigo.

            Su hijo pareció reír en silencio al otro lado de la puerta, pero enseguida dijo, con un tono muy grave y temeroso, arrastrando las palabras:

            —En la tele suceden cosas malas...

            Berta intentó disimular su tristeza:

            —Pues no la veas, cariño. Ya sabemos que tú... que tú ahora no puedes... te sienta mal ver la tele. Anda, por qué no te vas a la cama, te acuestas, cierras los ojos...

            —No soporto oír la tele. Me imagino cosas —su voz, temblorosa, traslucía un terror obsesivo.

            —No imagines, ¿vale? —dijo Berta con un tono de voz conciliador, equilibrado, sereno—. Vete a dormir, ¿te has tomado...?

            —Sí —respondió su hijo, sin dejarle terminar la pregunta.

            Berta guardó silencio un instante, y luego volvió a proponerle:

            —Pues venga, vete a la cama, ¿vale, cariño?

            —Antes oí un tiro —inquirió su hijo con la voz un tanto más ralentizada que antes.

            Berta ya se había dado cuenta de que su hijo podía parecer más sedado, de pronto, de una frase a otra, en el transcurso de una conversación. Preguntarle que si se había tomado las pastillas solía surtir aquel efecto, pero no sabía si su hijo era consciente de ello: no podía saber si trataba de engañarla, o se engañaba.

            —Sí, es verdad —dijo Berta, esforzándose en resultar mucho más convincente—. Cambié de canal un momento. Estaba zapeando, lo siento. Pero ahora estoy viendo el concurso, no te preocupes, en el concurso no habrá disparos, ni dirán la palabra sangre ni nada de nada, confía en mí, vuelve a tu habitación, y acuéstate.

—¡La tele está encendida! —su hijo alzó ligeramente la voz, y Berta se envaró por primera vez sobre la cama, mirando expectante hacia la puerta.

—¿Cariño? —preguntó.

Su hijo se quedó completamente callado al otro lado.

—Cariño —lo volvió a intentar Berta, con la mirada crispada hacia la puerta, pero con un tono de voz inequívocamente cariñoso—. Es un poco tarde, qué te parece si lo hablamos mañana... Mañana por la mañana...

Pero de pronto la manecilla de la puerta se sacudió súbitamente en todas las direcciones. Al otro lado, su hijo intentaba entrar, y Berta se incorporó más aún, alertada, en tensión, hasta que por fin su hijo desistió de manipular la manecilla, y dejó de escuchársele tras la puerta.

La puerta estaba cerrada, pero Berta no podía dejar de mirar hacia ella. De pronto se había quedado mirando fijamente la manecilla, atenta a cualquier sonido que su hijo pudiera producir al otro lado.

La casa se había quedado en silencio. Al fin y al cabo acababa de oscurecer y sólo pasaba algún que otro coche esporádicamente por la carretera. Berta sabía que si se asomaba al balcón sólo conseguiría atisbar las luces de las otras casas, a lo lejos. Y el teléfono estaba en el salón.

  Pero por fin contuvo su desesperación, miró la tele y dijo:

—Está bien. Mira, vamos a hacer una cosa, yo apago la tele —Berta cogió el mando a distancia y apagó la tele—, y tú te vas a la cama ¿vale, cariño?

Berta aguardó un instante, con la tele apagada, hasta que escuchó de nuevo la voz de su hijo:

—Vale.
Berta suspiró al oír su voz.

—Yo voy a leer un poco y luego me duermo —dijo Berta, y cogió un libro. Luego añadió—: Buenas noches, mi amor... —Y aguardó.

Al otro lado no se escuchó nada durante un instante, luego su hijo dijo:

—Buenas noches —y se oyeron sus pasos alejándose.

Berta se cercioró de que sus pasos se perdían al final del pasillo, y entonces abrió el libro. Estaba algo crispada, aunque había aprendido a contenerse. Dio la vuelta al libro para mirar la portada, pero ni leyó el título. Aún así, lo abrió por la mitad e intentó leer un párrafo al azar. Transcurrió un instante, estuvo leyendo un par de páginas sin conseguir enterarse de nada, con la cabeza en ningún sitio, intentando tranquilizarse, cuando al otro lado de la puerta se escuchó de nuevo la voz de su hijo:

—Mamá...

Berta se sobresaltó ligeramente.

—Qué, cariño —dijo con un tono de voz terso, dulce, amable, conciliador.

—La tele está encendida —dijo su hijo.

Y Berta miró la televisión, apagada, y de pronto las lágrimas le asaltaron los ojos.

—No, cariño, la tele está apagada.

—¿Estás llorando, mamá?

—No, cariño, no estoy llorando —dijo Berta, secándose las lágrimas—. Anda, ¿por qué... por qué no te acuestas? Mañana...

—Sí estás llorando —dijo su hijo.

Y Berta negó con la cabeza, negó varias veces pero su llanto silencioso no le permitió volver a decir que no estaba llorando.  


Del libro de cuentos “Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte” (Baile del sol, Tenerife, 2005)



Nicolás Melini.  Santa Cruz de La Palma, 1969 Es el autor más joven incluido en el libro elaborado por los hispanistas franceses Literatura española actual (2000-2010). Autor de una obra repartida en libros breves, ha publicado las novelas El futbolista asesino (2000, reeditada en 2006 y 2011) y La sangre, la luz, el violoncelo (2005), los volúmenes de cuentos Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte (1999, reeditado en 2005), Cuaderno de mis mayores (2002, reeditado en 2006) y Pulsión del amigo (2010); así como los poemarios Cuadros de Hopper (2002) y Adonde marchaba (2004). Crítico de cine, guionista y director, ha coescrito el cortometraje La raya, acreedor de numerosos premios, colaboró en los diálogos adicionales de La balsa de piedra, largometraje del holandés George Sluizer basado en la novela homónima de José Saramago, y ha dirigido los cortometrajes Mirar es un pecado e Hijo, con los que ha obtenido varias menciones especiales del jurado y concurrido a numerosos festivales internacionales: La citadella del corto (Roma, Italia), Bello Horizonte (Brasil), Slamdance Film Festival (Los Ángeles, EE.UU.), Upsala (Suecia), Cine Chico (Nueva Zelanda), etc. Recientemente ha dirigido el documental La maleta de Cervantes.




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2 comentarios:

  1. Me ha puesto la carne de gallinita...Muy bueno!!!

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  2. Buena observación Ihintza, y bienvenida por aquí siempre.

    En verdad que hay algo fantasmal y oculto en el texto de Nicolás que da pavor, haciendo un empleo exquisito de elementos cotidianos y casi, pero solo casi en apariencia inocuos.

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