Inevitable referirse a los límites que toda
antología supone, y necesario también señalar los umbrales a los que nos lleva,
las puertas que nos abre, su carácter de brújula enloquecida y certera. Todo
esto cabe y hace falta decirlo sobre esta breve antología del nuevo cuento
Centroamericano y República Dominicana.
Lo más grato, y cómo no lo va ser, es reconocer en
esta obra tantos autores y autoras en sus páginas, quienes, pese a la
cautividad geográfica de nuestros países, me son afines y amigos, no se puede
negar que las nuevas tecnologías de la comunicación son herramientas poderosas
para fines insospechados.
Siete países, (los usuales que cabría esperar más
un plus: República Dominicana) veintisiete autores y autoras, un texto por cada
uno, su ficha biobibliográfica y una breve glosa respondiendo a la tácita
pregunta ¿Qué significa escribir desde Centroamérica o desde República
Dominicana? (como se infiere en las respuestas de los insulares) componen esta
antología. Desde luego que cuatro autores por país no bastan para agotar todo
el ecosistema de la narrativa local; por supuesto que un texto por autor es
insuficiente para hacerse una idea de la obra en marcha de cada uno y de cada
una, eso es verdad de Perogrullo, y nadie le pide peras al olmo. En ese sentido,
podemos decir entonces que la breve muestra antologada más que destacar autores
o textos individualmente, sí logra mostrarnos el aliento, la motivación, las
tendencias literarias en la región, los instintos comunes e inadvertidos que
afloran coralmente a veces, convergentes, o divergentes también, esta antología
sobre todo nos permite hacernos una idea de qué le preocupa y le ocupa a la
nueva generación de narrativa, de que tradiciones está retroalimentándose y de cuáles
son sus aportes, lo suyo propio.
El resultado es interesante, si quisiéramos trazar
una frontera imaginaria, un punto epocal de referencia, digamos por ejemplo la
firma de los tratados de paz en los noventa y el proceso posterior en que
nacen, se forman y escriben los autores y autoras reseñados descubrimos con
asombro que no son una generación post-conflicto, que la formalización de las
instituciones democráticas y electorales, los armisticios y la integración
económica no son más que fachadas, los tópicos, las obsesiones si se quiere, en
particular en las narrativas de Guatemala, Honduras y El Salvador, reflejan la
herida abierta y sangrante todavía de la guerra, de las dictaduras, de los
procesos revolucionarios, de la exclusión social y la marginalidad, incluso y
sin que se tome a mal, hay relatos que si me hubiesen dicho que fueron escritos
en la década de los años ochenta (cuando recrudecía el conflicto armado e
intestinal) lo hubiera creído, pero no, fueron escritos en pleno siglo veintiuno.
Pero quizá me equivoco, a lo mejor la antología no
es eso, sino la voluntad del antologador, o incluso, de su patrocinador el
Goethe Institut. La antología aparece encabezada por el maestro Sergio Ramírez,
el polígrafo centroamericano, pero salvo su prólogo, muy referencial y
periférico, que casi nada dice sobre esta nueva narrativa salvo que reclama “universalidad”
nos parece que su papel en la selección, lectura, y ensamblaje de la obra jugó
un papel muy discreto y marginal (es que resulta evidente si contrastamos su
trabajo como antologador en las ya viejas antologías del cuento
centroamericano y nicaragüense que publicara EDUCA y la Editorial Nueva
Nicaragua) pareciera más bien que hubo un equipo y una logística tras el
proyecto bajo el aval de Ramírez, eso no tiene nada de malo, lo malo es que no
se diga. La novedad de incluir a República Dominicana es inusual pero afortunada,
qué esquiva es su literatura y su arte (que no es solo bachatas, merengues y salsas)
y qué afortunados somos de poder asomarnos a su última narrativa en esta mínima
muestra, lo que no salva de la endeble justificación de Ramírez de incluir a
ese país en la antología “por su cercanía no solo en la lengua, sino también
cultural” lo que justificará mi reproche: ¿y por qué no también Puerto Rico y
Cuba? No importa, lo bueno nunca sobra, lo malo es no decir que era exigencia
de los patrocinadores.
Pero entremos con un poco más de detalle en esta
nueva narrativa centroamericana y dominicana, refirámonos a algunos casos
concretos, destaquemos algunos textos que lo merecen, por Guatemala, “Ramiro
olvida” de Maurice Echeverría, probablemente el mejor texto de toda la muestra,
sobrecogedor, el viejo verdugo, torturador y asesino está viejo, y además está
olvidando, el texto lo relata un viejo amigo, un amigo que rescata toda la
humanidad de Ramiro, su camaradería, nos descoloca, nos repugna, el monstruo
también es gente, también es persona, que extraña joya nos regala Echeverría en
este texto.
Por Nicaragua, María del Carmen Pérez Cuadra nos
ofrece “Navidad en Managua” un texto que al igual que “El estreno” de Vanessa
Núñez Handal por Guatemala tienen un gusto conocido; en ambos casos me
recordaron un texto de Salarrué, “Noche buena” de sus inmortales “Cuentos de
barro”, la restauración de la justicia en uno y su imposibilidad en el otro, la
niñez centroamericana, su inocencia llena de carencias y lombrices, moribunda
de diarreas y de sueños engendrará su mara, su militar, su político, pero al
menos esta vez el nudo en la garganta, dos textos que nos recuerdan que en
nuestra América Central lo único que cambia es el clima.
En un espacio para la polémica, por El Salvador, Alberto
Pocasangre y su texto “Tiras de carne” que el poeta Juan Carlos Olivas,
considera un “burdo plagio” del cuento de Julio Ramón Riveyro “Los gallinazos
sin plumas” y es que las similitudes entre ambos textos son abrumadoras, no
podría creer que al maestro Ramírez se le pasara esto, pero pese a todo, el
texto de Pocasangre me gusta más que el de Riveyro, y es que la marginalidad no
puede ser original, siempre engendra igual dolor en todo tiempo y en todo
lugar.
Por Costa Rica Carla Pravisani (posiblemente la más
andariega y cosmopolita de la muestra) sobresale por su texto “Locaciones” tan
hábilmente ejecutada como crónica de viaje, hasta San Pedro Sula (mi ciudad
favorita en Centro América) y con una sutil contención narrativa sabe poner los
puntos en las íes y resuelve un texto que es paradigma de la institucionalidad
y el clientelismo político en nuestra región.
Y cerrando, por Panamá, Carlos Oriel Wynter Melo y
su texto “El hambre del hombre” una delicia de texto, con unos guiños y un
manejo del doble sentido y la picardía que hacen de su texto un delicatesen.
Buena sorpresa depara la narrativa centroamericana
de la última generación, tan marginal como les gusta a otros vernos, pero nunca
nos ha molestado mostrarnos tal cual somos, universales siempre.
Germán Hernández.
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