Había dos finqueros que no sabían cómo administrar sus
respectivas fincas. Tenían su ganado enfermo y mal atendido, sus peones mal
pagados e inconformes.
Como eran orgullosos e irresponsables, sentían que su mediocridad
era culpa de su vecino, y empezaron a culparse mutuamente y a envenenar a su
peonada contra la otra.
Así que los finqueros mandaban a la peonada a botarle la
cerca al otro, y viceversa, los arengaban
de tal manera para que se machetearan
entre ellos, a robarse entre sí el ganado o en correrse la cerca para acá un
día y para allá el otro.
Los peones de ambas fincas se olvidaban de sus problemas y
atendían diligentes su nueva misión: cuidarle a patroncito sus reses y su
finca, porque él nos da de comer, y los peones del otro lo están provocando
todo el tiempo, y lo quieren perjudicar.
Lo cierto es que los finqueros no eran tan enemigos entre sí,
tenían parientes comunes, y ya sin tener que ocuparse de la peonada que se
mataba entre sí, se rascaban la barriga en sus poltronas, emborrachándose todo
el día.
El que tenga oídos para oír que oiga!!!!
Germán Hernández
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