El caballo muerto de Víctor Vásquez Temó |
(H)Ada de sí misma
¡…Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de
piedralumbre!
Asturias
1.
Ada caminaba al borde de la
carretera cargando un bolso rojo. Para allá y para acá los potreros atestados
de boñiga y unos cincuenta metros más adelante, en medio de las ondulaciones
como de agua, producidas por el calor infernal, una bandada de zopilotes se
disputaban las tripas de un caballo muerto. Se tapó la nariz cuando el olor de
la pudrición le llegó, hizo una mueca de asco. Cruzó la calle para no pasar al
lado del cadáver.
Se había despertado desesperada por
las pesadillas recurrentes. Esas donde revivían los hechos de muerte y sangre
que solo ella sabía guardar. Porque otra persona no hubiera aceptado de la
misma manera sumisa, así como ella, guardarse para siempre las imágenes del
güila muerto y el esposo enfurecido.
Los zopilotes se espantaron cuando
Ada alzó su bolso rojo y lo meneó en el aire frenéticamente, para asustarlos.
Alzaron vuelo y se colocaron en las ramas de un guarumo seco. El caballo sin
ojos y con la panza tasajeada echaba humo sobre el asfalto. “No… las
pesadillas, el café que me quedó mal, la trasnochada, la caminada: ésta
caminada que me va a terminar matando…”, en el peregrinaje dominical, Ada,
recorría los diez kilómetros que separaban su casa del cementerio perdido en el
que reposaba el hijo. “Porque Macho es otra historia, Macho no era pa tierra
santa como él…”, se dijo mientras ponía un rollo de santalucías sobre la crucecita del mocoso. La caminada era
agotadora, y levantarse de nuevo, después de echarse toda la retahíla sagrada
de rodillas en el pedregal, resultaba ser un esfuerzo titánico. En el aire
sepulcral del cementerio todavía volaban como mariposas negras los ora pronobis… Detrás de las cruces
colocadas en filas perfectas, los ojos negros y sin fondo de los duendes,
esperaban su letanía y el ruego, que se les colgaba de la boca y les bendecía
con perdón. Perdón otorgado por el Supremo.
Las rodillas sangraban un poco de cholladas. Parecía estarse escurriendo en gotas de sudor salado y terroso. Ada echó camino, diez kilómetros de nuevo para llegar a la casa, aguantar los ladridos y aullidos de alegría del sarnoso, poner a hacer café, y sentarse a la cama a curarse las rodillas. Luego tendría que ponerse a rezar de nuevo, hincada sobre colmillos de perros muertos, para ahuyentar a los demonios que le aruñaban la casa mientras anochecía. Macho nunca los oía, pero ella sí, ella sabía que estaban ahí mostrando sus uñas curvas y sus vergas fláccidas, restregándose lascivos por las paredes, volviendo locos a los perros y haciendo que los gatos se ericen en los tejados. “Yo Ada de luz, pido la luz, Ada de luz, luz, tiene la luz que otorga la LUZ!”, y ponía los colmillos de los perros que había matado metiéndoles un machete por la garganta, y aparecían mariposas negras gritando con bocas de yegua: ¡Ora pronobis!
Las rodillas sangraban un poco de cholladas. Parecía estarse escurriendo en gotas de sudor salado y terroso. Ada echó camino, diez kilómetros de nuevo para llegar a la casa, aguantar los ladridos y aullidos de alegría del sarnoso, poner a hacer café, y sentarse a la cama a curarse las rodillas. Luego tendría que ponerse a rezar de nuevo, hincada sobre colmillos de perros muertos, para ahuyentar a los demonios que le aruñaban la casa mientras anochecía. Macho nunca los oía, pero ella sí, ella sabía que estaban ahí mostrando sus uñas curvas y sus vergas fláccidas, restregándose lascivos por las paredes, volviendo locos a los perros y haciendo que los gatos se ericen en los tejados. “Yo Ada de luz, pido la luz, Ada de luz, luz, tiene la luz que otorga la LUZ!”, y ponía los colmillos de los perros que había matado metiéndoles un machete por la garganta, y aparecían mariposas negras gritando con bocas de yegua: ¡Ora pronobis!
¡OOOOOoooraaa
PRRROnoobis!,
y
entonces retumbaban los mosaicos del piso como bombos. Y en el cementerio se
abrían huecos por donde se asomaban inquisidoras lenguas a saborear el aire de
los tiempos que no alcanzaron a vivir. Y los demonios, legiones de Luzbel, se
retorcían y se enroscaban en el corredor que le daba vuelta completa a la casa.
Y le susurraban al oído, en forma de alacranes de humo, obscenidades y
blasfemias que Ada desoía jalándose los pelos como loca.
Mientras la lucha arreciaba – un
aguacero aislado en medio de la tarde – Macho seguía empinando la botella de
Cacique frente al televisor con patas de gallo.
2.
Macho la tomó de las piernas porque
era la noche de bodas y la acostó de un solo golpe en la cama. Ella solo
lloriqueó y trató de darle un par de patadas que él logró esquivar.
La tercera le rompió el labio inferior al esposo.
Ada corrió en medio del barreal que
rodeaba la casa, Macho la perseguía de cerca con los genitales listos para la
violación, el barro se volvía espuma y los pies se enterraban hasta impedir el
paso. Ada se veía en una enorme piscina marrón, bajo el aguacero de octubre
(mes en el que se casaron hace veinticinco años), que no la dejaba moverse. Las
manos de Macho la tomaron de las mechas y la acostaron en el barreal, le abrió
las piernas y se bajó los pantalones: entró en ella como un animal. Las uñas
rascaban el barro mientras el aguacero se volvía más fuerte, todo impedía que
oyeran los gritos de Ada, que al final, ya con la garganta raspada y el galillo
casi despegado, se resignó a disfrutar el acto.
3.
El hijo nació rosado y baboso.
Macho empinaba la botella y veía
televisión. Mientras el chiquito, ya cumplidos los cinco años, le pedía sorbos
de aguardiente. Y Ada se quedaba mirándolo cuando salía a jugar al patio y
hablaba y hablaba, y hacía reverencias, canturreaba cosas en un idioma raro que
a ella le ponía los pelos de punta. Más porque todas las noches veía a un bicho
alto y flaco, como un palo seco, con ojos negros y profundos, que se acercaba a
la cuna cuando ella le estaba frotando la cabeza para que se durmiera. Y
cerraba los ojos para no verlo de frente, mula del diablo gigante que le
respiraba al chiquito en la cara.
Cenando los tres: Macho se levantó
de la mesa enfurecido. Salió al corredor de atrás y pateó dos veces la pared.
Le chifló a la nada y puteó a su madre. Entró con la hoja del machete blandida
contra el niño, y se acercó hasta la mesa. Ada se levantó y cogió al niño, le
besaba la cabeza, le besaba las piernitas, los bracitos, los cachetes, y el
chiquito se soltó y cayó al suelo, donde el padre lo agarró a filazo limpio sin
decir nada. Ada miró y miró la sangre y las vísceras, los huesos expuestos, y
hasta el final, soltó un grito y se arrancó la blusa y la enagua enfurecida
para abrazarse al cuerpo del hijo, tomándolo de la cabeza sin ojos, sin orejas,
sin dientes…
Un día Macho iba a blandir el metal
en contra de sí mismo. El hijo era la magia de la vida de Ada, y la magia se la
guardó en las telarañas del cuarto y en los hilos de las cobijas.
4.
Se levantó y las rodillas le
sangraban. Un colmillo se le había ensartado.
Sabía que todos los especímenes
abismales seguían rondando la casa. Se acercó hasta donde Macho tenía puesta su
silla y veía tele. Se puso frente a él, Macho la miró y le sonrió, ella se
metió al cuarto de nuevo, se envolvió en las cobijas y llamó al hombre, que
ardiendo en deseos de sexo, entró al cuarto y se desnudó. Se tiró a la cama a
culo pelado como Ada y comenzó a restregarle la verga por las piernas, Ada se
levantó y le dijo que se volviera boca abajo para practicarle un masaje. Afuera
las mariposas negras los protegían recitando letanías y dando respuestas con
bocas de yeguas, y los bichejos se mecían en los almendros y coyoles como
bandadas de monos aulladores. Ada se puso un calzón de cuero que tenía adherido
un falo de plástico, Macho esperaba el masaje y lo que sintió fue la entrada de
la pinga plástica. El dolor que se le extendió de arriba abajo lo inmovilizó y
la cara se le volvió una mueca de asco y agonía, Ada le gritaba improperios y
lo penetraba con fuerza.
Quedó en la cama tirado. Con el culo
sangrando.
Ada trajo el machete del corredor de
atrás, lo blandió desde que venía por el pasillo. Los demonios ya se metían por
las celosías y despedazaban la casa. En el cementerio los muertos se revolcaban
deslenguados. Ada le cortó la cabeza a su marido como lo hacía la guillotina.
Salió al corredor mientras los
bichos destruían su casa y vio a los duendes del cementerio jugar con su hijo.
La mecedora que estaba a su lado comenzó a mecerse suavemente y una voz le
preguntó:
- ¿Por
qué sos Ada?
- Porque
las “adas” somos hadas, y hay hadas malas que conjuran a los malos.
-
Mucha
imaginación
- No,
qué va, fue Disney
El bicho con forma de palo seco se esfumó
de la mecedora.
En su mecedora, Ada se volvió calavera.
Atenas, 10 de
febrero 2013
Byron Salas Víquez. Nació en San José en 1993. Loco por naturaleza. Lector por vocación.
"Escritor" porque sabe que es lo mejor que puede hacer con su vida.
Amante de su carrera: Filología clásica (aunque lo amenacen con que se morirá
de hambre).
Colabora en la revista electrónica, Literofilia.
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Muy muy muyyyy bueno! felicidades!
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