Querido poeta, (lo digo en sentido amplio, no importa si eres narrador,
dramaturgo, poeta o ensayista) dedico a vos estos consejos para que no te pase
lo que a un amigo, que no vale la pena mentar aquí, tal vez algo de provecho
encuentres en ellos.
¿Qué son los epígrafes?
Seguro que lo sabes, y seguro que
los has usado. Pues bien, los epígrafes son paratextos, en este caso citas
breves de otros autores entre el título y tu poema, ensayo, novela o capítulo
de tu novela. La cita puede ser falsa, lo cual es muy divertido, ¿te acuerdas
de aquella archifamosa?:
“ladran Sancho, señal de que
cabalgamos”
Pues nunca la dijo el Quijote ni
la escribió Cervantes, algunos dicen que es una broma de Borges, pero no hay
duda que ha sido empleado hasta el cansancio.
También el autor puede ser falso,
eso también es divertido, o atribuir falsamente una cita a otro autor, por
ejemplo:
“has el bien sin mirar a quien”
Joaquín García Monge
Pero bueno, el propósito de los
epígrafes no es divertir, sino, y como indican los que saben, los epígrafes
tienen una función enunciativa-discursiva, veamos:
Genette ([1987] 2001), indica
entre la funcionalidad directa de los epígrafes: esclarecer el título de la
obra y comentar el texto en vistas de precisar su significación. Entre las
funciones indirectas u oblicuas, se distingue la de otorgar, a través de su
autor, una cierta garantía al relato que introducen. Para Authier (1984), los
epígrafes rompen la unicidad aparente del hilo del discurso para presentar una
voz otra, que también constituye al discurso desde fuera. Los epígrafes pueden
entenderse como espacios discursivos que permiten la comunicación con un
exterior, que resulta crucial para la constitución del discurso en vías de
desarrollo. Estos elementos pueden entenderse como formas de la autonimia
simple (Authier-Revuz 1984, 1995); las formas de autonimia simple señalan un
fragmento como extraño al discurso y conllevan la ruptura del orden sintáctico.
En el caso del empleo de un epígrafe en obras literarias, se registra una cita
directa sin presencia del marco citante, cuyo locutor -el autor de la cita- no
coincide con el locutor responsable de la enunciación del texto, el narrador.
Así, la inclusión de un epígrafe implica la evocación de dos puntos de vista.
Yo personalmente debo disentir
respecto de los autores anteriores y confesar que para mí el epígrafe no tiene
más que dos funciones: una decorativa, y la otra es curricular.
Los libros deberían venir con
menos accesorios, los lectores a veces no sabemos (y no tenemos por qué
saberlo) para qué son todas esas citas que encabezan los poemas y otros textos,
cuya funcionalidad y sentido es dudoso y extraño, aunque corresponda a alguna
críptica circunstancia personal del autor que solo a él le puede importar.
Y es que hay libros, pero
especialmente poemarios, donde abundan los epígrafes, si los extrajéramos todos
de un solo poemario, tendríamos verdaderas antologías, summas poéticas y
sapiensales de enorme belleza, lindas lentejuelas y bisutería. (también se ha
puesto de moda utilizar todo tipo de artefactos como cumbias, slogans, frases
hechas, como para estar entonado (o borracho más bien) con el “espíritu
posmoderno”.
Esas bellas hilachas
descontextualizadas llamadas epígrafes advierten al lector de eso que la
crítica literaria forense llama intertextualidad, es decir, las influencias,
lecturas y gustos del autor (son la misma cosa).
¿Pero acaso, esa exhibición del
amplio y diverso número de autores y obras asimilados por el autor, que abarcan
centurias y continentes, multitudes de otros autores y autoras con las cuales
el poeta se iguala al citar, no es también una especie de alarde, de
presentación de credenciales?
Quien sabe, lo cierto es que
también algunos hasta ponen epígrafes en otras lenguas, en especial en inglés y
francés.
Como puede verse, los epígrafes
fuera de su pura función decorativa y curricular, no hacen mayor cosa en el
texto.
Inclusive, se corre el riesgo, y
eso ocurre prácticamente siempre, que el epígrafe que encabeza un texto, es
mejor que este. Incluso, le pasó a una amiga poeta lo que sigue: resulta que se
encuentra con un lector entusiasta y despistado de su obra, platican un poco de
su último poemario y el lector dice -¿Sabes cuál fue el poema que más me gustó?
-No, ¿cuál?- Responde la poeta con el pecho henchido, -Uno pequeñito, de dos
líneas que estaba en letra chiquita y abajo con el nombre de un señor, al puro
comienzo de otro más largo.
Sí, así es, siempre ocurre, por
eso mi joven poeta, mis consejos son:
1. Procura que el epígrafe no sea
mejor que el poema que encabeza, recuerda que solo es para decorar.
2. Por más que pretendas trazar
un puente imaginario entre el epígrafe y tu texto, un sentido implícito y trascendente
en esa otra voz que citas y la tuya, no olvides que eso al lector no le
importa.
3. Pero si lo que quieres es
impresionar a tus lectores por tu amplio bagaje, olvídalo, a nadie le
impresiona tu vocación de ratón de biblioteca.
Teniendo todo esto en cuenta, usa
todos los epígrafes que quieras, a lo mejor el lector merece también leer en tus
libros algo merezca la pena.
Germán Hernández
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