Qué difícil es recordar, todo viene en desorden, amañado y
sesgado por un crepitar de instantes nuevos; nebulosos los recuerdos se van
acomodando, se ajustan, se modifican incansablemente, hasta que la memoria los
hace florecer falsos, ungidos de deseo, nuestro deseo.
A Rodrigo Quirós lo conocí, o tuve noticia de él en el
taller de Chico Zúñiga, hace más de veinticinco años, por entonces era un
mocoso estúpido, (ahora solo queda de mí la estupidez) lo recuerdo ahora como
un hombre viejo, casi tan viejo como me siento ahora, su rostro estaba curtido
de smog, de viento, de un sol cruel, vestía un saco negro, que olía ha guardado,
todo él olía a sucio, a viejo, a calle, con una joroba enorme. Hablaba con pasión
de Rinbaud, de Eluard, de Baudelaire, lo escuché recitar de memoria el “Barco
ebrio” y las “Letanías de Satanás”. Yo estaba fascinado.
Este modesto y olvidado poeta lo vi una vez más, en las calles, con un andar dantesco, hablando solo, sumido en su dulce
locura, así murió, solo, loco, olvidado. Hoy quiero recordar uno de sus poemas,
de 1967, de un pequeño poemario “Después de nacer”, un poema dulce y
representativo de un poeta místico y vernáculo a la vez: “Silencio”.
Germán Hernández.
Silencio
Si yo dijera: Existo,
¿me atendería la noche?,
¿qué variación habría en el negro silencio
con heladas estrellas y hierbas desmayadas?
Mi voz se tornaría un eco milenario
De la música inmóvil que sostiene el espacio,
Se volvería más frío el brillo de mis ojos
Y manos ardientes se llenarían de ausencia.
Si yo dijera, ahora,
a la noche, que existo,
que su inmensidad fija el peso de mi cuerpo,
que todo su destino se contiene en mis ojos,
¿qué señal volaría por entre las estrellas?
¿qué fuego tocaría mi pecho interrogante?
Bendición que respiro.
La noche me contiene y yo le doy su nombre.
El mundo me contiene y yo le doy sentido,
entre tantas distancias de negrura y misterio
no diré una palabra. Sólo quiero el silencio.
Rodrigo Quirós.
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