Presume el autor de Estos
pequeños milagros, que con este culmina una trilogía comenzada con la obra Escondite de 2013, a la que siguió Algunos sueños y otros paraísos en 2015.
Esta seguidilla de poemarios compone entonces la Trilogía de la ternura y dan
un lugar a Byron Espinoza entre esos escritores que se decantan por una
audiencia preferentemente dirigida a los niños y niñas, y desde luego,
cualquier persona que se sienta aludida.
Los poetas suelen ser los personajes de sus propios poemas,
nada hay más circunstancial y personal que lo que escriben, aunque como bien
dice Hamis, “los cantos de los hombres son mejores que ellos”. Por eso siento en
Estos pequeños milagros que el autor no
escribe sobre lo que fue, ni lo que es, sino lo que sueña, para sí, y para sus
lectores. Por eso nos extraña el título del libro, no es sobre milagros, es
sobre sueños.
El libro comienza con un breve proemio, Filomena la tortuga
escribe al conejo Blas una carta con el inquietante título Para vivir en los sueños, donde explica a su amigo el origen del
libro. Este relato ontológico inevitablemente me lleva a pensar en Borges y Las ruinas circulares, el sujeto que
imagina a otro sujeto y advierte que él mismo es imaginado por otro. Igual
pienso en Ende y su Viaje interminable
o en los Umbrales eternos de William
Flores, en que la escritura o lectura de un libro sumerge a su propio lector o
autor en la trama, los personajes lo advierten, y acción, lectura y escritura
ocurren simultáneamente; lo que inevitablemente me lleva a pensar en La ciudad de cristal de Auster. Claramente
el autor de Estos pequeños milagros
nos dice, en una especie de retorno al idealismo que las cosas existen porque
se piensan, se imaginan, se sueñan. En oposición al positivismo lógico, nos
propone toda una fenomenología husserliana.
Es tan importante este texto inicial que no comprendemos por
qué le sigue otro poema que dice Inicio,
que no aporta mayor cosa. Luego se desarrollan varias secciones, donde se
combinan poemas, prosas poéticas, cuentos, de inmediato se revela el onirismo
que se nos había advertido en la carta de Filomena, en los sueños es posible
transgredir lo diacrónico y lo sincrónico, ahí la irrupción de la prosopopeya y
la hipérbole se dan con la naturalidad de la vigilia. La primera sección es Primeros milagros, donde se condensan
muchos de los mejores textos, es el menos conceptual y más variado que las
demás. Ahí se nos presentan esos seres imaginarios las Agujas y los Delfines, a
contrapelo de cualquier semántica, porque en los sueños eso se puede, y
funciona, y donde es inevitable apelar a Cortázar, que fue construyendo a lo
largo de su obra su propio bestiario de seres imaginarios, desde mancuspias,
piantados, conejitos regurgitados en sus relatos, hasta sus Historias de
cronopios y de famas, incluso sus lípidos y glúcidos en Los premios. Para el caso del poemario que nos ocupa, está claro
que todo es lúdica infracción, el autor por torrentes construye imágenes
ingenuas y adorables mediante las más alucinantes yuxtaposiciones, será la
tónica de todo el poemario, tal vez las reglas de todo esto las resume muy bien
los últimos versos del poema Camino:
Lo que realmente
importa
es el brillo de tus
ojos,
La música que
respirás.
Lo que vas a encontrar
al cruzar la puerta:
todo lo que podés
soñar y escribir
con solo desabrochar
la imaginación.
Destaca como pocos, el poema La casa, quizás porque se advierte en este un puente entre esos
sueños y la realidad:
Ya no volverá a decir
“cuando estoy con papá
extraño a mamá
Y cuando estoy con
mamá extraño a papá
Porque en la eternidad
del dibujo
Estarán juntos.
(imposible no recordar a Keats)
Byron Espinoza |
Y si hablamos de bestiarios, la segunda sección Pequeño zoológico y las siguientes son precisamente
eso. En esta, el autor hace palimpsesto del poema El origen del primer libro de la trilogía, bella versión, aunque la
primera sigue siendo nuestra preferida.
Más lograda aun es la siguiente sección, Historia de los colores, donde
definitivamente se difuminan los contornos de lo material con lo ideal, los
colores son algo más que alegorías de sí mismos, son gentecillas casi
inadvertidas, pero con vidas, con hábitos, con pasatiempos, se les toma cariño
de verdad.
Con un tratamiento más tradicional y fabulesco, deviene un
poco el libro con la sección Insectario,
y vuelve a su punto de partida otra vez en la sección Últimos milagros. Vale destacar en esta última sección el texto Lo fantástico, donde colisionan otra vez
esa realidad con los sueños, texto casi huérfano, no parece ser parte del libro
y pese a ello es de los mejores y más transgresores, ni soñar, reitero, ni soñar
con un texto así en las editoriales comerciales, eso sería un milagro. Cierra
el libro con otro poema prescindible, Final.
No soporto esa necedad de los autores por querer llevarnos de la manita.
No lo sé, el sueño, como habitación del pánico, como espacio
para la sobrevivencia. En este libro la realidad apenas se la confronta, no se
la transforma, se le evade. Aunque es un alivio contar con estas ensoñaciones,
a lo mejor ayudan a resistir.
Coda: La edición es una preciosidad, las ilustraciones de
María Zúñiga son una interpretación y una lectura impecable. Congratulaciones a
la EUNED y todas las personas que colaboraron en la bella composición
de este libro.
Germán Hernández.
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