La novela Ruido de Fondo del
guatemalteco Javier Payeras, fue publicada en 2006 y reimpreso en 2009 por Ediciones
Piedra Santa en una bellísima edición que incluye además de la intensa novela
de Payeras una breve selección de poemas suyos y tres ensayos críticos de su obra por Oswaldo
Zavala, Fernando Feliu –Moggi y el cuate Francisco Alejandro Méndez. Una
edición de esta calidad es en verdad inusual en Costa Rica.
Novela confesional, escrita con
una fluidez coloquial que nos arrastra por una lectura ágil, que interpela sin
artificios. Iconoclasta, irreverente,
resentida, posmoderna, desencantada, podrían ser algunas de las formas de
abordar su lectura. Pero todas ellas son insuficientes por sí solas. Ruido de
Fondo viene a ser suma generacional y que va más allá del paisaje citadino de
Guatemala. Si la ubicáramos en un lugar y un tiempo, Ruido de fondo podría
ocurrir y ocurre en San Salvador, en San
José, en Managua, en San Pedro Sula también, está ocurriendo en un ahora y en un
después, después de la caída del Muro de Berlín y de los Acuerdos de Paz en
Centroamérica, es decir, a partir de los eventos eje y paradigmáticos del
oficialismos triunfante, pero también ocurre y ocurrió después de la masacre de
los padres jesuitas en El Salvador y el homicidio de Monseñor Gerardi tras el
informe “Guatemala nunca más”, es decir, dentro de la verdadera constatación de
la inercialidad de las piedras que chocan entre sí levantando polvo y
amontonándose en una región hecha de escombros.
Resulta paradójico que a ésta
generación de narradores centroamericanos a la que pertenece Payeras, se le
llame del “desencanto”, ¿Cuándo estuvo
encantada? ¿Cuándo creyó en el fin de la historia? ¿De qué forma heredó las
consignas de sus padres y abuelos? Al contrario, es una generación a la que se
le negó la utopía, por eso no puede ser de desencanto, es una generación que
expone el presente sin las decoraciones y eufemismos de la democracia electoral
y neoligarca centroamericana, y se vuelve generación del “Asco”, la que no puede levantar altares y monumentos entre
escombros.
Ruido de Fondo ocurre en un
instante de autoexamen del protagonista, la noche misma en que abandonará su
apartamento y la vista de la Plaza Armas y el pabellón nacional, no hay
resoluciones ni nuevos propósitos tras esta decisión, simplemente la urgencia
por irse sin pagar en medio de una mala racha. Pero esa última noche da lugar a
un repaso por la infancia y juventud, por las aventuras sexuales y la
indiferencia por el otro, donde cada habitante se afirma cínicamente en su trozo
de cemento, de aire robado, la ciudad es un trozo de tiempo para sobrevivir,
donde si no mato me matan, un lugar para evadir, chupar, coger y drogarse. El
protagonista no puede transformar una realidad a partir de los discursos
tradicionales, las viejas consignas revolucionarias están vacías, las guías
turísticas describen un lugar encantado e inexistente, los discursos oficiales
se pudren con el amanecer de la incertidumbre, la doble moral de los padres se
hace pedazos con su ejemplo.
El narrador, no busca, no
lloriquea ni hace rabietas, simplemente, como si en él se juntara la voz lúcida
de una generación indiferente, que se sabe abortada por las generaciones
hipócritas que le preceden, hace una declaración de una profunda honestidad
moral, sin autoengaños y que resignadamente acepta que mañana “seguramente volveré a comparar coca cuando
tenga dinero, seguramente seguiré bebiendo, seguramente volveré a engañar a la
mujer que quiero, seguramente mañana volveré a hacer lo mismo y volvería a
hacer todo lo que he hecho”; de igual manera lo resumiría Onetti: “la vida es
una mierda, y hay que tener el valor de no buscar pretextos”. El indicativo implícito
parece ser “quemar las naves” El imperativo implícito también, pareciera la
transformación total, sin concesiones y con la memoria alerta.
Germán Hernández
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