20/7/12

Jessica Clark - Alfaro para cacique




Alfaro para cacique

Los dos hombres esperaron en la antesala de la oficina del Presidente sin mirarse y sin conversar. Uno de ellos sostenía el maletín ejecutivo defensivamente sobre el regazo.  El otro paseaba de un lado a otro, gastando sus finos zapatos de cuero sobre la gruesa alfombra gubernamental. El miedo no era un estado normal para ellos: los representantes de su firma de asesoría se reunían con ministros y diputados diariamente.  Vestían trajes finos,  explicaban con soltura sus presentaciones digitales, entregaban reportes confidenciales en archivos cifrados.  Los mismos Duque & Quirós rara vez asistían a una reunión y jamás lo hacían los dos al mismo tiempo.  Excepto esta vez, para el Presidente.

La eficiente Secretaria Ejecutiva que trabajaba en una esquina no les mostró ninguna compasión. Notó la discreta luz verde en su intercomunicador y les informó que el Presidente los vería ahora.  Si detectó la mirada de pánico que pasó entre los dos hombres, no fue suficiente para hacer mella en su indiferencia oficial.  Ya estaba trabajando de nuevo cuando entraron a la oficina.


Leonel Alfaro tal vez no iba a ser un gran Presidente, pero por lo menos era entusiasta.  Había ganado las elecciones por un ligero margen porque era el candidato menos abiertamente corrupto.  Sus ambiciones eran más del estilo de la autopromoción descarada: Alfaro veía la presidencia de un pequeño país como el primer paso para una carrera en organismos internacionales y fondos mundiales de comercio.  No le daba vergüenza ser un mojado con credenciales.  Pero sus planes a futuro dependían de hacer un trabajo pasable por cuatro años, de modo que conducía todos sus asuntos bajo el lema super optimista de: “Para unirse al primer mundo hay que dar el primer paso”.

Había convocado la reunión de esta noche para comprender, en los números claros y confiables de Duque & Quirós, por qué ninguno de sus programas de renovación social y reestructuración económica había logrado despegar en casi ocho meses de mandato.

-Hicimos un segundo estudio –reportó Duque– sin costo para la Presidencia, para comprender por qué los conceptos de la campaña no están calando.

Alfaro jugó con su lapicero sobre un escritorio casi completamente despejado.  Le gustaba decir que no era ordenado, si no que tenía la mente brutalmente clara.

-Se me ocurren dos cosas –dijo– Que la gente no entiende la idea o que no les importa suficiente su comunidad.

Duque y Quirós se miraron.

-Nuestros investigadores descubrieron que la población está casi obsesionada con la limpieza y la decoración de sus casas, -dijo Duque- En todas las casas que visitaron el piso estaba siempre pulido a la perfección y todo se mantenía en su lugar.  De hecho, la cera para pisos es con mucho el producto de limpieza más vendido en las zonas urbanas.

-Pero usted tiene razón en cuanto a la comunidad –dijo Quirós– Nuestro estudio muestra que la gente no incluye a sus vecinos en el concepto de comunidad.

Alfaro lo miró con la expresión inteligente y capaz que tenía en todas sus fotos de campaña.

-¿Cómo que no incluyen a los vecinos en la comunidad?

-Piensan en su familia extendida, no importa dónde vivan pero, de la puerta para afuera, la calle es tierra de nadie –dijo Duque.

-Literalmente –agregó Quirós.

-Tenemos que empezar por ahí, entonces –dijo Alfaro–  ¿Qué puede hacer la Presidencia para cambiar eso?

Quirós y Duque cayeron en un silencio profundo.

-La cosa es que tampoco creen en la Presidencia –dijo Quirós luego de varios segundos.

Alfaro detuvo la mano sobre el escritorio.

-¿Cómo así?

-No creen que el Presidente esté relacionado con el país: lo ven como una persona corrupta que le ganó a otras personas corruptas para montar un desfalco por cuatro años.

-Muchos sienten que la vida sigue igual sin importar quién gane las elecciones –agregó Duque servicialmente.

Alfaro tuvo que asentir.  La verdad, dado el historial de sus antecesores, no podía decir que la gente estuviera equivocada.

-Con razón ninguno paga impuestos, -dijo con una sonrisa, pero luego se le ocurrió algo, -¡Pero igual la mayoría votó por mi!

Duque y Quirón asintieron juntos.

-La mayoría de los que votaron, pero eso fue solo el cuarenta y ocho por ciento del electorado.  Y creemos que ellos votaron… ejém… no por el candidato, sino por el partido por el que la familia ha votado tradicionalmente.  Votaron por costumbre.

Alfaro se sentó más derecho en su silla.

-Entonces soy Presidente de la mitad del país y eso solo por inercia.

Los dos hombres permanecieron inmóviles.  Alfaro miró de uno a otro con creciente alarma.

-Con respecto al país –dijo Duque– ochenta por ciento de los entrevistados no reconoce ninguna de las estatuas de héroes de la patria y un número similar cree que el dinero para obras públicas que se recauda nunca es utilizado en ninguna parte.  Quince por ciento sospecha que los botones de los pasos peatonales no están conectados a nada. Un cincuenta por ciento dice que no iría a la guerra por el país porque el país no ha hecho nada por ellos.  Noventa y cuatro por ciento dice que su mayor problema es el crimen y que considerarían armarse para defender a su familia porque no creen que nadie vaya a venir a protegerlos si llaman a la policía.

Con esto Duque & Quirós se sintieron incapaces de completar el reporte y Alfaro tuvo que llegar a la conclusión por su cuenta.

-¿La gente no cree en el país?  ¿Soy Presidente de un montón de familias sueltas?

Quirós se aclaró la garganta antes de hablar.

-Pensamos que el término clanes es más apropiado.

El Presidente aceptó el delgado documento que le dieron y le dio la mano a cada uno de ellos.  No mencionó si volvería a utilizar sus servicios y ni Duque ni Quirós se atrevieron a preguntar directamente mientras los escoltaba de regreso a la puerta.

El Presidente llevó el reporte consigo cuando subió al auto oficial camino a su casa.  Era de noche, pero el tránsito seguía siendo infernal.  Probablemente, bromeó su chofer, era gente que había quedado atrapada en la presa del almuerzo y hasta ahora lograba avanzar.  Alfaro no logró encontrar el humor en la broma.  Estaba mirando hacia atrás, a la hilera de taxis y autos privados que seguían a su escolta policial para saltarse las líneas del tránsito.

Impulsivamente, tomó su teléfono y, con una llamada, se deshizo de los policías motorizados, lo que atrajo una mirada infeliz de parte del chofer, no tanto porque se preocupara por la seguridad de su Presidente, se dijo Alfaro, si no porque acababa de triplicar su tiempo de viaje a través de la ciudad.  En efecto, no bien desaparecieron la motocicletas el auto se vio al final de una larga fila en un semáforo.  Alfaro vio a través de vidrio blindado cómo otro auto pasaba la fila de largo y se detenía tranquilamente justo bajo el semáforo, esperando el cambio para pasar primero, triunfal en su demostración de fuerza.  Otros conductores comenzaron a buscar sus propias soluciones, saliendo a como pudieran de la fila y armando, entre gritos, insultos y bocinazos, una especie de choque en cámara lenta.
 
Y desde su asiento trasero el Presidente comprendió: los autos eran modelos recientes, importados, pero para las personas tras los volantes representaban simplemente una versión más imponente y llamativa de los camellos, caballos o elefantes de sus ancestros.  En la forzada proximidad vial, pudo fácilmente imaginar que en cualquier momento iban  salir las lanzas, los machetes y las cimitarras.

En la esquina, los resistentes basureros triples de metal que habían instalado para reciclar habían desaparecido, reciclados sin duda por las pandillas de la comunidad.  La gente, obediente, había seguido botando la basura en el mismo punto, conmemorando su ausencia.  A la vuelta de la esquina, la calle estaba bordeada de verjas ornamentales, murallas coronadas de alambres barbados y portones cerrados, todos protegiendo fortalezas particulares coronadas de antenas parabólicas, que despedían los destellos amenazantes de los televisores y pantallas de video en su interior.
 
Frente a un muro marcado de coloridos signos territoriales, una pequeña manada de  adolescentes con pañuelos en la cabeza y zapatos espaciales pasaba el tiempo conversando en sus celulares.  Un perro amarillo pintado en la pared les hacía compañía, mostrando dientes como cuchillas.  Sus ojos parecieron encontrar los del Presidente en su auto… y Alfaro comprendió.


Al día siguiente no fue a la oficina. Su secretaria le explicó a los ministros y diputados que quisieron verlo que el Presidente sentía que no valía la pena perder tiempo en el tránsito y que pensaba trabajar desde su casa.  El rumor corrió como pólvora y para el final de la semana los trabajadores de varias empresas comenzaron a hacer lo mismo.  Si el mismísimo Presidente no se atrevía a tirarse a la calle, ¿por qué debían hacerlo ellos?
 
Cuando las compañías se quejaron, Alfaro dijo que él estaba del lado de los trabajadores, siempre y cuando se encontrara un sistema de comunicación apropiado para conducir negocios desde residencias familiares.  Cuatro sistemas revolucionarios fueron patentados antes de que pasaran tres meses.

Poco después, Alfaro comenzó una discreta obra de construcción sobre el techo de su casa.  Al preguntarle un periodista desde la tapia, Alfaro le respondido a gritos desde el techo que estaba construyendo otro patio.

–¿Un patio?

–Di sí, es mi techo –dijo el Presidente defensivamente– no pueden cobrarme mas impuestos si no toco el piso.

Y en efecto, poco a poco los vecinos y los curiosos reunidos afuera de la casa vieron aparecer sobre el amplio tejado caminos de grava, bancos de coloridas flores y hasta dos árboles pequeños, entre los que Alfaro colgó una hamaca.  De hecho, notando la cobertura de medios, el Presidente comenzó a aprovechar las oportunidades para anunciar su propia empresa de patios encimados, vendiendo a un precio “ejecutivo” las tarimas especiales para sembrar y ofreciendo paquetes con diseño de jardines.  Pero el negocio no pegó: a la gente le pareció genial la idea de multiplicar su espacio disponible, pero se las arreglaron con tarimas hechas de materiales de desecho porque nadie quería pagar tarifas profesionales.  Al poco tiempo los suburbios eran una verdadera babilonia de gente en el techo sembrando sus vegetales, haciendo carne asada, subiendo la mecedora de la abuela y dejando a la vieja olvidada arriba todo el día o durmiendo la siesta dominguera en sus propias hamacas ejecutivas.
 
Grupos de jóvenes podían verse peinando las calles en busca de materiales de desecho, que al poco comenzaron a aparecer en ventas más o menos formales.

Tal vez fue el robo descarado de su idea lo que hizo que Alfaro perdiera su relación amistosa con su gente y con la prensa.  Tal vez fue un incidente con una familia de curiosos afuera de su casa, a los que Alfaro pescó dejando caer envoltorios de comida barata en la acera.  El Presidente montó en cólera y, tomando una escoba, corrió a los insolentes a golpes, gritándoles que fueran a ensuciar sus propias aceras y que no fueran tan caraepichas de venir a tirarle su basura a él.  El video –en cámara subjetiva y con el audio sin editar—salió en todas las cadenas de televisión al medio tiempo del partido de la noche y antes del final del juego ya estaba en YouTube.  La gente se reía, pero todos concordaban en que Alfaro no tenía por qué aguantar que nadie le fuera a botar la basura al frente de la casa y muchos admiraron su destreza con la escoba.

Muchas personas sacaron sus escobas a la mañana siguiente y barrieron para darle su apoyo al Presidente loco que se habían echado encima.  Las mujeres en los suburbios siempre habían sido muy diligentes, barriendo el frente de sus cosas todas las mañanas, pero ahora se les unieron los dueños de negocios en el centro y todos los hombres con ira reprimida que buscaban una excusa para volarle un escobazo a alguien.


Al principio, mirando la televisión en sus oficinas, Quirós y Duque admiraron la locura concertada del Presidente, pero a los pocos meses comenzaron a preguntarse si la genialidad inicial no habría sido accidental.  Alfaro parecía haber perdido todo interés en gobernar lo ingobernable.  Frente a los problemas administrativos cotidianos, decidió que cada municipalidad debería funcionar como una empresa privada, con sus funcionarios respondiendo a una junta directiva conformada por el electorado local.   Así fue como Duque dejó la agencia, aceptando la oferta de gobernar su distrito y la oportunidad de hacer rentable un negocio mucho mayor que el suyo.

Quirós, ahora que no tenía que pagar oficinas porque nadie venía físicamente a trabajar, contrató más empleados remotos, que enviaba como asesores, también virtuales,  a otros países.  Le fue bien y comenzó a ahorrar para el colapso inminente. Todos los días aparecía un editorial en pánico en el periódico insistiendo en que Alfaro estaba arrastrando al país del borde de la industrialización de regreso al tercermundismo: los edificios de oficinas estaban dando paso a restaurantes y salones de baile, la mitad del país se enriquecía vendiendo gansos de cerámica, móviles y decoraciones para jardines encimados, muchos vecinos se hicieron guías de turismo y comenzaron a pasar el día paseando gringos por los techos de la ciudad.  Otras personas estaban convirtiendo los antiguos estacionamientos en huertas, porque así pagaban menos por la comida.

La única ley que promulgó el Presidente salió como un pie de un resumen legislativo: una enmienda constitucional declaraba que la corrupción sería ahora considerada traición a la patria y que la pena sería la pérdida de todos los bienes y un viaje gratis a la frontera. Sólo los pescadores empobrecidos de los pueblos costeros notaron las consecuencias, cuando se les comenzó a pagar generosamente para que remolcaran pangas al límite de las aguas internacionales y las dejaran a la deriva, con sus pasajeros bien vestidos llorando con sus corbatas al viento y sus zapatos de tacón en la mano.

Sólo los tramposos más astutos sobrevivieron.  Bajo la nueva administración municipal, comenzaron a pagar por cualquier idea ajena que los hiciera quedar bien en los reportes semestrales a sus comunidades: de pronto un número de burócratas redonditos comenzaron a tener inspiraciones brillantes para celdas fotoeléctricas que bajaban el costo de la energía, o programas avanzados que se vendían en el extranjero por barbaridades de plata.

El público casi se olvidó de Alfaro: parecía que todo el mundo estaba ocupado en su propia loquera, así que Quirós estuvo honestamente sorprendido cuando el Presidente apareció en forma de holograma en la sala de su casa.

- Ya es hora de que comencemos a trabajar en mi estrategia para las Naciones Unidas –le dijo.

-¿Seguro que no quiere quedarse para otro período? –respondió Quirós irónicamente– a como va la cosa, si no lo cuelgan lo nombran emperador.

Alfaro apenas sonrió.

-Más razón para ir buscando la salida –dijo.

-¿Y nos olvidamos de dar un paso para el primer mundo?

La sonrisa del Presidente se amplió ligeramente.

-No estábamos listos para el primer mundo.

-Así que nos lo saltamos –dijo Quirós.

Alfaro rió, viéndose tan optimista y seguro como en sus afiches de campaña.

-Usted y yo nos entendemos.

Quirós estuvo de acuerdo.  Pero meses después, cuando el avión despegó del aeropuerto que conocía tan bien y pudo mirar hacia abajo, comprendió que en realidad no había ni comenzado a adivinar la magnitud de la visión del Presidente.  Bajo sus pies, la tierra se extendía verde: la ciudad capital se había vuelto casi invisible desde el aire.  Nuevos caminos irradiaban desde el centro discreto hacia las pequeñas comunidades a su alrededor.  Era un mundo rediseñado y Quirós se volteó para comentarlo con Alfaro, pero el Presidente miraba hacia delante, absorto en visiones que sólo él podía imaginar.



Jessica Clark. 1969. Ha escrito profesionalmente para agencias de publicidad, programas de televisión y la Embajada de Costa Rica en Washington, DC.

Tiene una Maestría en Literatura Inglesa pero prefiere leer libros con colores primarios en la portada.  Sus principales influencias son los cómics, la música de los 80 y series de televisión muy, muy viejas.  Ha publicado la novela Telémaco (ciencia-ficción), la novela corta paranormal Diagonal y el libro de cuentos Los Salvajes.  Un gran número de sus cuentos ha sido publicado en colecciones dentro y fuera de Costa Rica.  Sus temas principales son ciencia, historia y lo paranormal.

También, su trabajo ha sido recogido en Cuentos del Paraíso Desconocido. España 2008. En Historias de nunca acabar, Antología del nuevo cuento costarricense. 2009. En la Antología Posibles Futuros, Cuentos de ciencia ficción, EUNED. 2009. 

Tradujo al inglés y publicó en Kindle  a Telémaco con el título Sleeper Nine y su continuación Loaded Nine, bajo el seudónimo de Tessa MacCord, resta para completar su Betrayer Saga la tercera entrega en la que actualmente trabaja.

Visite el sitio web de la Autora: http://jessica.bocamonte.cr/

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