Publicada en 2011 por Ediciones
Lanzallamas, que vuelve a acertar al ofrecernos este último libro de relatos
del narrador Heriberto Rodríguez.
Escrito con una prosa densa y versátil,
Rodríguez consagra un estilo depuradísimo, un modo de decir y un humor “entre
líneas” sutil y sabroso. Eso sí, no son textos de esos que se leen de corrido y
entretienen sin más, son piezas muy elaboradas que exigen una lectura atenta,
la menor distracción del lector lo defraudará, igual que al autor, que se ha
jugado todo en cada texto, y donde nada está ahí por casualidad.
Son veinte textos, veinte
experimentos, la mayoría de ellos cuentos propiamente dichos, otros que vibran
como poemas escritos en prosa: “El pudor de las ninfómanas”, “El primer deber”,
“Desde la Canasta”, “Trac Trac”. Lo cual nos permite intuir un libro más
abierto a la experimentación, más misceláneo y libre, donde el goce plástico
ablanda las fronteras genéricas y académicas y ofrecen otras posibilidades
plásticas pero nunca definitivas, textos que hacen click como el objetivo de
una cámara.
El mayor acierto en el conjunto
de este libro, es el humor, un tópico esquivo y poco y mal manejado en nuestra
literatura, el humor es de las cosas más difíciles de hacer en literatura sin
caer en el chiste en sí mismo, el humor de Heriberto Rodríguez es sutil, es
recurso asimilado con soltura y como un recurso más que no rechina en los
textos ni se disuelve por inocuo. No son cuentos de humor, pero sí tratados con
humor, ahí la grata sonrisa que se cuela en la lectura, y que desaparece luego
con los golpes, porque también los hay.
Los temas son los grandes temas
de la literatura, es decir, los de siempre: notas de viaje, locura y amor, y
sumado a ello, una eficacia y una tención en el tratamiento que los hace
perdurables en la memoria del lector. Se percibe en la mayoría de los cuentos cómo Rodríguez ha asimilado un modo de narrar en el que toda la fuerza y el
golpe final de cada cuento se condensa y cristaliza en la última frase de
estos, no, no se trata de finales sorpresa o cosas así, si no de “giros” que
redefinen el relato, que revelan otra historia detrás de los hechos y que
resuelven los textos en otra dirección que abruptamente desconciertan al
lector, lo sacuden y le devuelven un nuevo texto.
Lo anterior es particularmente
notable en textos como “Héroe en Roma”, donde
en medio de cierto triángulo amoroso y misión revolucionaria, surge otro
texto solapado, lo mismo en “Maldad de algunos Dioses” donde se pone a prueba toda
la omnipotencia del narrador demiurgo, en “Libertad, Libertad, Libertad” donde la última palabra la tienen los
vivos, “Un paria en París” que se resuelve entre lo obvio y no tan obvio. “La
última erección” donde hay un juego
entre el delirio y el fluido intercambio de perspectivas entre narradores y
la casi imperceptible correspondencia
que difumina el diálogo en un texto que revela al verdadero iconoclasta, “En
Irún” ya se ve cómo Rodríguez, sin agotarse en ningún tema, con una especie de
ingenio ingenuo y humor sapiencial, logra con un par de trazos que el lector
pueda construir un relato y un contexto y hacerse cómplice con el narrador, “En
esta ciudad sin soportales” la prosa llega a un virtuosismo y una belleza que
solo es sobrepasada por la calidad del juego y el “giro”, un texto de una
calidad innegable, y una muestra que resume estilo y recursos en la obra de
Rodriguez, una joya en sí misma.
“La escusa de la felicidad”, “El
pudor de las ninfómanas” y “Madrugada sin Manuelita Sáenz”, son una especie de
tríptico, donde la enajenación engendra sus propios códigos y realidades
alternas (valium chardonay) que hacen un poco más soportables las madrugadas
sin sus espectros.
Cuestión de “Vida o Muerte” es un
cuento humorístico con todas las de ley, hilarante, absurdo, encantadoramente
divertido.
“Las Tráqueas”, cuento
inusitadamente extenso dentro del conjunto, sentimos que es al tiempo el más
flojo, tiene sabor a clisé y se sale bastante del conjunto y manera del resto
de relatos, un texto que posiblemente no nació para este libro.
Esa manera que tiene Rodríguez de
formular sus textos por reiterada es arriesgada también, y no nos convence en
textos como “Visitas al aljibe” o “Mc Donald’s”, porque se siente que ya se sabe de que van,
lo que sí los salva es la fidelidad a un estilo y ese modo de contar. Es
posible que también se le reproche al autor, el hecho de que al estar
mayormente escritos los cuentos en primera persona, se sienta que narrador y
personaje principal son siempre el mismo de un cuento a otro, no se logra esa
independencia y singularidad de los personajes centrales y el narrador que
habla en ellos.
En general, un libro importante
dentro de la nueva narrativa costarricense, y en muchos sentidos, una obra ya
madura y distintiva del autor. ¡En hora buena!
Germán Hernández
¡Germán, tenés que contarnos el secreto! De dónde sacás tiempo para poder reseñar tantos libros. Menos mal que ya no estás con el reto de los 30 libros. En el caso de este libro, a mí me pareció una buena obra y me parece excelente que se hable sobre él. A veces parece que no se habla ni se escribe lo suficiente sobre algunas obras de muy buena calidad que se publican en el país.
ResponderEliminarTiempo!!!!! Si lo tuviera escribiría te tantas cosas!!!!
ResponderEliminarPero se le hace el intento...
Siempre bienvenido mi buen Ornitorrinco... Y es verdad, la obra de Heriberto ya es notable en nuestro país... pero ni modo, mis favoritos a premios nacionales nunca ganan.