Adquirimos por recomendación (que es una mediación) en la pasada Feria
del Libro el tomo de poesía “El arca de Noe” segunda entrega de Michael A.
Barrantes. Al principio el título me insinuaba (atenido a la referencia bíblica)
un bestiario, pero nada de eso; que el título no nos desubique ni nos detenga.
Abre el autor con un prólogo, o más bien una advertencia al lector
donde expresa su deseo “de crear un
vínculo directo con la gente, sin intermediarios” (pág. 5). Extraña
búsqueda ésta, pues la primera mediación es precisamente la del autor, pues el
vínculo es entre el lector y el texto, la segunda mediación es el prólogo, el
libro mismo como objeto, su portada, la generosa contraportada del amigo
Antonio Jiménez Paz, y luego entre el texto y el lector encontramos otras
mediaciones inevitables: la experiencia, la vivencia, intereses, sentimientos y
deseos del propio lector; lo que pretende el autor sencillamente es imposible e
ingenuo. Más parece una inmunización, “creo
que es una osadía que alguien más te diga lo que considera relevante de una
obra para guiarte por ella, sin que vos tengas el primer contacto aún” (pág.
5). Eso sí va a estar difícil, porque el libro ya es “público” y ese
aislamiento, esa asepsia que quisiera el autor también es imposible.
Estorbosa la majadería de este prólogo que encabeza a el poemario,
puede el lector prescindir de esa mediación. O bien, asumirla como un subtexto
que destaca (para alivio de todos los miembros del reino animal) que Michael A.
Barrantes no es un espíritu puro y caga (con un dubitativo “si” y no con un
afirmativo sí). Lo cual reiterará en ocho ocasiones a lo largo del poemario
(págs. 5, 19, 25, 30, 38, 41)
¿Por qué “el poeta” como se autodefine la voz que leemos en estos
poemas reclama un contacto directo y sin mediaciones con la gente, si al final
solo parecen haber dos tipos de lectores para sus poemas: “viejillas beatas”
para asustar y “compinches” para hacer guiños cómplices? La autoreferencialidad
del “poeta” en este poemario es tan recalcitrantrante como el bucolismo
intimista del trascendentalismo, ¿cuándo entenderán los poetas que a los
lectores nos importa muy poco saber cuáles son sus parafilias, músicos y
escritores favoritos? Al final, (sin quererlo quizá) se impone ese omnipresente
Yo, Yo, Yo, Yo, donde más parece que el poeta es el único que caga, el único
que coje, el único que se droga, el único que odia, el único que ama, inclusive
el ¡único que sufre!, con esa auto conmiseración (que es un clisé) de
“pobrecito poeta”:
“Está muy claro
que Dios no disfruta tanto
como cuando ve
que se despichó un poeta ateo.”
(Fuerzas naturales. Pág. 17)
“Ninguno de estos oficios cuenta
la maldita soledad de escribir”
(Oficios. Pág. 32)
“No conocés un carajo lo que es
la soledad
Peor aún,
si no dedicás tres horas
a un poema
que no la hará regresar.”
(Críticas de un don nadie. Pág. 33)
Pero nadie publica en su muro
“Se necesita poeta”
(Verdades facebookianas II. Pag.35)
Y adelanto, para que no se me tome como moralina, que en nada me
molesta el lenguaje soez en la literatura, ni en este poemario, sino lo mal
aprovechado que está. Y dado que estoy en una situación intermedia, pues no soy
una viejita beata a quien asustar, y tampoco compinche del poeta, me quedo a
medio camino con un texto que no me dice mucho, y solo muestran al típico poeta
iracundo, iconoclasta, con pretensiones infernales y malditas que ama a Sabina
y odia Arjona, que ama Bukousky y odia a Cohelo, que por leer a Cortázar y
darse cuenta que existe el Jazz se siente un Galileo cuando descubrió las lunas
de Saturno. Este poeta que se muestra en este poemario es un clisé, y por eso
nos aburre. No más leídos los primeros diez poemas y ya sabemos de qué van los
cincuenta restantes.
Como bien decía mi abuela con su extensa sabiduría “no necesitas
comerte la pizza entera para saber que es mala, basta que pruebes una tajada”.
Aunque eso sería una injusticia, pese a las carencias del poemario, a sus
escasos recursos plásticos, de repente nos encontramos atisbos de una
subjetividad autoreflexiva capaz de entusiasmarnos, muy escasa eso sí, espontánea
e inadvertida posiblemente hasta para el mismo poeta, pero que evidencia que es
capaz de superar su endógena fórmula de poetizar y traspasar su imagen
reflejada en el espejo en poemas como “Heterocromía” pág.18:
“No podía olvidar la octogenaria
voz
de la animadora de Legrillón,
invitaba a deleitarse con los
encantos
de la fenomenal Brenda o la
espectacular Michelle
Entró a ese mercado
de tetas, culos y vaginas
como cualquier consumidor,
hasta que vio a Marcela,
la menos cotizada del establo
Tenía un ojo gris y otro verde
Una vez escondido el celular,
la billetera y el reloj,
probó a Marce
Pudo ver que por su ojo gris
caía una lágrima de asco
y por el verde una de amor.”
Poema vibrante, que nos cierra con una sacudida de ternura. Pero con el
resto del poemario: ¿Dónde quedó el sarcasmo, el doble sentido, la ironía, la
picardía, lo carnavalesco? Es lo que falta a estos poemas que parecen a veces
transcripciones literales de las ocurrencias de cantina (que pueden ser
geniales también (pero aquí no) si se les tratara con dignidad literaria y
artística) y mientras el autor es fiel y rígido con su molde. Veamos estos dos
ejemplos:
“Odiabas que me gustara jugar con
tierra,
andar descalzo, masturbarme en la
sala
o comer un sándwich mientras
cagaba
No tolerabas que embarrar mocos
en la pared,
que usara como bacenilla la olla
de presión
o que en ausencia de papel
higiénico
acudiera a las cortinas
Toleré tus reclamos con actitud
estoica
pero tuve que dejarte
después de la rabieta que hiciste
mientras cogíamos
solo porque traté de cagar en tu
pecho.”
(Tolerancia. Pág. 19)
“Insistí en que me llamaras papi,
era apropiado. No se refería a un tema paternal ni de ego. Por tres días tus
lágrimas y maldiciones dieron en el clavo del motivo de mi insistencia en ese
particular apodo. Era para recordarte que te pasé el papiloma. (Papi. Pág.
40)”
Michael A. Barrantes |
La fórmula es sencilla, la descripción de eventos cotidianos, el “Yo”
omnipresente y su incapacidad de empatía y reconocimiento de la otredad, no
comparte, alardea, y luego el cierre buscando un efecto que golpee, que sea chocante,
la misma fórmula repetida incansablemente se debilita en el conjunto del
poemario, cuando ya el lector sabe de antemano lo que va a pasar.
En resumen, formalmente “El arca de Noe” tiene problemas de edición, la
estructura de los poemas es plana, fácil de intuir y reiterativa, el autor
exhibe pocos recursos literarios por lo que desaprovecha los materiales para
poetizar, el tratamiento de lo soez está manejado de manera coloquial, algo que
ya se hizo hace mucho y no representa la menor novedad. En cuanto a recepción
ya hemos dicho que estos desgarramientos de “poeta maldito” no nos impresionan
y más bien nos aburren. No logra esta obra salir de las cómodas circunstancias
en que se escribe y el círculo en que se divulga, no da para un escándalo
mediático, ni llamará la atención de las autoridades del Santo Oficio.
Germán Hernández
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