Nicotina
El tipo sale de
la escalera. La puerta da un golpe y se cierra mientras él sonríe. Acerca su
mano al bolsillo inferior derecho de la americana y extrae una cajetilla de
cigarros de la que entresaca uno. Lo acerca a su boca y, situándolo entre los
labios, lo enciende. Cierra los ojos unos instantes mientras el humo penetra en
sus pulmones. Baja el escalón que le separa de la calle y echa a andar. Elige
con la vista a la primera mujer hermosa que encuentra y la sigue, para ello da
una media vuelta extraña que obliga a la mujer a apartarse. Continúa fumando
mientras sus pasos se acompasan a los de ella. Transcurridos unos metros, la mujer
gira la cabeza y lo encuentra todavía detrás. Él le dedica una mueca, una señal
lasciva que parece molestarla. Pasan unos minutos y él se apercibe de que ella
extrae de su bolso unas llaves. Se para ante una puerta y encaja el llavín en
la cerradura. El hombre se aproxima, la aborda y agarrándola de la cintura hace
que a ella se le caigan las llaves. Y mientras se resiste a ser besada, en su
ropa va atrapando el olor a tabaco. Se le pega al rostro, a su cuerpo, a sus
miembros... Luego él sale corriendo mientras el grito de ella se convierte poco
a poco en un rumor. Unos metros después, deja de correr. Vuelve su mano al
bolsillo de la americana. Enciende el segundo cigarro. Mira el reloj. Son ya
las nueve, hora para muchos de trabajar. Parece pensar en ello. Ríe de modo
estridente. La gente le mira al pasar. Se debe preguntar qué harán en la
empresa sin él. Sonríe nuevamente y continúa andando. Una lata de refresco se
interpone a su paso, le propina una patada y la lata va a parar a un anciano
que circula en sentido contrario. El envase debía contener algo de líquido y el
anciano se empapa la pernera del pantalón. Éste le afea el acto. Pero el hombre
no se detiene, continúa andando mientras el anciano le increpa y va quedando
atrás, ya a lo lejos. Lanza la colilla todavía a medio fumar y lo hace con tal
fortuna que penetra por la ventanilla de un coche que estaba estacionado junto
a la acera. Se oye un grito desde el interior del vehículo. El hombre sigue
andando. Camina durante un rato, cruza la calle sin mirar si el semáforo ha
cambiado a verde, provoca una sinfonía de bocinazos que enturbian el ambiente.
Un coche se detiene y una amasijo de vehículos encadenados chocan uno tras de
otro. El hombre los mira sonriendo pero continúa, ríe al llegar a la acera opuesta.
La muchedumbre se acumula en la calzada y grita. Poco a poco él se aleja.
Tuerce la esquina y ve a dos mujeres que hablan en medio de la acera. Una de
ellas se halla en su camino con un carrito de bebé que queda justo en medio. Al
llegar a su altura, el hombre agarra el cochecito y lo empuja; la mujer nota la
pérdida del carro y grita. Luego hace ademán de abalanzarse sobre él pero éste
ya deja atrás el cochecito. Las dos mujeres chillan con ira. De nuevo toma otro
cigarrillo de la cajetilla. Nota que es el último. Lo enciende y fuma. Después
de unos pasos ve un estanco. Entra en él con intención de comprar, extrae de su
bolsillo la cartera. Espera su turno y cuando es atendida la persona que está
delante, la dependienta entra momentáneamente en la trastienda y le hace
esperar. Viéndose solo, y tras unos instantes, se impacienta. Da la vuelta al
mostrador, toma el tabaco que desea y se lo lleva. En el mismo establecimiento
lanza la colilla del cigarrillo que estaba fumando y abre el paquete nuevo que ha
tomado de la alacena sin pagar. Mira la caja registradora y sonríe quizá
pensando que podría coger el dinero, pero da media vuelta y tira el
envoltorio del paquete al suelo y extrae un nuevo cigarrillo. Abandona el local
y sigue andando. Pasa junto al lugar donde trabaja habitualmente en el instante
preciso en que uno de sus compañeros sale a la calle. Éste lo ve y le saluda.
El hombre lo mira, sigue andando y le brinda una mueca mientras va meneando la
cabeza. Por el camino ve una zanja que están cavando unos operarios. A cada
golpe de pico se va haciendo más grande el hueco. Junto al agujero hay otro
pico. Lo toma en sus manos y se lo lleva. Anda unos metros con la herramienta.
La gente que va en sentido contrario le mira. Fuma con una mano mientras la otra
sostiene el pico. Pronto ve una oficina bancaria. Se detiene, tira la colilla,
sostiene el pico con las dos manos y arremete contra la luna de cristal. El
estruendo hace darse la vuelta a todo el mundo. Luego se aparta mansamente,
deja el pico en la acera y se marcha sin acelerar el paso, con lentitud. Se
detiene unos metros más allá y enciende un nuevo cigarrillo. La gente le señala
con el dedo índice. Un guardia urbano le intercepta. El hombre le mira a los
ojos y le sonríe. Luego dice las únicas palabras desde que salió de casa:
-¿Quiere un
cigarrillo?
El guardia le
responde:
-No fumo.
(Del libro Cotidianos, Luis Vea
García, Isla Varia Ed, 2008)
Luis Vea. Escritor y poeta nacido en
Barcelona en 1966. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad
Autónoma de Barcelona, también tiene estudios de Administración y Dirección de
Empresas. Ha sido premiado en numerosos concursos literarios. Su labor se ha
desarrollado en radio, tertulias literarias, recitales poéticos, colaboraciones
periodísticas y literarias y jurado de algunos concursos. Ha publicado las
plaquettes: Volcán (Univ. Deusto, 2003) y Transversales (Edición
del autor, 2004), el libro de relatos, Cotidianos (Ed. Isla Varia, 2008)
y el poemario Hachazo de metrónomo (Ed. Isla Varia, 2011) Actualmente
colabora en la revista literaria La Biblioteca Imaginaria y trabaja en un nuevo
libro de relatos que se denominará Partes que no componen un todo.
Visite su blog de autor: Madera de náufrago .
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