Desde un punto de vista cuantitativo (para nada cualitativo)
las personas leen hoy más que nunca, incluso escriben más que nunca, el acceso
a las redes sociales lo han hecho posible. Eso sí, la escritura queda
subordinada a la imagen, al audio, al video, pero ahí está, desafiada y
trastornada por mil extrañas y emergentes formas de querer decir y comunicar
algo.
Una de esas formas curiosas es el meme. Una imagen y un
texto brevísimo, por lo general en clave de humor, picardía pura, espontánea, y
generalmente anónimo. Para saludar, para comunicar, para que sepan que
existimos, para ser necesitamos los memes, las palabras prestadas de nadie para
poder decir algo que no sabemos cómo decir.
Acariciamos la pantalla del smartphone persiguiendo memes,
repartiendo likes, caritas y dedos pulgares. A toda prisa secuestramos los
memes que nos son afines y a toda prisa los viralizamos a nuestros contactos
con una compulsión feroz esperando ser los primeros en compartir el ingenio de
nadie como propio, la peor de las decepciones es cuando el acuse de recibo es “ya
lo había visto”.
El meme es vehículo de los que necesitan las palabras de
otros, de los que nada tienen que decir.
Germán Hernández.
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