Verano rojo es la primera novela del joven narrador
Daniel Quirós, la misma compartió el premio nacional de novela 2011 con “El
laberinto del verdugo” de Jorge Mendez Limbrick y ambas novelas fueron editadas
por la Editorial Costa Rica inaugurando su colección “Novela negra”. Parece que
ambas obras lo comparten todo.
Verano rojo, es efectivamente una novela de corte
policiaco que se combina también con la ficción histórica[1]. Don Chepe, el
protagonista, investiga la muerte de su amiga “La Argentina” quien ha muerto
ejecutada, esto lo conducirá hasta el atentado de la Penca en 1984 y a una
intensa casería por la provincia de
Guanacaste, escenario de la obra.
Aunque está aceptablemente escrita, y se esfuerza en
crear una atmósfera de sofoco a lo largo de su desarrollo, y hasta logra
interesarnos cuando especula alrededor de la reconstrucción de los hechos del
atentado de la Penca, la trama está llena de incoherencias, fisuras e
inexactitudes que le restan verismo y credibilidad.
Los problemas de veracidad en la trama comienzan desde
las primeras páginas y serán un lastre a todo lo largo de la novela. El
narrador, “don Chepe”, se entera del hallazgo de un cadáver en la playa cerca
de Paraíso, la víctima es Iliana Echeverri, conocida como “la Argentina” quien
era dueña de un Café cibernético que era cantina y alquiler de libros en
Tamarindo y con quien don Chepe había construido una buena amistad. El problema
es cuando el cuerpo de Iliana es
recogido por particulares y trasladado hacia Tamarindo en una buseta de turismo
y velado esa misma noche y enterrada al día siguiente.
“apenas
tuve tiempo de ver a unos hombres montar el cuerpo, envuelto en una sábana
blanca, antes de que desapareciera la microbús, junto a una patrulla de la
policía local, hacia Tamarindo entre una nube de tierra” (pág. 19)
“Esa
primera noche la pasé en el café velando el cadáver. A la mañana siguiente, fue
el entierro, al que asistió un buen número de personas” (pág. 23)
“Nadie
sabe nada, puse la llamada para que vengan los del Departamento de
Investigaciones Criminales del OIJ desde Liberia, pero usted sabe cómo es eso,
dijeron que no tienen gente y que hay que esperar a que venga alguien de la
capital, seguramente entre mañana o pasado” (Dicho por el cabo Hernández “el
Gato”
pág. 20)
Pese a lo dicho por el cabo Hernández “el Gato”, en
Costa Rica, el cadáver encontrado en las circunstancias que narra la novela, no
podría ser levantado a no ser en presencia de un juez y en coordinación con
agentes judiciales, el cuerpo sería trasladado en un auto oficial hasta la
Medicatura forense para su autopsia y por ningún motivo podría ser velado la
noche del día de su hallazgo y menos sepultado al día siguiente[2]. Por cierto, vale aclarar también
que el grado de “cabo” no existe en ninguno de los cuerpos policiales del país
desde la promulgación de la Ley General de Policía de 1994, en que el grado de
“cabo” pasó a llamarse “inspector”, tampoco es cierto que el “cabo Hernández”
sea “Guardia rural”, la “Policía de asistencia rural” dejó de existir desde el
año 2000, igual que la “guardia civil”, para llamarse genéricamente “Fuerza
pública”; recordemos que la novela transcurre en el año 2009 y estas
imprecisiones le restan verosimilitud al relato, falsean la realidad, e
indirectamente debilitan la credibilidad especulativa del relato ficcional
histórico que hay de fondo.
Don Chepe, protagonista y narrador de la novela, es un
ex agente del Instituto Nacional de Seguros (pág.14) quien hereda un terreno
cerca del mar, a dos kilómetros de Paraíso (pág. 14) donde construyó una casita
con sus ahorros (pág.14). Tiene un pasado como guerrillero durante la
Revolución sandinista (pág.21). Lo que no queda muy claro es la actividad
económica de don Chepe, que parece más bien un matón a sueldo y no un detective
aficionado:
“Todo
comenzó un día en el bar de doña Eulalia. Era domingo y yo me tomaba las cervezas
de todos los días. Un finquero local, al que siempre le daba la borrachera
vaquera, le había faltado el respeto a doña Eulalia y después se rehusaba a
salir del lugar. Cuando el Gato llegó, al hombre le pareció una buena idea
tratar de partirlo a machetazos. Yo lo había convencido de que soltara el
machete después de quebrarle un par de costillas. Antes de trabajar para el
INS, yo había pasado varios años en Nicaragua, luchando en la Revolución, donde
había aprendido a hacerme entender. En Paraíso no caía de mal alguien con ese
tipo de experiencia. A partir de ese día, terminé echando mano en varios casos:
robos, drogas, asesinatos, ese tipo de cosas. Todo extraoficialmente, por
supuesto. Después también me empezaron a buscar personas del pueblo y del área
que necesitaban ayuda con algún asunto personal. Los trabajos no daban mucho,
pero aunque se mataban el aburrimiento y ayudaban a pagar los pocos gastos que
tenía”.
(págs. 20-21)
Es difícil creer que un “finquero” ande armado con un
machete, algo más propio del “peón”, a un finquero le va mejor un revolver (si
estuviera armado). Si nos atenemos a la cantidad de whiskys y cervezas que se
toma el protagonista y las mordidas que paga durante la investigación (págs.
55), y los gastos de reparación de su vehículo, y la compra de un localizador
GPS, dudamos mucho de su austeridad. También son cuestionables su insomnio
(pasa días sin dormir) y desde luego su sobriedad.
Al comenzar la investigación del crimen, el relato se
pierde en sus propias contradicciones y en más de una ocasión termina negando
lo que acaba de afirmar, veamos este ejemplo cuando don Chepe y el Gato van a
la escena en que encontraron el cuerpo de la Argentina:
“La
arena es el mejor cómplice, borra todo tipo de huellas y desaparece cualquier
evidencia. En verdad no había mucho que ver” (pág.21)
Pero casi inmediatamente dice:
“Primero,
notamos unas huellas de llanta entradas en la arena” (pág.21)
Luego:
“la
marea estaba completamente baja, y había, en el lugar donde Faustino había
encontrado el cadáver, dos hoyos en la arena, a la altura de las piernas, más
profundos que el resto de la silueta del cuerpo. Para el Gato, eso significaba
que la Argentina había sido puesta de rodillas y luego asesinada a quemarropa,
con uno dos tiros en la cabeza” (pág.21)
¿No era que la arena lo borraba todo?[3]
Siguiendo con el problema de verosimilitud, el mismo
día del entierro de la Argentina, aparece un abogado (Eduardo Gómez) quien se
acerca a Don Chepe, para indicarle que la víctima lo ha incluido en su
testamento (pág. 25) ese mismo día Don Chepe finiquita el asunto y recibe unos
libros, una carta enmarcada, documentos y una llave (pág. 26) y va hasta la
Cafetería de la Argentina donde se entrevista con doña Rosa, antigua empleada
de esta y heredera de la cafetería cantina y alquiler de libros (¿Acaso no
resulta inverosímil que en menos de un día hubiera crimen, velorio, entierro, y
proceso sucesorio?) y entre pláticas surge la sospecha sobre un par de
maleantes de la zona. Por ahí seguirá la investigación: con los papeles
heredados, y el seguimiento de esos dos maleantes.
De los dos maleantes, basta decir que don Chepe y el
Gato los acechan, los intimidan y vapulean,
no obtienen mucho de ellos, salvo quizá que a uno de ellos un misterioso
hombre le había encargado vigilar las entradas y salidas de la Argentina a
cambio de una recompensa que el maleante recoge en unas tales Cabinas Río
Celeste (Cap. IV), a donde se dirige después don Chepe para indagar (Cap. V). Esa misma noche recibe un sorpresivo
ataque en la calle, despierta al día siguiente en el hospital de Santa Cruz,
aparentemente fue agredido por los dos maleantes que antes él había vapuleado,
quienes también se ensañaron contra su auto, destruyendo vidrios y llantas de
este, mientras lo manda a reparar y mientras Don Chepe también se recupera, se
demora unos días en Tamarindo y se dirige hacia Puerto Soley (Cap. VI)
Respecto de los documentos, se da un verdadero artificio
narrativo, una especie de laberinto trazado por la víctima donde todo ocurre convenientemente
de una manera siempre muy casual[4] que comienza con una carta
encriptada y una llave (págs. 33-34), que llevará a don Chepe hasta un recibo
oculto en un cuadro (pág.35) con que retirará una encomienda (pág. 36), donde
encontrará otros documentos, que por su contenido inducen al improvisado
detective a sospechar que su amiga había pertenecido a una agrupación
guerrillera durante la dictadura militar en Argentina (págs. 36-40) le llama
particularmente la atención una foto de una playa que no reconoce, más tarde muy
casual y convenientemente cuando está con doña Rosa, la foto se le cae y la mujer
inmediatamente la reconoce, es Puerto Soley, lugar que ella y la Argentina
habían visitado antes y donde casualmente y muy convenientemente doña Rosa
tiene una hermana, don Chepe quiere contactarla para averiguar si la Argentina
le ha dejado algo, y sorpresa, así es, una pequeña maleta (pág. 60)[5]. Cuando finalmente recoge
la maleta, encuentra en ella un recorte de periódico que hace referencia a un tal
periodista sueco Peter Olsson, que había llegado al país para “testificar”
sobre el atentado de la Penca en 1984, el periodista es un sobreviviente del
atentado, y pretende aclarar muchas cosas sobre los hechos y confirmar la
identidad del responsable. Junto con el recorte de periódico un papel con el
nombre de un hotel y un número de teléfono (págs. 69-73) Ahora todo lo conduce
hacia Liberia, al hotel la Estancia, pero no encuentra al periodista sueco ahí,
sino muy casual y convenientemente en un bar, ahí se entrevistan, el periodista
le cuenta que la Argentina lo había buscado quince días antes, también le
cuenta a don Chepe su versión sobre el atentado de la Penca, su remordimiento y
temor a que lo relacionen como colaborador del verdadero asesino (Cap. VII). Al
día siguiente, don Chepe busca a la fiscal que tomó la declaración, la cual, casual
y muy convenientemente es Alejandra
Leardo[6], una sobrina de una
excompañera de trabajo de don Chepe cuya hermana él había ayudado en el pasado,
por lo tanto la fiscal, muy colaboradora con don Chepe se toma la tarde libre
para hablar en un lugar más “discreto” que resulta ser el bar de un hotel, la
opinión de la fiscal sobre el testimonio de Olsson es sencillamente que no
tiene la menor relevancia, ni aporta nada a la ya conocida identidad del
perpetrador, un tal Gandini, guerrillero argentino, amante de la Argentina en
su juventud, maestro del disfraz que nunca ha sido atrapado y que ya nadie sabe
si vive o muere, y el único que puede explicar quién y por qué se ordenó el atentado de La Penca (Cap.
VIII) don Chepe sospecha que está vivo y que anda cerca y va alertar a Olsson.
Por variar, el improvisado detective llega tarde, el periodista sueco aparece
muerto de un disparo en su habitación[7], el aparente suicidio no
despista a don Chepe, sabe que Gandini anda cerca, por pura intuición sospecha
que las llaves que le heredó la Argentina le indicarán el paradero del
guerrillero (Cap. IX). Pero antes, pasa por donde su amigo el Gato, que le
cuenta oportuna, casual y convenientemente un caso resiente de unos matones que
buscaba la policía, y cómo el último de los matones había sido recién aprendido
pues había chocado con un turista cerca de la entrada a Tamarindo (don Chepe
recuerda haber visto esos autos hacía dos horas) el Gato le cuenta que el
turista a pesar de las lesiones parecía como si nada le hubiese pasado y
fumaba, don Chepe lo interrumpe y pregunta por la marca del cigarrillo y el
Gato le da a entender que era Camel[8] inmediatamente don Chepe
lo relaciona con Gandini le muestra la foto y el Gato lo reconoce. A toda prisa
salen juntos hasta el Hospital de Santa Cruz donde había sido llevado Gandini,
ahí se entrevistan con la enfermera que lo había atendido[9], el tipo se había fugado
del hospital antes de terminar con él, don Chepe y el Gato intentan buscarlo en
Santa Cruz, van a la policía en busca de pistas[10], descubren que había
estado en una farmacia, pero que ya se ido de la ciudad (Cap. X). Don Chepe
decide averiguar qué es lo que abre la llave que le heredó la Argentina,
sospecha que eso lo conducirá hasta Gandini. Regresa hasta la soda donde doña
Rosa, y cuando piensa que no podrá descifrar el enigma de la llave, muy casual
y convenientemente aparece Carmen la hija de doña Rosa quien le revela que esa
llave es de un apartado de una empresa llamada Correos Mercurio a donde llega
don Chepe y encuentra en el apartado[11] un sobre con cinco
palabras, cuyo mensaje lo llevaría hasta la mansión de un narcotraficante
apodado el Ángel, quien casual y convenientemente le debía un favor a la
Argentina y ahora para honrarlo le facilitaría la información que don Chepe
necesitaba para encontrar a Gandini (Cap. XI). Don Chepe recibe de uno de los
testaferros del narcotraficante unas coordenadas y un GPS, luego él se compra
otro GPS[12]
y le deja a doña Rosa un sobre para el Gato y parte al encuentro del asesino de
la Argentina (Cap XII).
“Si
la Argentina quería hacerme entender lo que la había llevado a su muerte, no me
lo estaba haciendo nada fácil”. (pág. 40)
“Podría
ser que la Argentina no tuvo tiempo de nombrar quién o qué la acechaba, puede
ser que nunca lo supo con certeza, que lo único que pudo hacer fue tomar
algunas precauciones, dejar algunas boronas de pan detrás de sus pasos” (pág. 41)
Tiempo fue lo que más tuvo la víctima y comprobaremos
también que la Argentina con una clarividencia excepcional parecía saberlo todo
de antemano, incluso, cada cosa que hereda a don Chepe fue elaboradamente dispuesto
por ella para que este arme un elaborado rompecabezas que lo lleve sin
equívocos hasta su asesino. Lástima que la Argentina no empleó mejor su tiempo
en resguardarse y acudir a la persona correcta, el narcotraficante por ejemplo,
bastaba que le pidiera no solo que encontrara Gandini, sino también que lo
eliminara y listo. ¿Para qué tantas complicaciones?
“Por
un instante, pensé en preguntarle por la Argentina, por Olsson, por el atentado
en La Cruz años atrás, tal vez podría averiguar quién lo había enviado o por qué
había vuelto. Pensé que quizás había una razón detrás de tanta muerte, una explicación
que iba atar todos los cabos sueltos. Pero en esos ojos no había respuestas.” (Pág. 154)
Daniel Quirós |
Efectivamente ese es el gran problema de esta
malograda novela policiaca, deja demasiadas fisuras, error imperdonable en el
género. ¿Qué motivo tiene Gandini para matar a la Argentina y a Peter Olsson?
Realmente ninguno. Por más de dos décadas nadie sabe nada de él, no saben si
vive o muere, el testimonio del periodista sueco no aporta nada a lo que ya se
sabe, nadie lo persigue, Gandini podría darse el lujo de morir de viejo sin la
menor preocupación. ¿Por qué se toma la molestia? ¿De dónde saca los medios,
cómo se financia para irse a matar a Guanacaste? ¿Tiene alguna relevancia saber
hoy si fue la CIA o el FSLN quienes ordenaron el atentado en contra del mercenario
Pastora? En todo caso, responsables o no, ambos tienen suficiente sangre en las
manos para considerarse inocentes de algo. Lo lamentable, es que la novela no
se aventura a especular y responder las propias interrogantes que se plantea.
Germán Hernández
NOTAS
[1] Usualmente se emplea la
expresión “novela histórica” la cual me parece, llama a equívocos, y podría
pensarse que por ser “histórica” es también “verdad”. Pero en todo caso,
novela, y por lo tanto “ficción”. Yo prefiero llamarla así, “ficción histórica”
porque sin importar el pretexto o la referencia a unos hechos históricamente
verificables, toda novela es siempre “ficción”. El rigor histórico no es un
requisito imponderable para la novela histórica.
[2] El autor insiste en
justificar esta anomalía y la supuesta apatía de las autoridades judiciales
para investigarlo en la página 42.
[3] Otros ejemplos de lo
anterior de esa manía de negar lo que acaba de afirmar son estos:
“Había estacionado frente al
cuarto número seis, y al abrir la puerta del carro, por alguna razón miré hacia
el suelo de cemento, donde la luz de los fluorescentes que alumbraban el área
recayó sobre una colilla de cigarrillo descartada. El cigarrillo había sido
extinguido a medio fumar y aún era distinguible la marca. No le hubiera dado
la menor importancia, sino fuera porque era un Camel, una marca que no se
vende en el país. Aún se podía verla silueta del camello sobre la colilla
amarillenta. Pero la verdad que con tanto turista no era demasiado extraño.” (pág. 57)
“Al principio pensé que podríamos
dar con Gandini porque teníamos la ventaja de saber quién era y qué hacía en el
país, mientras que él no sabía que alguien lo estaba persiguiendo. Yo
pensaba que a lo mejor Gandini no se preocuparía mucho, que alquilaría un
carro, que se alojaría en algún hotel, hasta tal vez aún bajo el nombre de Van
der Roy. Pero eso era no saber con quién estaba lidiando. Un profesional
no comete ese tipo de errores. Da por seguro que alguien siempre lo está
buscando.” (pág. 124)
“Otra razón por la que pensaba
que Gandini se dirigía a un lugar ya establecido, era por lo que traía consigo
en el carro cuando lo del accidente. Solo llevaba una mochila pequeña, la
que había descrito Mónica, la enfermera. El Gato también verificó eso,
dijo que en el carro del supuesto holandés no se había encontrado nada más que
la mochila, que por cierto la policía nunca inspeccionó” (Pág. 127) ¿Pero si la mochila se encontró en
el carro, cómo es posible que la llevara Gandini en el Hospital? ¿Y para qué habría
la policía de inspeccionar la mochila de una víctima de un accidente de
tránsito? En todo caso el Gato también era policía. ¿O no?
El subrayado es mío.
[4] Al respecto, y como bien
afirma Juan Murillo sobre esta novela: “La trama avanza siempre
gracias a la coincidencia y no a la lógica causal. Las pistas y los actores del
misterio se presentan como por arte de magia cuando se necesitan, lo cual quizá
haya sido permisible en Crimen y castigo, de Dostoievski, pero se considera un
defecto de forma en el género de novela negra actual. La novela negra,
orientada como está hacia la ambientación y el estudio psicológico del
protagonista, víctima o criminal, sigue siendo una relato de misterio que debe
cumplir con el requerimiento de verosimilitud. Si las pistas y descubrimientos
parecen sembrados por el autor, mucho se ha perdido”.
[5] ¿Cómo es posible que la
víctima previera que de algún modo esa foto, conectaría a don Chepe con la
hermana de doña Rosa y esa maleta?
[6] A estas alturas el relato
ya perdió cualquier sentido y coherencia. Si esta joven fiscal tiene tanta identificación
con don Chepe, ¿Por qué no aprovechó para pedirle a ella que ordenara una
investigación sobre lo ocurrido a su amiga la Argentina que es en el fondo lo
que investiga?
[7] Resulta de lo más cómico
enterarse de que al momento en que don Chepe llega al Hotel la Estancia en
busca de Peter Olsson descubre: “El
hombre del cuarto número nueve se pegó un tiro en la madrugada. Después de eso
nadie quiso quedarse. La policía estuvo aquí toda la mañana. Juntaron el
cadáver, limpiaron el cuarto y después se fueron. Me dijeron que se podía
alquilar la habitación después de mañana, que dejara que se ventaran un poco
los químicos con los que habían limpiado” (Pág. 108) ¡Resulta que la
policía tan apática con el homicidio de la Argentina, ahora es tremendamente
diligente en recoger los cadáveres y hasta de prestar servicio de limpieza!
[8] Las casualidades rayan lo absurdo, ahora el Gato vio hasta el paquete
de cigarrillos del tipo. Recuérdese que antes el mismo narrador había
dicho que eso no tenía nada de extraño con tanto turista (pág. 57) Resulta que
ese detalle le basta ahora para relacionarlo con Gandini, ¿Cómo es posible
relacionar una chinga de cigarro tirada en un hotel con Gandini?
[9] Es curioso cómo se
enfatiza sobre la constitución física de Gandini en el episodio del choque y
del hospital, su resistencia al dolor; teniendo en cuenta cómo había
sobrevivido al atentado que él mismo perpetró, tal parece un “Terminator” hasta
fumaba inmutable -¡Dentro del hospital mientras lo atendían!-
(pág.124).
[10] Es curioso que se
dirigieran a la “Comisaría” (Ya no existen con ese nombre) de Santa Cruz en
busca de indicios como si fuera una oficina de información, y que los ignoraran
incluso siendo el Gato policía también y que luego en el capítulo XI don Chepe
se niega a contactar la policía pues teme que eso haga escapara a Gandini. ¡Cuando
precisamente vienen de la policía! Y a pesar de todo, El Gato va a la
“Comisaría” para hablar con gente de su confianza. ¡Pongámonos de acuerdo por
favor!
[11] No entendemos por qué el
autor se enreda en sus mismos mecates. En Costa Rica siempre ha existido un
eficiente sistema de correos y apartados postales, no hay la menor novedad en
esa empresa de Correos Mercurio, la cual debe operar ilegalmente, pues esos
servicios son monopolio estatal. Más preocupantes son las excusas con que don
Chepe logra convencer a los funcionarios del Correo Mercurio para que le den el
número del apartado, una empresa de este tipo exigiría por lo menos una
autorización escrita del dueño del apartado para entregar alguna
correspondencia a un tercero, pero ¿Darle el número de apartado? Eso es algo
que no imagino.
[12] Muy extraño que teniendo
un GPS se compre otro. ¿Sería para dejarle uno al Gato para que lo encontrara?
Tal vez, pero no se dice ni queda claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu signo