Sobre una inmensa estepa desierta, apenas se advierte
levantando una estela de polvo que cubre sus huellas, la cámara se va aproximando
y se distingue el bólido a toda marcha en dirección a una cordillera nevada y
sobre ella un horizonte infinito que sangra celajes bajo un sol crepuscular; la
cámara se acerca aún más, y sos vos quien va en la cabina del auto reclinado en
sus asientos de piel, con tu diestra controlás el volante, con la barbilla en
alto y la vista fija en tu destino, y en tu pierna la mano blanca de una rubia
platinada que no despega la mirada de vos. Nada te detiene, ahora tu auto
escala las montañas salvajes, atraviesa ríos y llega hasta la cumbre, tu gesto
lo dice todo, has vencido; pero no vas a detenerte todavía, la libertad y el
poder de ir siempre hacia adelante sobre tu heraldo de plástico y hierro.
Más o menos, así es como nos presentan los fabricantes de
autos sus modelos en la publicidad: como una promesa de libertad, de éxito y
poder, una promesa que algunos solo pueden soñar, que otros están arañando sin
alcanzar, y que vos seguramente creés que alcanzaste, hasta que te detiene la
hora pico en las carreteras arterioescleróticas.
Te han arrebatado un derecho, alguien te ha robado el éxito, el poder, la
libertad, porque realmente te creíste la promesa de los fabricantes de autos,
no podés creer en el engaño, a vos no pueden engañarte y pensás que la culpa es
de otro, del gobierno que no gestiona carreteras para tu libertad, de los resentidos
que las bloquean protestando contra tu éxito, mirás hacia el frente la horizontalidad
espinal de los otros autos, su torpe andar, su estoico avance, y los culpás por
no tener la voluntad de ejercer el poder al que no renunciaste todavía, aunque no
sintás en tu pierna la araña lasciva que se ha evaporado en el asiento del
acompañante, o más bien, nunca estuvo.
Te creíste una mentira, una realidad imaginada, un éxito, un
poder, y una libertad que nunca existieron.
Germán Hernández.
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