José Luis Cuevas - Tinta china y acuarela sobre papel. 1980. |
Javier Payeras, el destacado poeta y narrador guatemalteco nos visita por segunda vez en el Signo roto y nos regala un adelanto de su cuentario (de próxima publicación) "Frio": una botana para ir saboreando el denso y delicado sabor de su obra. Provecho.
Próstata
Sabes poco de las mujeres porque
nunca fuiste amado. Tu madre era obesa y se dedicaba a regañarte por tu
delgadez. Te atiborraba de comida, ella cocinaba tan bien, pero eso no fue
suficiente para retener a tu padre.
Tu padre era alcohólico como vos.
Pero se largó a tiempo. Se hizo de otra familia y murió de infelicidad:
Hepatitis C. Por alguna parte de tu álbum sale su cara de gusano amarillo. Una
camisa blanca y una corbata. Nunca supiste a ciencia cierta si lo querías. Tu
mamá de inmediato ponía una chuleta de puerco con zanahorias y un aderezo
dulce.
Vacío, te sentís vacío. Un puerco
cincuentón frente a una muchacha de diecinueve años que te mira. Es tu alumna,
tu mejor alumna. Te las das de interesante.
Los jeans, la playera de cuello alto y ese saco de corduroy que para nada
disimulan las babas sabias que escupís sobre el refresco de tamarindo. Cuando tu alumna -pongamos que se llama
Cecilia- dice que quiere leer tu novela, le decís que ya no tenés libros en
disposición, que podés darle una fotocopia. Pensás firmársela, eyacularsela,
lamersela. Cecilia abre sus hermosos ojos brillantes y se toma su copa de vino.
Hoy rechazás el vino. En el fondo
te sentís como un cobarde que no puede con las resacas. Esas gomas malditas que
te hacen llorar todo el día viendo History Channel. No te gusta Jaime Sabines
porque su poesía es la puerca pocilga del pensamiento religioso hecho
sentimiento amoroso, pero siempre lo leés y llorás. Chillás por tus exmujeres:
“Todas esas putas que sólo querían pisto”. Ellas tampoco leyeron tu libro ni
siquiera cuando acababa de salir ni asistieron a tus charlas acerca de
periodismo literario. Se llevaron a tus hijos bien chiquitos porque vos
publicitabas que eras un alcohólico, un perdido… sin embargo siempre tuviste un
trabajo estable en la universidad. No te queda bien hablar de Bukowski o de Tom
Waits o de Malcom Lowry… siempre viviste en colonias residenciales y tus
mujeres te dejaron, nunca te atreviste a mandarlas al carajo, sepa Judas por
qué.
Bonito carro tiene Cecilia. Un
Mazda del año, vos andás a pie. Lo lindo de tu alumna es que te está viendo y
siente muchísima admiración. Vos nada más encontrás un rastro de alma que ya no
tiene eco en tu fracaso. Soledad de profesor y corrector de estilo. De lector
de novedades editoriales. Cincuentaycincoaños. No lugar. El acto se terminó. La
niña dijo Jodorowsky y se te puso tieso algo entre las piernas. El Topo-Santa
Sangre-Fando y Liz. “Usted es tan culto”. Maldito borracho -pensás- tu consuelo
son las botellas de vino en los cocteles y las niñas traviesas extremadamente
cultas que te escuchan dar clases de periodismo y literatura. Puerca
rehabilitación.
No hay nada en el cine. Tampoco
querés irte a tomar un café a la librería, donde uno de esos muchachos
arrogantes va a presentar el nuevo poemario de un ishto de 22 años. Ellos te
robaron la juventud. Esos escritores ahora cuarentones que secuestraron la
admiración de tus alumnas y que en tu cara te dijeron que Norman Mailer les
pelaba absolutamente la verga. Hipócritas: en diez años serán igual de
pusilánimes que vos, siempre y cuando no exista un Thomas Mann o un Soljenitsin
entre ellos. De suceder tal fenómeno no leerías ni un párrafo de sus libros y
no asistirás a sus lecturas. Quizá para ellos no sea gran cosa tu opinión (no
tenés cuenta en Twitter), pero tu desprecio renacentista te hará sentir
liberado de la chusma que comparte el oxígeno con vos.
*
* *
En el departamento de Cecilia
funciona tu psicoterapia. Llevás una hora lamiendo su clítoris y sentís el
sabor ácido de la piel irritada. El condón se te cayó de nuevo. El Sildenafil
no hace efecto inmediato y ves esa piel limpia, firme, hermosa, de pechos
maravillosos y ese rostro que quisieras hacer gemir. Pero el miembro, el pene,
la verga… no se te para.
Ella te hace sexo oral, te
acaricia, pero de inmediato pasa la imagen de tu mamá entregándote sus chuletas
ahumadas y la foto de tu padre –gerente de una importadora de bicicletas- y se
te va al carajo la erección. Lloras adentro. Lloras en la vulva de Cecilia.
Lloras porque ni tu destreza para hablar de Ingmar Bergman ni tu conocimiento
acerca de los Beats o de la literatura de la Onda pueden hacer que la brillante
periodista en ciernes se vuelva loca de placer.
La borrachera del sábado. Allí
buscaste acostarte con la esposa de tu mejor amigo, que cuando estás en tus cinco
te parece una aburrida y añosa feminazi. Entonces sí estabas hold. Hoy desnudo
no tenés trucos. Te ves en el espejo: calvo, flaco de piernas, redondo de
panza, sin nalgas, con un archipiélago de pelos que llamás barba trostkista…
sólo querés morirte viendo a Cecilia –lo más hermoso que te ha pasado en años-
y querés morir viendo su hermoso rostro. Tan brillante. Tan complaciente
fingiendo orgasmos. Vos, el cunnilingüista doctorado y condescendiente.
Viene el arrullo de las olas. Los
grandes sonidos de las olas en los tsunamis. Las fotografías que dejaron tus
tontas mujeres materialistas y hoy radicales militantes de Sex & The City.
Vos, crucificado entre la universidad y la novela que alguna vez publicaste.
Vos, esperando que entre alguna joven promesa literaria y te pegue un
balazo. Un plomazo justo en medio de las
cejas y te deje su obra maestra y se lleve a tu Cecilia, tu hermosa Cecilia
faro de tu soledad. Conclusión de tus novelas fallidas y de tu erudición poco
apreciada. Tu libro sin erratas. La deliciosa estrella de tus noches de porno
en la Internet. Pero el olor de la comida que nunca devoraste y de la orina
café de tu papá moribundo es lo único que te surge adentro.
La resaca de vivir. La culpa de no
haber vivido. De no haber bebido lo suficiente.
De no haber escrito lo suficiente. De no haber sido nada. Como narrador
de esta historia me gustaría que te suicidaras lanzándote al puente del
Incienso un par de días después de haber estado con Cecilia, pero la verdad me
da pereza imaginarlo. Digamos que seguiste yendo a la Universidad hasta que te
echaron y luego moriste interno en un asilo de ancianos. Pero no: el Cáncer de
Próstata llegó a los sesenta recién cumplidos.
12 – V – 2015 Ciudad de Guatemala.
Javier Payeras |
Javier Payeras. Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado: Fondo para Disco de John Zorn (Diarios, 2013), Imágenes para un View-Master (antología de narrativa, 2013), Déjate Caer (poesía, 2012), Limbo (novela, 2011), La Resignación y la Asfixia (poesía, 2011), Post-its de luz sucia (poesía, 2009), Días Amarillos (novela, 2009), Lecturas Menores (ensayo, 2007), Afuera (novela, 2006, 2013), Ruido de Fondo (novela 2003, 2007), Soledad brother (2003, 2011, 2012, adaptación al teatro a
cargo de Luis Carlos Pineda y Josué Sotomayor, 2013), (...) y otros relatos breves (2000,2012), Raktas (2000,2013). Es antologador de Microfé: Poesía Guatemalteca
Contemporánea (2012).
Su trabajo ha sido incluido en revistas y antologías en Latinoamérica, Europa y
Estados Unidos. Escribe en el blog el intruso y en la columna de opinión «El Intruso» en el diario Siglo 21 en Guatemala.
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