20/9/17

Corriente Subterránea - Cristián Marcelo



Impreso en el 2012 por Ediciones 77 dentro de su colección Vintage, Corriente Subterránea supone el cuarto poemario de Cristián Marcelo hasta ese momento. Dividido en dos secciones, la primera “Cámara nocturna (2004)” está compuesta por cuarenta y cinco poemas y la segunda “Corriente subterránea (2006)” con 47 poemas[1]. Se puede presumir que el año indicado en cada sección corresponde probablemente al año de composición o bien al año en que el autor recopiló y dio término a esa colección en particular, por lo que es posible decir que nos encontramos con dos poemarios, siameses por voluntad del autor publicados así bajo el título del segundo.

Lo que sorprende en la poética de Cristian Marcelo es su virtuosismo, su capacidad de construir imágenes de una belleza plástica indiscutible, y un ritmo y una cadencia musical meritoria; pero a veces sentimos que toda esa hipertrofiada capacidad plástica va en sacrificio del sentido, y muchos poemas se ahogan blindados en sus encriptadas circunstancias e imágenes, en conjunto, el autor apenas nos impregna de una atmósfera general de patetismo y despecho.

El exceso de talento no comunica mucho, la sobre edificación de los textos termina muchas veces por repetir fórmulas o caer en lo puramente accesorio, el poemario está repleto de enumeraciones, listados, imágenes superrealistas, casi siempre en triadas arbitrarias y aleatorias, incluso algo que es marca de autor pero que por el uso y abuso deja de brillar: la sustitución del “y” por el “o”.
 
Cristián Marcelo
Como sea, el autor parece consciente de los excesos y sus consecuencias, su propuesta ilimitada y sin concesiones se impone, sacrificando casi siempre la cortesía de dialogar con el lector.

Dejo tres ejemplos de los poemas que más me gustaron, todos de la primera sección del libro, el primero de ellos: “La fragilidad del cuchillo de cocina”:


La fragilidad del cuchillo de cocina

Reciente es la herida de mujer que llevo
A los sitios más remotos de la casa.
Apenas sangra se la muestro a las visitas,
A la gata que me lame la aspereza.

Voy por el mundo con mi llaga,
A pecho abierto llego a las casas,
Al regazo de los parques.
Tiene un gusto a mar en calma,
A uno que dice nunca, quizás, quién sabe.
Está amarilla como un girasol,
Amarillo que agoniza.

Con un bozal y una cuerda,
La saco a pasear en Navidad,
En Pascua le enciendo una vela blanca
Y una vela azul,
Y otra que no es blanca ni violeta.

Es una herida nueva,
Tiene la fragilidad de un cuchillo de cocina.
La tierna expresión de una coartada.

Salgo con ella los domingos.
Tiene que lucir su sangre verde,
Su magnitud de pus,
Mostrar sus modales en la mesa,
Sonreírle a mí y a mis amigos.

Es reciente la herida que llevo
A los rincones de la casa.
Qué bien domesticada -dicen unos-
Que perfectas maneras,
Y qué graciosa.


Claro que el título nos descoloca, el poema es sobre la herida que lleva el narrante, no sobre un cuchillo y menos sobre la fragilidad, pero seguramente es de los mejores poemas del libro, otro es “Doncella en desastre urbano”, bello poema en prosa y muy representativo dado el insistente recurso de la prosopopeya a lo largo del libro.


Doncella en desastre urbano

El día se mueve lentamente por la casa. La luz se filtra entre algas y arrecifes. La cortina respira polvo, y en el taller mecánico los empleados miran Penthouse. El día se apresura a pasar por enfrente del taller, agarra sus libros y los estruja contra el pecho. Está hermoso, a pesar de la espuma del relleno y las cejas depiladas con destreza de cirujano. Se ve que hoy será su día, pues, lleva una miniseta ajustada y un jeans que modela el viento. Su figura nos recuerda otras marisquerías, otros restaurantes de fast food, otras sodas y otros cafetines. Nuestro día se topa con los top models del taller mecánico, quienes tienen las lenguas más pulcras de la ciudad, las mejor lavadas a presión y al vapor. Hoy, sin duda, será su día. Se lo dice el horóscopo, la radio a full, los pericos regresando del verano. El día está lindo de pies a cabeza, aromático y de axilas rasuradas. Limpio, como el primer día del mundo.


Y finalmente los finos y delicados Haikús, tres piezas minimalistas y exquisitas:

Haikú I

En estos tiempos, contratiempos,
apenas logras escuchas
el reloj de pared.

Haikú II

Tranquila, la calle,
más tranquila, la ciudad,
algo debe suceder a lo lejos,
algo…

Haikú III

Tan difícil es el día,
tan largo,
que por solo tenerte
lo cortaría en pedazos…


Lo demás, será una lectura tórrida, huracanada, sin casi ningún refugio donde mascullar las palabras ni su sentido.

Germán Hernández



[1] No contamos los versos ni las palabras del poemario en vista de que nuestras modestas capacidades como crítico no llegan a la de los grandes maestros de la crítica literaria de este país.



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