En la revista MD en español de
Octubre de 1965, el artículo “Novelista portentoso” dedicado a George Simenon
que en ese entonces tenía sesenta y dos años se cita lo siguiente sobre su
manera de escribir:
“Simenon empieza a
trabajar a las 6:30 de la mañana. Fumando en pipa incesantemente y tomando
café, escribe a máquina con rapidez tachando muy pocas palabras; tres horas más
tarde ha terminado el primer capítulo. El resto del día vaga por los
alrededores sumido en profunda concentración, sin hablar con nadie. A la
siguiente mañana escribe el segundo capítulo; unos diez días más y 200 páginas:
el libro está terminado. [….] Después de que el manuscrito
ha reposado durante una semana, el autor lo revisa suprimiéndole esencialmente
adjetivos y frases que sólo producen efecto literario; luego saca una copia
fotostática del manuscrito y la envía a los editores. [….] Últimamente escribe tan sólo
seis libros al año; dos “maigrets” (“para ejercitar los dedos”), dos “semi-serios”
y dos “serios”.
“Maigret y el ladrón perezoso”, fue originalmente publicada con el
título en francés “Maigret et le voleur
paresseux” en 1961.
En el Bois de Boulogne han
encontrado un cadáver, el inspector Fumel llama a Maigret para que le apoye, el
comisario acude al lugar y ha reconocido a la víctima.
Pero por esos días, en el Juzgado
y el Ministerio del Interior y todos los nuevos legisladores, han venido
cambiando las reglas, estableciendo nuevas normas y protocolos “Para aquéllos, la policía constituía un
engranaje inferior, un poco vergonzoso, de la Justicia con mayúscula. Había que
desconfiar de ella, vigilarla, emplearla en un cometido subalterno” (Cap.
1). Por lo que no más llegando un magistrado y un juez a la escena del crimen, sin
más indican: “No creo, señor comisario
que sea asunto para usted. Debe usted tener importantes cosas entre manos. Por
cierto, ¿por dónde andan ustedes respecto al atraco de la sucursal de correos
del distrito XIII?” (Cap. 1) y dándose cuenta de que el crimen aparenta ser
un ajuste de cuentas entre bandidos concluyen: “es un hecho banal, un crimen crapuloso y, le aseguro, si los malos
tipos empiezan a matarse entre sí, mejor para todo el mundo. ¿Me comprende?”
(Cap.1)
En efecto, la víctima es un
discreto desvalijador de pisos, no de los que esperan a que los dueños se ausenten
por algún motivo, al contrario, los prefiere cuando están ocupados, su nombre
Honoré Coundet. Así que a contrapelo, y con otro caso a cuestas, Maigret inicia
disimuladamente la investigación de la muerte del viejo ladrón a quien ha
llegado a considerar a lo largo de los años una especie de amigo. Con la
maestría de siempre para crear complejos personajes que tiene Simenon, vamos
conociendo el mundo de Coundet, sus antecedentes, su juventud y hosquedad con
el mundo, su pasión por la lectura y sus métodos de trabajo; también
conoceremos a su madre, sumida en el ostracismo, pero confiada en que su hijo
muerto no la dejará desamparada. Y llegando al climax de la novela a una
inesperada compañera.
Georges Simenon |
Mientras tanto, la banda de
asaltantes de cajeros continúa haciendo de las suyas, a Maigret lo presionan,
su única pista sobre el homicidio de Coundet son unos extraños pelos de gato
salvaje encontrados en su ropa.
Como es usual en las novelas de Simenon,
la resolución del caso será secundaria, una cosa lleva a la otra, y con un poco
de paciencia los responsables caerán. Lo que no deja de ser fascinante en esta
novela es la empatía y casi deuda que el comisario Maigret siente con uno de
sus adversarios. La vida secreta de Coundet, la solidez y singularidad de este
ensimismado pillo lo convierten seguramente uno de esos irrepetibles
personajes que igual que el comisario sentimos cercano a nosotros y fascinante
en su vulgaridad.
He aquí un ejemplo de cómo la
construcción de un personaje exquisito, puede ser más real y sólida que
cualquiera de nosotros, pese a estar muerto desde las primeras páginas.
Germán Hernández.
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