Se tiende a defender
aquellas causas que mucha gente considera perdidas, como la vida en Marte, el
derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, y claro, el hipotético caso
que nos ocupa, el transcurrir de la vida en los parques de un satélite aldeano
con ganas de ciudad. Este sitio, semejante al casco central de San José de
Costa Rica, es donde Germán Hernández localiza la acción de su novela, es un
contexto urbano ceniciento, cuya peculiar belleza quizás se encuentra en las
grietas espacio-temporales que permiten la evasión del recinto, o bien, la
asimilación al engranaje que sostenido entre neón y monumentos olvidados,
recoge el gastado andar de una especie urbana neo-tropical.
Es sobre personajes
desposeídos de glamour, cuyas vidas parten de la búsqueda, la huida y la
persecución, a veces superpuestas, otras veces contradictorias, porque el
monopolio del autoengaño huele a homo
sapiens, que el autor construye un relato convincente sobre las carencias
cotidianas, la sobrevivencia del cuerpo y del espíritu, o tal vez, solamente
sobre los afectos idos y anhelados.
Ya dentro de la
trama, el narrador entra y sale de las subjetividades de transeúntes y
personajes que pueblan la aldea urbana, como si fuera un realizador
cinematográfico mostrándonos los planos de sus personajes, va cámara en mano,
proyectando una suerte de travelling
mental, donde privilegia el monólogo interno. Así, este narrador nos presenta
desde travellings de seguimiento, que
finalizan bruscamente con un elemento inesperado que cambia la acción, cuyo
desenlace creemos ingenuamente adivinar, hasta travellings de presentación progresiva, donde el narrador va
mostrando paulatinamente los detalles de aquello que contempla el personaje,
desde un plano subjetivo.
La comparación
cinematográfica no es fortuita, pues en esta novela de Germán Hernández se nota
un detallado trabajo de observación e interpretación de la fauna urbana,
mostrada como una intrincada red de tentáculos humanos que se succionan los
unos a los otros hasta perecer o formar otro tentáculo aún más monstruoso. El
resultado parece ser el humus donde crece el cementerio de palomas en que se
convierte la ciudad capital.
Abundan los guiños
fantásticos en “Apología de los Parques”; las palomas se transforman en una
plaga de proyectiles asesinos, un montículo de hojas implorante es una mujer
violada que sigue al protagonista hasta dispersarse en el viento o en el
olvido, otra mujer se extrae el corazón y lo conserva en la nevera, Dios es una
luz azul surgida de un proyector imaginario que acosa con su presencia a uno de
los protagonistas, y asistimos a un espectáculo –curiosamente aún no ideado por
los tecnócratas- que podría llamarse explotación sexual comercial de maniquíes
piromaníacos.
Por otra parte,
Raimundo, el protagonista principal, devuelve la vista a un ciego y hace que se
regenere un muñón en la pierna de un lisiado, sus anti-milagros son fruto del
azar y de la ignorancia de su “don” en un zoológico humano, que de forma
general vive mejor con su carencia y es incapaz de desenvolverse desde la
completitud, una metáfora cargada como una Beretta 9mm dispuesta a mutilar más
de una conciencia. El más ilustre representante del ethos de la aldea urbana es el mismo Raimundo, cuya naturaleza está
representada por la carencia, y desde ahí, por la aspiración a encontrar una
amada imaginaria cuyos tacones sólo resuenan en su interior.
Laura Fuentes Belgrave |
Es una fauna
principalmente masculina la que el autor describe, las mujeres constituyen en
el mejor de los casos, personajes secundarios cuya naturaleza tiende a ser
objetivizada de la misma forma en que la mayoría de las tribus de nuestras
sociedades modernas lo hacen, con una pizca de Barbie goes to work y con otra pizca de la presa atávica a cazar
por la horda masculina.
El lema de esta tribu
urbanita podría ser “sálvese de la vulgaridad” como lo expresa con sarcasmo
lúcido el mismo narrador, quien finalmente nos lanza un sálvese de la fetidez
de su propia vida, no la huela, no la palpe, sobre todo, no la ingiera.
Continúe viviendo una vida plástica como la margarina, parece mantequilla, pero
es sólo plástico alimentando el cúmulo de chicles que constituyen sus entrañas.
Pero no se ofenda,
ponga un poquito de edulcorante en su bebida, y disfrute esta breve novela que
relata el agridulce triunfo de impotentes y fracasados en un mundo que
enmascara las más básicas pulsiones humanas.
Laura Fuentes
Belgrave[1]
San José, Abril de
2014
[1] Laura Fuentes Belgrave. Escritora
costarricense, es autora de los libros de relatos “Cementerio de cucarachas” y
“Antierótica feroz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu signo