Alfaro
para cacique
Los dos hombres esperaron en la antesala de la oficina del Presidente sin
mirarse y sin conversar. Uno de ellos sostenía el maletín ejecutivo defensivamente
sobre el regazo. El otro paseaba de un
lado a otro, gastando sus finos zapatos de cuero sobre la gruesa alfombra
gubernamental. El miedo no era un estado normal para ellos: los representantes
de su firma de asesoría se reunían con ministros y diputados diariamente. Vestían trajes finos, explicaban con soltura sus presentaciones
digitales, entregaban reportes confidenciales en archivos cifrados. Los mismos Duque & Quirós rara vez
asistían a una reunión y jamás lo hacían los dos al mismo tiempo. Excepto esta vez, para el Presidente.
La eficiente Secretaria Ejecutiva que
trabajaba en una esquina no les mostró ninguna compasión. Notó la discreta luz
verde en su intercomunicador y les informó que el Presidente los vería
ahora. Si detectó la mirada de pánico
que pasó entre los dos hombres, no fue suficiente para hacer mella en su
indiferencia oficial. Ya estaba
trabajando de nuevo cuando entraron a la oficina.
Leonel Alfaro tal vez no iba a ser un
gran Presidente, pero por lo menos era entusiasta. Había ganado las elecciones por un ligero
margen porque era el candidato menos abiertamente corrupto. Sus ambiciones eran más del estilo de la
autopromoción descarada: Alfaro veía la presidencia de un pequeño país como el
primer paso para una carrera en organismos internacionales y fondos mundiales
de comercio. No le daba vergüenza ser un
mojado con credenciales. Pero sus planes
a futuro dependían de hacer un trabajo pasable por cuatro años, de modo que conducía
todos sus asuntos bajo el lema super optimista de: “Para unirse al primer mundo
hay que dar el primer paso”.
Había convocado la reunión de esta noche
para comprender, en los números claros y confiables de Duque & Quirós, por
qué ninguno de sus programas de renovación social y reestructuración económica
había logrado despegar en casi ocho meses de mandato.
-Hicimos un segundo estudio –reportó
Duque– sin costo para la Presidencia, para comprender por qué los conceptos de
la campaña no están calando.
Alfaro jugó con su lapicero sobre un
escritorio casi completamente despejado.
Le gustaba decir que no era ordenado, si no que tenía la mente
brutalmente clara.
-Se me ocurren dos cosas –dijo– Que la
gente no entiende la idea o que no les importa suficiente su comunidad.
Duque y Quirós se miraron.
-Nuestros investigadores descubrieron
que la población está casi obsesionada con la limpieza y la decoración de sus
casas, -dijo Duque- En todas las casas que visitaron el piso estaba siempre
pulido a la perfección y todo se mantenía en su lugar. De hecho, la cera para pisos es con mucho el
producto de limpieza más vendido en las zonas urbanas.
-Pero usted tiene razón en cuanto a la
comunidad –dijo Quirós– Nuestro estudio muestra que la gente no incluye a sus
vecinos en el concepto de comunidad.
Alfaro lo miró con la expresión inteligente
y capaz que tenía en todas sus fotos de campaña.
-¿Cómo que no incluyen a los vecinos en
la comunidad?
-Piensan en su familia extendida, no
importa dónde vivan pero, de la puerta para afuera, la calle es tierra de nadie
–dijo Duque.
-Literalmente –agregó Quirós.
-Tenemos que empezar por ahí, entonces
–dijo Alfaro– ¿Qué puede hacer la Presidencia
para cambiar eso?
Quirós y Duque cayeron en un silencio
profundo.
-La cosa es que tampoco creen en la
Presidencia –dijo Quirós luego de varios segundos.
Alfaro detuvo la mano sobre el
escritorio.
-¿Cómo así?
-No creen que el Presidente esté
relacionado con el país: lo ven como una persona corrupta que le ganó a otras
personas corruptas para montar un desfalco por cuatro años.
-Muchos sienten que la vida sigue igual
sin importar quién gane las elecciones –agregó Duque servicialmente.
Alfaro tuvo que asentir. La verdad, dado el historial de sus
antecesores, no podía decir que la gente estuviera equivocada.
-Con razón ninguno paga impuestos, -dijo
con una sonrisa, pero luego se le ocurrió algo, -¡Pero igual la mayoría votó
por mi!
Duque y Quirón asintieron juntos.
-La mayoría de los que votaron, pero eso
fue solo el cuarenta y ocho por ciento del electorado. Y creemos que ellos votaron… ejém… no por el
candidato, sino por el partido por el que la familia ha votado
tradicionalmente. Votaron por costumbre.
Alfaro se sentó más derecho en su silla.
-Entonces soy Presidente de la mitad del
país y eso solo por inercia.
Los dos hombres permanecieron inmóviles. Alfaro miró de uno a otro con creciente
alarma.
-Con respecto al país –dijo Duque–
ochenta por ciento de los entrevistados no reconoce ninguna de las estatuas de
héroes de la patria y un número similar cree que el dinero para obras públicas
que se recauda nunca es utilizado en ninguna parte. Quince por ciento sospecha que los botones de
los pasos peatonales no están conectados a nada. Un cincuenta por ciento dice
que no iría a la guerra por el país porque el país no ha hecho nada por
ellos. Noventa y cuatro por ciento dice
que su mayor problema es el crimen y que considerarían armarse para defender a
su familia porque no creen que nadie vaya a venir a protegerlos si llaman a la
policía.
Con esto Duque & Quirós se sintieron
incapaces de completar el reporte y Alfaro tuvo que llegar a la conclusión por
su cuenta.
-¿La gente no cree en el país? ¿Soy Presidente de un montón de familias
sueltas?
Quirós se aclaró la garganta antes de
hablar.
-Pensamos que el término clanes es más
apropiado.
El Presidente aceptó el delgado
documento que le dieron y le dio la mano a cada uno de ellos. No mencionó si volvería a utilizar sus
servicios y ni Duque ni Quirós se atrevieron a preguntar directamente mientras
los escoltaba de regreso a la puerta.
El Presidente llevó el reporte consigo
cuando subió al auto oficial camino a su casa.
Era de noche, pero el tránsito seguía siendo infernal. Probablemente, bromeó su chofer, era gente
que había quedado atrapada en la presa del almuerzo y hasta ahora lograba
avanzar. Alfaro no logró encontrar el
humor en la broma. Estaba mirando hacia
atrás, a la hilera de taxis y autos privados que seguían a su escolta policial
para saltarse las líneas del tránsito.
Impulsivamente, tomó su teléfono y, con
una llamada, se deshizo de los policías motorizados, lo que atrajo una mirada
infeliz de parte del chofer, no tanto porque se preocupara por la seguridad de
su Presidente, se dijo Alfaro, si no porque acababa de triplicar su tiempo de
viaje a través de la ciudad. En efecto,
no bien desaparecieron la motocicletas el auto se vio al final de una larga
fila en un semáforo. Alfaro vio a través
de vidrio blindado cómo otro auto pasaba la fila de largo y se detenía
tranquilamente justo bajo el semáforo, esperando el cambio para pasar primero,
triunfal en su demostración de fuerza.
Otros conductores comenzaron a buscar sus propias soluciones, saliendo a
como pudieran de la fila y armando, entre gritos, insultos y bocinazos, una
especie de choque en cámara lenta.
Y desde su asiento trasero el Presidente
comprendió: los autos eran modelos recientes, importados, pero para las
personas tras los volantes representaban simplemente una versión más imponente
y llamativa de los camellos, caballos o elefantes de sus ancestros. En la forzada proximidad vial, pudo
fácilmente imaginar que en cualquier momento iban salir las lanzas, los machetes y las
cimitarras.
En la esquina, los resistentes basureros
triples de metal que habían instalado para reciclar habían desaparecido,
reciclados sin duda por las pandillas de la comunidad. La gente, obediente, había seguido botando la
basura en el mismo punto, conmemorando su ausencia. A la vuelta de la esquina, la calle estaba
bordeada de verjas ornamentales, murallas coronadas de alambres barbados y
portones cerrados, todos protegiendo fortalezas particulares coronadas de
antenas parabólicas, que despedían los destellos amenazantes de los televisores
y pantallas de video en su interior.
Frente a un muro marcado de coloridos
signos territoriales, una pequeña manada de
adolescentes con pañuelos en la cabeza y zapatos espaciales pasaba el
tiempo conversando en sus celulares. Un
perro amarillo pintado en la pared les hacía compañía, mostrando dientes como
cuchillas. Sus ojos parecieron encontrar
los del Presidente en su auto… y Alfaro comprendió.
Al día siguiente no fue a la oficina. Su
secretaria le explicó a los ministros y diputados que quisieron verlo que el Presidente
sentía que no valía la pena perder tiempo en el tránsito y que pensaba trabajar
desde su casa. El rumor corrió como
pólvora y para el final de la semana los trabajadores de varias empresas
comenzaron a hacer lo mismo. Si el
mismísimo Presidente no se atrevía a tirarse a la calle, ¿por qué debían
hacerlo ellos?
Cuando las compañías se quejaron, Alfaro
dijo que él estaba del lado de los trabajadores, siempre y cuando se encontrara
un sistema de comunicación apropiado para conducir negocios desde residencias
familiares. Cuatro sistemas
revolucionarios fueron patentados antes de que pasaran tres meses.
Poco después, Alfaro comenzó una discreta
obra de construcción sobre el techo de su casa.
Al preguntarle un periodista desde la tapia, Alfaro le respondido a
gritos desde el techo que estaba construyendo otro patio.
–¿Un patio?
–Di sí, es mi techo –dijo el Presidente defensivamente–
no pueden cobrarme mas impuestos si no toco el piso.
Y en efecto, poco a poco los vecinos y
los curiosos reunidos afuera de la casa vieron aparecer sobre el amplio tejado caminos
de grava, bancos de coloridas flores y hasta dos árboles pequeños, entre los
que Alfaro colgó una hamaca. De hecho,
notando la cobertura de medios, el Presidente comenzó a aprovechar las
oportunidades para anunciar su propia empresa de patios encimados, vendiendo a
un precio “ejecutivo” las tarimas especiales para sembrar y ofreciendo paquetes
con diseño de jardines. Pero el negocio
no pegó: a la gente le pareció genial la idea de multiplicar su espacio
disponible, pero se las arreglaron con tarimas hechas de materiales de desecho
porque nadie quería pagar tarifas profesionales. Al poco tiempo los suburbios eran una
verdadera babilonia de gente en el techo sembrando sus vegetales, haciendo
carne asada, subiendo la mecedora de la abuela y dejando a la vieja olvidada arriba
todo el día o durmiendo la siesta dominguera en sus propias hamacas ejecutivas.
Grupos de jóvenes podían verse peinando
las calles en busca de materiales de desecho, que al poco comenzaron a aparecer
en ventas más o menos formales.
Tal vez fue el robo descarado de su idea
lo que hizo que Alfaro perdiera su relación amistosa con su gente y con la
prensa. Tal vez fue un incidente con una
familia de curiosos afuera de su casa, a los que Alfaro pescó dejando caer
envoltorios de comida barata en la acera.
El Presidente montó en cólera y, tomando una escoba, corrió a los
insolentes a golpes, gritándoles que fueran a ensuciar sus propias aceras y que
no fueran tan caraepichas de venir a tirarle su basura a él. El video –en cámara subjetiva y con el audio
sin editar—salió en todas las cadenas de televisión al medio tiempo del partido
de la noche y antes del final del juego ya estaba en YouTube. La gente se reía, pero todos concordaban en
que Alfaro no tenía por qué aguantar que nadie le fuera a botar la basura al
frente de la casa y muchos admiraron su destreza con la escoba.
Muchas personas sacaron sus escobas a la
mañana siguiente y barrieron para darle su apoyo al Presidente loco que se
habían echado encima. Las mujeres en los
suburbios siempre habían sido muy diligentes, barriendo el frente de sus cosas
todas las mañanas, pero ahora se les unieron los dueños de negocios en el
centro y todos los hombres con ira reprimida que buscaban una excusa para volarle
un escobazo a alguien.
Al principio, mirando la televisión en
sus oficinas, Quirós y Duque admiraron la locura concertada del Presidente,
pero a los pocos meses comenzaron a preguntarse si la genialidad inicial no
habría sido accidental. Alfaro parecía
haber perdido todo interés en gobernar lo ingobernable. Frente a los problemas administrativos
cotidianos, decidió que cada municipalidad debería funcionar como una empresa
privada, con sus funcionarios respondiendo a una junta directiva conformada por
el electorado local. Así fue como Duque
dejó la agencia, aceptando la oferta de gobernar su distrito y la oportunidad
de hacer rentable un negocio mucho mayor que el suyo.
Quirós, ahora que no tenía que pagar
oficinas porque nadie venía físicamente a trabajar, contrató más empleados
remotos, que enviaba como asesores, también virtuales, a otros países. Le fue bien y comenzó a ahorrar para el
colapso inminente. Todos los días aparecía un editorial en pánico en el
periódico insistiendo en que Alfaro estaba arrastrando al país del borde de la
industrialización de regreso al tercermundismo: los edificios de oficinas
estaban dando paso a restaurantes y salones de baile, la mitad del país se
enriquecía vendiendo gansos de cerámica, móviles y decoraciones para jardines
encimados, muchos vecinos se hicieron guías de turismo y comenzaron a pasar el
día paseando gringos por los techos de la ciudad. Otras personas estaban convirtiendo los
antiguos estacionamientos en huertas, porque así pagaban menos por la comida.
La única ley que promulgó el Presidente
salió como un pie de un resumen legislativo: una enmienda constitucional
declaraba que la corrupción sería ahora considerada traición a la patria y que
la pena sería la pérdida de todos los bienes y un viaje gratis a la frontera.
Sólo los pescadores empobrecidos de los pueblos costeros notaron las
consecuencias, cuando se les comenzó a pagar generosamente para que remolcaran
pangas al límite de las aguas internacionales y las dejaran a la deriva, con
sus pasajeros bien vestidos llorando con sus corbatas al viento y sus zapatos
de tacón en la mano.
Sólo los tramposos más astutos
sobrevivieron. Bajo la nueva
administración municipal, comenzaron a pagar por cualquier idea ajena que los
hiciera quedar bien en los reportes semestrales a sus comunidades: de pronto un
número de burócratas redonditos comenzaron a tener inspiraciones brillantes
para celdas fotoeléctricas que bajaban el costo de la energía, o programas
avanzados que se vendían en el extranjero por barbaridades de plata.
El público casi se olvidó de Alfaro:
parecía que todo el mundo estaba ocupado en su propia loquera, así que Quirós
estuvo honestamente sorprendido cuando el Presidente apareció en forma de
holograma en la sala de su casa.
- Ya es hora de que comencemos a
trabajar en mi estrategia para las Naciones Unidas –le dijo.
-¿Seguro que no quiere quedarse para
otro período? –respondió Quirós irónicamente– a como va la cosa, si no lo
cuelgan lo nombran emperador.
Alfaro apenas sonrió.
-Más razón para ir buscando la salida
–dijo.
-¿Y nos olvidamos de dar un paso para el
primer mundo?
La sonrisa del Presidente se amplió
ligeramente.
-No estábamos listos para el primer
mundo.
-Así que nos lo saltamos –dijo Quirós.
Alfaro rió, viéndose tan optimista y
seguro como en sus afiches de campaña.
-Usted y yo nos entendemos.
Quirós estuvo de acuerdo. Pero meses después, cuando el avión despegó
del aeropuerto que conocía tan bien y pudo mirar hacia abajo, comprendió que en
realidad no había ni comenzado a adivinar la magnitud de la visión del
Presidente. Bajo sus pies, la tierra se
extendía verde: la ciudad capital se había vuelto casi invisible desde el
aire. Nuevos caminos irradiaban desde el
centro discreto hacia las pequeñas comunidades a su alrededor. Era un mundo rediseñado y Quirós se volteó
para comentarlo con Alfaro, pero el Presidente miraba hacia delante, absorto en
visiones que sólo él podía imaginar.
Jessica Clark.
1969. Ha escrito profesionalmente para agencias de publicidad, programas de
televisión y la Embajada de Costa Rica en Washington, DC.
Tiene una Maestría en Literatura Inglesa
pero prefiere leer libros con colores primarios en la portada. Sus
principales influencias son los cómics, la música de los 80 y series de
televisión muy, muy viejas. Ha publicado la novela Telémaco
(ciencia-ficción), la novela corta paranormal Diagonal y el libro de cuentos
Los Salvajes. Un gran número de sus cuentos ha sido publicado en
colecciones dentro y fuera de Costa Rica. Sus temas principales son
ciencia, historia y lo paranormal.
También, su trabajo ha sido recogido en Cuentos del Paraíso Desconocido. España
2008. En Historias de nunca acabar,
Antología del nuevo cuento costarricense. 2009. En la Antología Posibles Futuros, Cuentos de ciencia ficción, EUNED.
2009.
Tradujo al inglés y publicó en Kindle a Telémaco
con el título Sleeper Nine y su
continuación Loaded Nine, bajo el seudónimo
de Tessa MacCord, resta para completar su Betrayer
Saga la tercera entrega en la que actualmente trabaja.
Visite el sitio web de la Autora: http://jessica.bocamonte.cr/
Descargue la Versión en PDF: Alfaro para cacique
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