Películas
Siempre
trata de elegir películas para llorar. Es una lloradora vicaria. La oscuridad
del cine le hace olvidar su gordura y su soledad de niña malquista. Se
convierte en otra. No escucha las interminables discusiones de sus padres, las
burlas de sus amigas y las risas de los cuatro gamberros del instituto cuando
entra a clase cada mañana. No nació gorda, ni jamás quiso estarlo. Ahora, por
más que pruebe dietas y que practique deporte a todas horas, no baja un solo
kilo. Como mucho logra no seguir subiendo de peso, pero luego, cuando deja de practicar
deporte un par de días o cuando vuelve a comer con normalidad, sube incluso más
kilos que antes. Por eso ha dejado de intentar perder peso. Se refugia cada
tarde en el cine. Compra un paquete de roscas con una Coca Cola y se pone a
soñar que es cualquiera de las protagonistas de las películas. Lleva tres días
yendo a ver El concierto. Se mete en
la piel de la que toca el violín en la última escena y se tira llorando de
emoción diez minutos cada día. Últimamente es difícil encontrar películas como esa.
Casi todas las que programan son cursis, violentas o previsibles. Podría
alquilar algún dvd o bajarlas de Internet, pero en su casa no le es posible
soñar: no tiene oscuridad suficiente, siempre hay alguien gritando y la
pantalla es demasiado pequeña para la necesidad de sus sueños. Intenta acudir a
las primeras sesiones. Todo su dinero se le va en películas. Las otras
compañeras se ríen cuando la ven aparecer siempre con la misma ropa y con los
mismos pendientes. No se maquilla ni se arregla las cejas. A los diecisiete
años casi todas las amigas parecen barbies
clónicas, teñidas y maquilladas. Los compañeros van a los gimnasios y están
siempre risueños. Cuando acuden al cine nunca van a ver las películas que ella
elige. Cada vez echan menos porque cada vez va menos gente. Sólo están los tres
o cuatro solitarios de cada tarde y un par de jubiladas con derecho a descuento
diario. La gente que no la conoce por la calle no le dice nada por estar
demasiado gorda. No pierde el tiempo enamorándose de ningún chico porque sabe
que no le van a hacer caso. Se enamora en el cine, siempre del actor más guapo
y del hombre con el que sueñan todas las protagonistas. Una vez en casa come
algo y se tira en la cama a leer algún libro hasta que le vence el sueño. La
lectura también le vale para soñar, pero de momento prefiere el cine. Tampoco
esos sueños de la madrugada le valen para mucho. Casi todos terminan en
pesadillas que la despiertan sollozando. Apenas está estudiando. Volverá a
repetir curso. Le importa una higa ese futuro negro que pintan todos los
profesores y todos los telediarios. Se llama Tania, pero nunca hay nadie que le
pregunte su nombre con ojos luminosos. Ni siquiera los otros solitarios que se
esconden en los cines se han fijado en ella. No sabe cómo terminará recordando
estos días tan extraños en los que la vida parece que pasa sin que ella logre
interpretar ningún papel importante. No pide ser la protagonista. Realmente no
pide nunca nada. Se conformaría con un papel secundario en el instituto, en la
calle o en su propia familia. Todos le dicen que tiene muchos años por delante,
pero lo que ella necesita no son años. Los días de lluvia Tania aprovecha para
bajar a la playa. Camina descalza por la arena recordando películas.
Santiago
Gil (Islas Canarias, 1967). Licenciado en Ciencias de la Información
por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en medios de prensa
provinciales y nacionales, así como en distintos gabinetes de comunicación. Ha
publicado las novelas Por si amanece y no
me encuentras, Los años baldíos, Un hombre solo y sin sombra, Cómo ganarse la vida con la literatura, Las derrotas cotidianas; Los suplentes y Sentados; el libro de relatos, El
Parque; la novela corta El motín de
Arucas; los libros de aforismos y relatos cortos Tierra de Nadie y Equipaje de
mano, y los libros de poemas Tiempos
de Caleila, El Color del Tiempo y
Una noche de junio. También ha
publicado un libro de memorias de infancia titulado Música de papagüevos y una recopilación de artículos periodísticos
que lleva por título Psicografías.
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Como acostumbra, Santiago Gil nos da una página llena de vida y poesía,con breves pinceladas de narración pura compone el retrato de un personaje que prefiere el mundo de los sueños y de la ficción. Vive y se enamora de seres cinematográficos y se refugia de la realidad en una pantalla de cine. Como contrapunto, la vida real es un sucedáneo de su fantasía, esa otra que quisiera ser, una chica perfecta merecedora de amor y de belleza, un ideal. Perfil tan humano que al despertar encuentra su realidad en las antípodas de sus sueños.
ResponderEliminarQue valiosa lectura haces Noel, bienvenido siempre por aquí...
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