27/9/11

Eduardo Alfonso Castillo Rojas - La Serpiente



 La serpiente



 
Una serpiente gris, caprichosa, rectilínea o de pronto sinuosa, hacia arriba o hacia abajo, oculta por la lluvia y la niebla o descubierta en el brillo del sol hasta el dolor en las pupilas. Extendida al frente se escurre en principio lenta y al llegar veloz, bajo las ruedas del camión y se queda atrás esperando la nueva oportunidad de volver a ser el reptil rastrero que se sacude ante los ojos del conductor, pero sabedora de que su inmovilidad es la única verdad que garantiza el nuevo encuentro.

El hombre se aferra al volante y pisa el acelerador como si majara la culebra, matándola con cada vuelta de los neumáticos delanteros y resucitándola con los traseros para dejarla tendida en espera del regreso.

Y así por la eternidad, por el sempiterno ir y venir del camión lleno de productos que se intercambian en el mercado de los que compran allá y venden acá, de los que pagan por traer y cobran por enviar, dando vida a una economía que ni el conductor ni la serpiente de asfalto entienden. Ella solo sabe que está ahí; él, que va y viene lleno de una soledad no pagada con el salario de hambre recibido cada quince días.

Pero esa es su vida, soledad apagable con los gritos que doblan las canciones repetidas desde el radio. Se las sabe todas de tanto oírlas, y las canta con el estrépito y la confianza que el saberse sin compañía le permite.

De noche, el hotel de paso con su bar abierto hasta la madrugada le permite descargar su desamparo al pie de unos vasos de cerveza y, con suerte, con la conversación y el amor pagado de alguna de las mujeres que de vez en cuando se acercan a vender compañía en estos lares.

Y está esa morena, casi niña, nueva en el sitio y en el oficio, por poco inocente o con cara de serlo. No habla de lo mismo que las otras; aún menciona sus clases de colegio y sueña que tiene futuro. Sus ojos conservan el brillo negro de una esperanza que la convierte en la ilusión de ser verdadera en el amor. Así la siente él cuando la abraza para entrar a la habitación, cuando la oye quebrarse en sus embates y cuando se le cuelga a los hombros para dejarse caer exhausta tras fingir llena de naturalidad casi verdadera que le ama, que es alguien en su vida vacía.

Ya no quiere seguir solo, por lo menos no por este viaje que le demorará al menos siete días entre dejar la serpiente botada tras de sí y repasarla en el retorno, entre entregar los tiliches que unos compran y cargar los que otros venden. El acuerdo entre oferta y precio no es difícil: él busca compañía, ella conocer. Nada a perder y algo que ganar para los dos los lleva a emprender la loca aventura de ignorar los tantos años que los hacen diferentes, evitando con recato digno de mejor causa las miradas en los albergues de camino.

Canciones gritadas a dúo, risas desgañitadas por chistes sin ninguna gracia, despertar en medio de la nada mientras él conduce de memoria mirándola más a ella que a la carretera, hoteles de quinta categoría y luna de miel todas las noches. Los dos saben que es amor de una semana y lo exprimen hasta el hueso.

La va sintiendo propia, la va interiorizando como protegida y sin quererla solo para él, le aconseja que no sea de nadie más hasta que sea alguien por ella misma. Esa vida no le sirve, vale mucho para eso. El amor se le recuerda en los brazos de ella como fue en tiempos idos, cuando conoció a otra joven de ojos negros y también la dejó ir llena de consejos.

La culebra se termina cuando el zigzag reptante se cuadra en la ciudad. Semáforos, edificios, suburbios y el barrio marginal con el “quiero dejarte en la puerta de tu casa” esperanzado en el “no quiero perder a nadie otra vez”.

La recibe una puerta abierta en las manos de una madre, azabache en la mirada, que ha llorado siete días por la hija que vuelve del brazo de aquel hombre que un día la dejó sin enterarse de que su semilla le creció en el vientre hasta explotar en esa joven de ojos brunos como ella.



 
Eduardo Alfonso Castillo Rojas. De formación en el campo del periodismo, se ha desempeñado siempre entre letras, como reportero en varios medios de comunicación nacionales y como encargado de prensa en el Instituto Tecnológico de Costa Rica y de la Municipalidad de Cartago, entre otros. Ha sido editor y director de dos periódicos y una revista regionales y como aficionado a la fotografía ha realizado varias exposiciones. En el campo literario ha obtenido algunos premios y menciones en certámenes del Instituto Tecnológico de Costa Rica y del Ministerio de Cultura de Costa Rica. Fue invitado a participar en una antología de cuentos de Costa Rica y República Dominicana publicada bajo el título de "Puente de Palabras" con motivo de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica en el 2006, en la cual se incluyó el cuento "La serpiente" que ahora se publica. Tiene publicado el libro de cuentos "Las Escaleras" (Uruk Editores, colección Sulayom). Actualmente se desempeña como Secretario General de la Municipalidad de Cartago y prepara la publicación de su segundo libro de cuentos.

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