Impresa y editada por Ediciones Lanzallamas en el 2012. En
la oscurana de Rodrigo Soto supone la sexta novela del autor hasta ese momento
y una interesante y parcial incursión en el género negro, o como prefiero
llamarlo: en la ficción criminal. Digo parcial, pues se trata de una novela de
autor que recurre a las formas y recursos del género; esto no es nuevo, y en el
caso de la narrativa costarricense autores como Guillermo Fernández, Warren
Ulloa, Jorge Méndez Limbrick, Daniel Quirós entre otros, han recurrido a la
ficción criminal como andamiaje para obras que, reitero: son en última instancia
obras de autor y no de género. Todavía no se ha escrito novela negra en Costa
Rica.
Se impone en esta novela el peso y la voz de un veterano
narrador, su estilo naturalista para los detalles y entornos de sus personajes
casi hiperrealista queda patente en el caso de la protagonista Sylvia Morán, de
ella lo sabremos todo hasta sus últimos detalles, desde lo que hace al
levantarse en la mañana hasta acostarse en la noche, incluso lo que sueña (el
ya relamido recurso onírico), su ropa interior, sus recuerdos, su presente y su
pasado, sus gustos, su visión de mundo y estilo de vida pequeño burgués, no, no
estamos leyendo una novela policiaca, estamos leyendo la novela sobre Sylvia
Morán.
Se imponen también en esta novela la crítica social y la poco
novedosa sanción de la “excepcionalidad costarricense” al derribar los íconos
de una Costa Rica idealizada:
“De unos años para acá
Sylvia vive con una sensación permanente de vértigo y fragilidad. Tras el
asesinato a manos de sicarios de varios colegas y el destape de fabulosos
escándalos de corrupción que involucraron a los caciques de los viejos partidos
políticos, era imposible sostener el cuento de la Suiza centroamericana, el
país de la eterna primavera y la paz perpetua. Era como si poco a poco salieran
de un espejismo, rompieran la ilusión compartida, placentera y adormecedora en
la que habían vivido.” (págs. 42-43)
Esa intención desmitificadora viene siendo una constante en
nuestra narrativa, pero lo es igual en todas las narrativas de cualquier país. Por
eso también la protagonista confronta el modelo desarrollo económico basado en
los servicios turísticos:
“Lo que no muestran
los anuarios, protesta Sylvia perspicaz, en silencioso diálogo con Tomás López
y con Daniel Forester, es que las provincias con mayor inversión y desarrollo
turístico continúan siendo las más relegadas y pobres del país. El espejismo se
concentra en la franja costera que en algo más de dos décadas pasó casi por
completo a manos de extranjeros. Ellos son ya los dueños de todo. Los ricos y
poderosos del país compraron a los propietarios locales a precios de ocasión y
luego revendieron a los extranjeros por sumas millonarias. Era público que
algunos políticos involucrados en los escándalos de corrupción participaron del
festín, pero eso no era delito. Sylvia había conocido a campesinos y pequeños
propietarios que, en su desesperación, intentaban lanzarse a la corriente:
vendían parte de sus fincas para emprender pequeños desarrollos turísticos,
pero lo hacían sin criterio ni asesoría y fracasaban casi siempre. A nadie en
el Ministerio de Turismo se la había ocurrido ayudar a esa gente, todos sus
empeños se concentraban en atraer inversiones extranjeras. Se renunció por
anticipado al desarrollo de base local. Era la miopía absoluta, peor aún, una
traición. Era evidente que la clase política no imagina otro horizonte para los
campesinos y la gente del campo que convertirlos en jardineros, botones y
mucamas.” (págs. 213-214).
Pese a todo, para la protagonista sigue existiendo la ventaja
de entrar y salir cuando quiera de la Costa Rica mítica en donde vive, o de la
otra Costa Rica que descubre con horror.
Hay dos momentos interesantes que ayudan a contrastar, como
si esos políticos corruptos e inversionistas supieran aprovechar el
embrutecimiento de la población, uno es al comienzo de la novela con las
festividades de independencia (aquí el autor se da la licencia de poner el
desfile de faroles el 15 de setiembre y no el 14 como es usual) y el otro hacia
el cierre, con la clasificación de la selección nacional de futbol a un
mundial.
Pero esta novela tampoco es sobre el desarrollo turístico o
la corrupción de los políticos, es sobre Sylvia Morán y su vida íntima y
cotidiana quien de paso investiga el extraño caso de un grupo cesionista en
Guanacaste que deviene en grupo terrorista auspiciado no por el anhelo de
independencia del pueblo guanacasteco sino por… (claro que no lo voy a decir)
dicha investigación debe ser interrumpida para indagar sobre el sector
turístico, y el impacto que el desafortunado crimen de una turista holandesa a
manos de unos muchachos tiene en esta actividad. Todo esto llevará a la
protagonista a tejer una maraña de suposiciones que implicarán al papá de su
jefe, a su jefe, al nieto del papá del jefe, terroristas pedófilos y más, y
digo suposiciones pues no tenemos más remedio que confiar en lo que Sylvia
Morán cree saber, dado que nunca en la novela nos consta nada de ello. La trama
criminal se debilita, Sylvia parece tropezar siempre con las pistas y los
sospechosos como si Costa Rica fuera tan pequeña como una habitación, lo cual
es muy conveniente para el desarrollo de la trama aunque sea poco veraz,
especialmente la entrevista entre Sylvia y una psicóloga que atendió a Miguel (uno
de los sospechosos del homicidio de la holandesa), esta antes de comenzar le
advierte a Sylvia que “hay cosas que no
podré decirle por razones de ética profesional” (pág. 93) y luego le
chorrea que el sospechoso fue prostituido durante su infancia por su propia
madre; si le contó eso, quién sabe qué será lo que la ética le habrá impedido
contar.
Rodrigo Soto |
Con todo, hay dos momentos en la novela que me parecen
destacables por su intensidad y escarnio de los personajes, uno de ellos es la primera entrevista
entre Sylvia y Miguel (sospechoso del homicidio de la holandesa) el otro es
cuando tachan el carro de Sylvia en Cañas. Pero en general es una novela que
por no ajustarse al corsé formal que exige el género de la ficción criminal y
por esmerarse en el examen exhaustivo de la personalidad y cotidianidad de la
protagonista lo primero queda fuera de foco. Eso, una novela desenfocada.
Germán Hernández.
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