Un poemario más en la amplia obra del veterano poeta Carlos
Francisco Monge. Lo edita esta vez la EUNED con una de las portadas y ediciones
más horribles que he visto, pero bueno, ya se sabe, nunca se debe juzgar un
libro por su portada (ni por su contraportada, edición y ningún otro
paratexto).
Mejor refirámonos a lo que importa: al poemario, a sus 53
poemas. Con limpieza y oficio, su autor sabe lo que quiere decir y cómo
decirlo. Con versos y frases breves, algunas enumeraciones sin ser extenuantes,
una adjetivación precisa, sin abusos. Economía y claridad; su tono es moderado
sin ser iconoclasta, ni vernáculo o antisolemne. Este poemario se lee de un
tirón y sin dificultades, la voz que enuncia se da a entender, vuelve sobre sus
pasos, juega, hace paráfrasis de autores y poemas reconocibles, y tiene
hermosos aciertos.
Sin embargo, pese a aquellos poemas que tanto me gustaron,
que me hicieron guiños y me interpelaron, me pregunto si realmente estos poemas
le pueden importar al lector común y ocasional, si de verdad apelan a su
experiencia y subjetividad o más bien se plantan ajenos a este, como bandera,
como faro a otro tipo de lector, muy específico, concreto: a los poetas.
Gran parte del poemario se dirige a ellos, los expone, los
desenmascara, probablemente el más bello poema del libro y uno de los que mejor
describe lo anterior sea “Los egoemas”:
“Lo malo del poema es
cuando se empieza a hablar del yo;
a hablar en yo,
a inmortalizar las
páginas en blanco
con una tinta de
insomnios
y de misteriosas
navegaciones
por intricadas
galaxias, parar hablar en yo.
Es cuando todo
desaparece: la historia, las marismas,
la levitación del
honor,
las acrobacias
de quien sostiene las
dudas y envejece con ellas.
Los poemas del yo
nacen como alimañas,
se quejan, se
consumen,
solo ven por doquier
los cuartos solitarios,
el humo del pitillo,
los fantasmas,
las luces
minusválidas, la carroña del otro,
la inmundicia de
quienes no te ven, no te contemplan,
la decepción de que no
te hacen caso
con tus versos dramáticos,
inertes,
que escribes para ti,
que solo existes solo,
sin demás, sin
demases.”
Con las inevitables reminiscencias a Parra y Neruda, este
poema denuncia que los poetas que escriben en “yo” son unos cretinos. Y el
asunto se vuelve nuclear, hay otros poemas similares, siempre señalando la
vanidad, las ínfulas, la inutilidad del poeta y de sus cantos, “Lunadas”,
“Aplausos”, “Las cosas que alguien ama”,
“Pequeña crónica de un poeta viajero”, “Nicotina”, “Celebridades”, “Cuerpos”, “Conversaciones
sobre la poesía”, “Tras bambalinas”, “Carta
a un poeta amigo”, “Acta de intervención
de un poeta mayor”, “Tareas del poeta en una tierra de lobos”.
Carlos Francisco Monge |
Extraña eso sí el distanciamiento, la voz que nos habla a
través de estos poemas es desde luego la de un poeta, pero cuando desnuda a los
otros ya no parece serlo, parece suponer que él no es así, solo hacia el final
del poemario se decanta por ser un poeta más como todos cuando declara: “Dame una palabra, que moveré al mundo”.
Germán Hernández
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